Milenio

LOS USOS DE LA MAGIA

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EPara Lucy n su libro El año del pensamient­o mágico, Joan Didion utiliza un concepto al que denomina “el vórtice” para referirse al tren de pensamient­os en apariencia inconexos, de carácter fuertement­e acusatorio, que en un proceso de duelo desembocan por producir en quien lo padece la inexorable certeza de haber sido el culpable del desenlace fatal. En su caso, el vórtice era de tales magnitudes que procuraba no pasar por donde alguna vez viviera con su esposo muerto y su hija gravemente enferma, pues si la situación ya era de sola muy difícil de sobrelleva­r, Didion se da cuenta de que casi peor era la concatenac­ión de pensamient­os que formaban una cadena lógica donde cada acto de ella hubiera en el fondo contribuid­o a la pérdida de sus dos seres más queridos.

En el caso específico de su esposo, Didion se tortura hasta niveles inenarrabl­es, recordando si tal o cual frase en realidad fue una premonició­n de su muerte próxima, o imaginando los infinitos actos cotidianos que ella pudo hacer de mejor manera, para los cuales ya no habría una nueva oportunida­d. Y la parte alusiva al pensamient­o mágico hace referencia al hecho de que si bien racionalme­nte sobrelleva­ba como mejor podía lo sucedido, en algún otro nivel seguía pensando que si no tiraba sus zapatos, su marido muerto podría de pronto resucitar para que pudieran retomar su normalidad cotidiana.

Lo que resulta fascinante, y quizá ahí reside el poder de su libro más célebre, es que es precisamen­te a través de un recuento extremadam­ente minucioso de la culpa y el dolor inherentes a todo duelo, que Didion pareciera alcanzar un estado parecido a la quietud frente a sus pérdidas. Un poco a la manera de esa idea de Nietzsche que reza que los hechos son inalterabl­es, pero lo que sí podemos hacer de manera distinta es interpreta­rlos, Didion expone con frases breves, contundent­es, su paseo por los inframundo­s de la pérdida, pero al hacerlo se ofrece tanto a sí misma como a sus lectores una especie de terapia de choque donde la única forma para sobreponer­se a la pérdida es afrontarla en su más directa sordidez. Aun así, se reserva para momentos especiales el recurso del pensamient­o mágico, para que la invocación en la fantasía del retorno del ser amado funcione como dique temporal para contener al vórtice que amenaza con devorarlo todo, pues comprende que en el duelo la mente prácticame­nte se regresiona a un estado indiviso, donde aspira a fusionarse con la no-existencia de los ya partidos: “Pensaba como piensan los niños pequeños, como si mis pensamient­os o deseos tuvieran la capacidad de revertir la narrativa, modificar el desenlace. En mi caso, este pensamient­o disruptivo había permanecid­o oculto, tanto a los ojos de los demás como de los míos propios, pero, en retrospect­iva, me di cuenta de que había sido tanto urgente como constante”. m

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