Repartidores, protagonistas del apogeo del e-commerce
La tecnología ha traído consigo una nueva versión del migrante rural, que fue el que impulsó el crecimiento económico de China
Para ser un hombre que trabaja 14 horas al día para después llegar a una habitación del tamaño de un armario en un restaurante abandonado, Pan Yabei es encantador y optimista. Pan pasa la mayor parte de su día en el campus de la Universidad Juvenil China de Estudios Políticos en el noreste de Pekín, distribuye paquetes a estudiantes y recoge otros para enviar. Es uno de los miles de trabajadores de envíos express —en chino, kuaidi— que impulsaron la revolución del comercio electrónico en China.
Saluda al flujo constante de clientes con una sonrisa mientras piden sus paquetes o entregan artículos para empacar y enviar. La mayoría de los paquetes de salida también son compras en línea que el comprador decidió regresar.
Si el símbolo de las tres primeras décadas de la reforma económica de China fue el migrante rural que trabaja en una cadena de ensamble que fabrica ropa o productos electrónicos para su exportación, el repartidor de kuaidi es el emblema de la nueva economía de consumo.
Los fundadores de cuatro de las compañías de kuaidi más grandes de China —STO Express, YTO Express, ZTO Express y Yunda Holding— son amigos de la infancia de un solo condado en la famosa provincia de Zhejiang por su emprendedurismo, en el este de China, cuya ubicación remota fomenta la capacidad de los residentes de caminar o ir en bicicleta por largas distancias. Fundadas en la década de 1990, estas empresas crecieron rápidamente al ofrecer entregas más rápidas que China Post, la compañía que administra el gobierno.
Los cuatro completaron ofertas públicas iniciales a partir de finales de 2015, con lo que se lograron fortunas para sus fundadores. En la actualidad, los trabajadores kuaidi provienen de todas partes, pero se agrupan en las principales ciudades donde el consumo es más alto.
Después de dejar la escuela a los 16 años, Pan abandonó su hogar en la pobre y hacinada provincia de Henan del centro de China, y viajó al Tíbet para aprender de reparación de automóviles. Pero no tomó ese trabajo y en 2006 abordó el recién construido Ferrocarril Qinghai-Tíbet a Pekín, donde trabajó para una pequeña compañía kuaidi antes de cambiar a uno de los principales transportistas.
En China Youth desde 2009, Pan, ahora de 32 años, conoce por su nombre a la mayoría de los clientes que se dan cita y por lo general es capaz de señalar su paquete de entre los cientos que están amontonados en el lugar sin tener que buscarlo.
Cuando se le pregunta por qué su compañía, YTO Express, se ubica dentro de una universidad, dado que se podría esperar que los estudiantes compren menos que las personas que tienen un empleo de tiempo completo, rechaza la premisa de la pregunta. “En estos días todos tienen dinero. Sus padres les dan”, dice sin rastro de amargura.
Sin embargo, él tiene todo el derecho de estar resentido. Al igual que miles de trabajadores migrantes más en Pekín, Pan sufrió bajo una campaña masiva de desalojos que llevaron a cabo las autoridades de la ciudad.
A través de un compañero de trabajo, Pan encontró un nuevo alojamiento en un antiguo restaurante donde viven otros inmigrantes. A 800 yuanes (121 dólares) por mes más 100 yuanes por la electricidad, es menos costoso que su hogar anterior pero también más pequeño.
Más allá de la represión, gran parte de la vida y el trabajo de Pan ilustra las tendencias más generales que le dan forma a la vida y el comercio en China en la actualidad. Entre el conjunto de clientes que recibió Pan, ninguno pagó con efectivo o con tarjeta, lo hicieron digitalmente, escaneando una etiqueta de código QR colocada al costado del triciclo eléctrico de Pan con sus teléfonos para iniciar un pago móvil a través de Tencent o Ant Financial, la filial de servicios financieros del gigante de comercio electrónico Alibaba.
Pan generalmente regresa a casa cerca de las 9 de la noche. Podría decirse que se encuentra entre los afortunados. Algunos trabajadores kuaidi desplazados se vieron obligados a dormir en los contenedores de sus vehículos durante el invierno de Pekín; el edificio de Pan tiene calefacción. En el baño compartido en el pasillo, una lavadora está conectada al grifo. Su salario de 10 mil yuanes por mes está más o menos a la par del promedio de los trabajadores de Pekín, y su empresa no deduce de sus salarios los pagos para la seguridad social. Su bajo costo de vida le permite ahorrar la mayor parte de lo que gana. “Tu corazón tiene una base”, dice, al describir la sensación de seguridad que siente cuando piensa en el dinero que logra ahorrar. Pan, un hombre soltero, planea usar el dinero para su jubilación. Muchos migrantes al final regresan a sus pueblos de origen y usan el dinero que lograron ahorrar para comprar una propiedad.
Pero cuando le preguntamos acerca de cómo se sentía ser desalojado, su sonrisa se desvanece y una mirada lejana aparece en su rostro. “Te acostumbras a la vida en un lugar nuevo, y empiezas a sentir que encajas. Entonces, de repente, aparece una nueva política, y es como si estuvieran diciendo que en realidad no perteneces”.