VAMOS A DEBATIR PERO NO TANTO
Hace unos días leía un artículo sobre cómo internet está transformando los hábitos de pensamiento y de discusión, pues en lugar de fungir como un espacio para intercambiar ideas que modifiquen nuestra opinión, en realidad es una caja de resonancia para dialogar con gente que de antemano ya pensaba más o menos lo mismo que uno. La consecuencia, argumentaba el artículo, es que ahora cuando discutimos lo hacemos con la intención de imponer la propia visión, sin que exista la posibilidad de que las ideas de la contraparte afecten a las propias.
Me quedé pensando si en otros espacios la situación es distinta, o si es un rasgo habitual que simplemente queda al desnudo ahora que la red vuelve incesantemente público lo privado. Incluso si consideramos el caso límite y examinamos a un grupo como los autoproclamados liberales (en el ámbito de lengua española, pues, por ejemplo, en el anglosajón el término tiene una connotación muy diferente), uno de cuyos principios básicos es la libertad para disentir, encontramos que ello únicamente se produce dentro de un marco previamente delimitado. Entonces, ese derecho realmente consiste en poder opinar distinto, siempre y cuando no se cuestionen los valores fundamentales del grupo, que en este caso son los que giran en torno a la democracia de libre mercado, misma que hace no mucho pretendió proclamarse como el fin de la historia.
Si, por ejemplo, tomáramos un artículo de alguno de los patriarcas del clan liberal sobre un tema político, podríamos antes de leerlo saber con plena certeza cuál será el punto de vista que defenderán, y también podríamos anticipar cuáles serán los adjetivos que utilizarán para denostar la posición contraria (barbarie, fanatismo, bolchevismo, mesianismo, caudillismo, autoritarismo, estatismo, etcétera). Asimismo, si uno tomara al azar un ejemplar de alguna revista o espacio de discusión por ellos auspiciado, encontraríamos un coro de voces sinfónicas argumentando lo mismo, con ligeras variaciones reservadas normalmente para temas como la diversidad sexual, el cine o el consumo de drogas, en tanto las opiniones en cuestión no atenten contra los pilares del libre mercado o de la democracia electoral acotada por los medios masivos de comunicación.
Desde luego que no es el único grupo que se conduce de manera sectaria, pero no deja de ser un caso particularmente revelador por tratarse de una ideología que defiende a muerte la posibilidad de admitir puntos de vista contrarios, o hasta diametralmente opuestos, cuando en los hechos sería imposible la admisión de cualquier postulado que se desvíe del conjunto fundacional de principios alrededor de los cuales se estructura posteriormente el debate. m