Milenio

Del enojo ciudadano a la angustia gubernamen­tal

- JOSÉ LUIS REYNA

Sí, hay un profundo enojo hacia la administra­ción presidenci­al actual. Y también una enorme angustia de la clase política ante el temor, probable por cierto, de perder el poder. El presidente Peña tiene que reconocer que el enojo está en la sociedad, no la angustia. Hay razones para ello: irregulari­dades por montones, opacidad por doquier. La corrupción como el emblema del gobierno actual (y también de los anteriores). Gobernador­es presos, otros en vías de extradició­n, y algunos más indiciados, como es el caso del ex mandatario colimense, Sandoval, dueño de caballos pura sangre, ranchos y amigos de no buena calaña. Medina, ex mandatario de Nuevo León, con amparos bajo el brazo. Una larga lista de ex gobernador­es priistas, con excepción de Padrés (Sonora, PAN), que abusaron a sus anchas de los recursos públicos y de los privilegio­s que el poder concede. Todos infringier­on las normas ante la negligenci­a de la autoridad. Más tarde que temprano estará en la lista César Duarte quien, por razones insospecha­das, se encuentra todavía en un exilio protegido desde el mismo Estado mexicano.

Hay encono que se alimenta de los yerros de la administra­ción presidenci­al. En efecto, hay enojo y, para calificarl­o apropiadam­ente, muy intenso. Si se consulta cualquier encuesta, se encuentra que la mayoría de la población percibe que este país no va en el rumbo correcto: 70 por ciento de los opinantes. Hay decepción de lo que pudo ser un gobierno innovador (hasta 2014) y después se diluyó en los escándalos, en las desaparici­ones, en los bienes mal habidos. Empresas que corrompen desde fuera (Odebrecht) y empresas que lucran desde dentro (Higa) sin el menor pudor. Se pudrió el sistema. Ese es el enojo ciudadano que se traduce en angustia gubernamen­tal. El “nuevo PRI” regresó a su origen, el de las trampas y las marrullerí­as.

Nos dice el Presidente que hay que confiar en los logros obtenidos de la presente administra­ción. Pero ¿cuáles son? A la reforma energética, indispensa­ble por cierto, le falta consolidar­se. Los precios de la gasolina, centavo a centavo, suben cada día. La inflación se disparó al doble. El salario mínimo tuvo un incremento de 8 pesos: ¿para qué sirven? No, no tenemos que estar angustiado­s. Tenemos que estar atentos, y sobre todo participat­ivos, a las decisiones gubernamen­tales en un año de elecciones. No es prudente que el jefe del Ejecutivo conmine a sus empleados a hacer su trabajo, descuidand­o su función primordial: “Como sea, contribuya­n a ganar las elecciones”. No importa si la atención a la pobreza se descuida o la ayuda a los damnificad­os de los sismos pasados se diluya. Hay que ganar la elección presidenci­al porque de no lograrse, la administra­ción actual, independie­ntemente de quién sea el sucesor, tendrá que rendir cuentas que, por lo que se aprecia, no serán muy claras y sí envueltas en una gran dosis de angustia.

Esta administra­ción presidenci­al estampó su sello con el emblema de la corrupción. Tienen casi un año todavía para aclarar todo lo que se les achaca. Mientras tanto, la ciudadanía no está angustiada, pero sí con un enojo creciente hacia una administra­ción presidenci­al, que por decir los menos, resultó decepciona­nte. M

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