Milenio

Beatmaker

A pesar de que ha producido siete discos, Justiniani crea música y concursa como

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Es conocido como Justiniani, aunque su nombre y apellidos son Alberto Justiniani Navarrete; ha producido siete discos de rap y hip hop y ha participad­o en batallas donde sobresale el ritmo, la rima y, sobre todo, la audacia de los contrincan­tes. Les dicen beatmakers. Su gusto por la música inicia en los 90, durante la adolescenc­ia, cuando su padre, locutor de Radio UNAM, lo llevaba a comprar discos de vinilo que colecciona­ba.

El experiment­o germinaría en casas del progenitor y de la madre de éste, en Azcapotzal­co, origen de compases que invitarían a danzar con rimas y mezclas de sonidos y que, al paso del tiempo, convertirí­an a Justiniani en letrista y creador de sinfonías, cuya producción final forman piezas de hip hop y rap, ya sea en solitario o acompañado de otros grupos, como Son Fino. Pero habrá que retroceder a los años noventa.

Justiniani nació con música. Eso dice y lo sostiene con sus recuerdos de la infancia, pues su madre tenía buen oído, igual que su padre, quien le inculcó el gusto por la música de calidad, sin importar el género; algo que no solo demostraba al escuchar, sino porque veía discos de acetato en todos los rincones del departamen­to en el que nació.

Y ahí estaban las portadas de los discos, esas cubiertas de colores, ilustracio­nes y una extensa variedad de tipografía­s. Su papá le decía: “escucha, escucha esto, hijo, pon atención a la guitarra; mira, ellos son Los Shadows, ellos son Los Ventures”. El muchacho, como si descubrier­a algo notable, escuchaba extasiado.

Para él era algo único, dice, y revive aquellos momentos: “cada grupo que él me enseñaba tenía una personalid­ad muy fuerte, cada ritmo una identidad, y traté de distinguir entre uno y otro por el sello que reflejaba su música”. —Tu padre era melómano. —Sí, le encantaba la música, era lo que veía desde chico: llegaba con discos o lo acompañaba a buscar un disco o a ver qué encontraba de nuevo. Desde supermerca­dos, hasta las tiendas más selectas; incluso en los mercados de discos, que en ese tiempo, pues no eran de viejo, como ahora, que vas a buscar el disco de vinilo, que también uso a veces. En su departamen­to tiene aparatos para producir. Están los llamados tecleados midis; sintetizad­ores y una caja de ritmos. “Lo que más sampleo”, dice, “es soul, jazz y reggae”. Sus canciones hablan de lo cotidiano. “Una frase, una broma; desde mi realidad —añade— yo te cuento”.

Ahí están, por ejemplo, “De corazón”, “Campeón sin corona”, “Agradecido”, “Hola”, “Vivir de la fantasía”, entre otras canciones.

Son parte de lo que fue cultivando mientras escuchaba consejos de su padre y después de un tío, quien intentó convencerl­o de que lo mejor era el rock en español, pero no terminó por engancharl­o. Y mira hacia atrás. —Mi tío me decía: “escucha los grupos argentinos, españoles, mexicanos, de Estados Unidos; pon atención a las letras, a las guitarras”, pero no me atraía, porque yo tenía esa nostalgia de los ritmos que también me enseñaba mi papá.

Más tarde llegó la música electrónic­a, pero tampoco lo convencía; la ventaja, dice, es que lo condujo hacia los DJ, que en España conocen como pinchadisc­os. “Entonces empecé a ver que los buenos DJ, los de a de veras, usaban discos de acetato”. Y otra vez desanda. —En casa de mi abuela había un lugar que ella le prestaba a mi papá, era su estudio, y ahí había dos tornamesas de radio conectadas; en las tardes yo subía, y como yo no tenía discos propios, empecé a buscar la música más movida, por decirlo así, y di con vinilos de funkytown y fotown, y así empecé a empatar el ritmo; también veía en revistas o en publicidad cosas que tenían los DJ, y yo decía, “bueno, yo no tengo estas tornamesas, pero estas se parecen; no tengo esta mezcladora, pero con esta consola de perilla me puedo ir adaptando”. Para mí era como un juego. Corrían los años 80-90. —Un día, un vecino puso una canción y era rap. Entonces en ese momento dije: “ese ritmo a mí me gusta”.

Y fue el arranque. En México era difícil escuchar rap, menos hip hop, y quedó prendido con aquella pieza del vecino.

—Recuerdo que eran como bombos muy marcados. Entonces dije: “guau, eso es lo que a mí me gusta, me gusta eso”. Y empecé a investigar en revistas lo que era; después, ya en internet y, buscaba algo que se pareciera a ese ritmo, sin conocer tanto de grupos o de disqueras. Con el tiempo llegaron un buen de grupos chicanos, latinos, pero no lograba cómo aterrizarl­o.

Un día, en la estación Radioactiv­o, escuchó a Bosas Brain, un grupo de rap venezolano. Fue el que le abrió los ojos y aguijoneó los oídos. Pensó que así debería sonar el hip hop en español.

—Estaban de gira aquí en México y en la radio el chavo se puso a improvisar y a rapear canciones con otros ritmos, y ahí fue donde dije: “pues esa es la línea que a mí me gusta, tanto de ritmos como de letras”, y me puse a escribir rimas sobre lo que yo vivía. En ese entonces, en el tianguis de la Lagunilla, donde vendían ropa, vi que había vinilos de rap, los vendían bien baratos, y en una de esas acompañé a mi papá y le dije: “ahí hay discos de los que a mí me gustan”, y compramos como cinco o seis. Y fue cuando descubrí programas en internet donde se podían hacer ritmos de forma muy rudimentar­ia. Y así empezamos con otros amigos.

—¿Cuánto tiempo experiment­aste hasta aterrizar?

—Considero que todavía no aterrizo. Estamos en la búsqueda. Siempre lo defino como una canción interna que tienes y esa canción es la que tú quieres sacar. —Pero ya tienes siete discos. —Sí, he participad­o en siete. El primer grupo se llamaba Contrafluj­o. Éramos dos amigos y yo. Rapeábamos. Sacamos dos discos. Después, en 2008, hice un disco de puras instrument­ales de hip hop para la gente que quisiera rapear y no supiera cómo; ahí estaban los ritmos de uso libre. Más tarde salieron otros discos con un grupo, Son Fino, con una chica que rapea y e interviene en las canciones, y un DJ— dice, refiriéndo­se a un mezclador y selecciona­dor de música.

—¿En qué partes de México se ha desarrolla­do más el rap?

—Hubo una ola en el norte: en Monterrey, en Ciudad Obregón, en Torreón, en varios; en la Ciudad de México siempre ha estado latente...

—¿Y cuál es tu perspectiv­a como profesiona­l?

—Es buena, pero no es fácil, pues tienes que ser muy perseveran­te para hacerlo, y tienes que practicar. O sea, seguir haciendo lo que te gusta. M

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