DRAMATURGIA Y DERECHOS DE AUTOR /Y III
Los primeros años del siglo XXI trajeron cambios importantísimos para la dramaturgia mexicana que no solo tenían que ver con lo estético sino con su presencia, apoyo y difusión. Lo que para la Nueva Dramaturgia Mexicana (Rascón Banda, González Dávila, Berman, etc.) había sido una batalla incansable por prevalecer pese a la invisibilización deliberada de instituciones entonces comandadas por los directores de escena, para mi generación (Estela Leñero, Luis Eduardo Reyes, David Olguín y muchos otros surgidos a mediados de los 80 del siglo XX) fue una transición hacia las alianzas con los directores (o nosotros mismos asumíamos el rol) que nos permitió ir tomando los escenarios por asalto. Para quienes nos sucedieron el terreno estaba bastante allanado y un gran aliado había aparecido a su favor: el internet. No solo accedían a materiales teóricos internacionales con una facilidad enorme, ahora la promoción de su trabajo estaba a un clic de distancia. También un fenómeno importantísimo se gestaba, el de la aparición de editoriales como El Milagro, Anónimo Drama, Paso de Gato, etc., que abrirían caminos para la divulgación de las nuevas plumas.
Los entonces jóvenes de principios del milenio accedieron a los espacios de prestigio cultural con bastante más facilidad que nosotros y sus obras se regaron por la República mexicana. Un cambio en la mentalidad se produjo a su vez en el tema del cobro de sus derechos. Si para nuestros antecesores no importaba cobrar con tal de ser llevados a las tablas, para nuestros predecesores era un tema importante, si no crucial. Sin embargo, dos fenómenos (que en realidad son uno) jugaron en contra de una concepción fortalecida del derecho de autor: la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con Canadá y Estados Unidos y el cambio en la Ley del Derecho de Autor, que entre otras cosas llevaron a que se perdiera la exención de impuestos y la Sociedad General de Escritores de México (Sogem) la tutela exclusiva de la gestión de los derechos autorales.
Mis jóvenes colegas de principios del siglo XXI y los que ahora son sus discípulos, tienen muchas dudas respecto a los beneficios de estar amparados por una sociedad autoral. Los cambios en la Ley, permitieron que un escritor pueda cobrar por sí o por terceros sus derechos sin necesariamente pasar por Sogem. Nadie podrá convencerme de que es la mejor vía. Sogem es la garante del respeto de los derechos autorales y su nueva gestión, con Jesús Calzada al frente, nos hace renovar esperanzas de que los jóvenes escritores de teatro tienen un lugar de participación asegurada. m