Partidos o simples membretes
Las alianzas convenidas hasta ahora para la elección presidencial del 1 de julio diluyen la fisonomía propia de cada organización política
Después de dos meses de precampañas y en víspera de que los candidatos a la Presidencia de la República tomen la protesta de rigor, al margen de las encuestas, uno de los grandes perdedores es el potencial de gobernabilidad a partir de 2019.
Lugar común se ha vuelto explicar el enojo de una parte de la ciudadanía con el Presidente de la República y con su partido, el PRI. El enojo parte de una premisa falsa, que es la fuerza relativa de la institución presidencial. Nunca, en los últimos 50 años, el jefe del Estado se encontraba tan acotado como ahora. Es el ocaso de una institución cuyo inicio coincide con la ausencia de una mayoría relativa del partido dominante en el Poder Legislativo desde 1997 y el encarecimiento paulatino de las oposiciones en el Poder Legislativo, en paralelo, aunque resulte paradójico, al fortalecimiento de ese poder.
Las alianzas convenidas hasta ahora para la elección presidencial del 1 de julio diluyen la fisonomía propia de cada partido y disminuyen su capacidad de dirección y control sobre las fracciones parlamentarias que de manera nominal alcancen curules y escaños bajo diferentes siglas. La utilidad marginal de un solo independiente o de un loco por su cuenta es mayor en esa perspectiva del valor de un grupo legislativo cohesionado y sujeto al partido que lo postuló. Disminuida la institución presidencial e interconstruida la indisciplina parlamentaria, cualquiera que sea presidente queda indefenso y expuesto a la tentación de ejercer el Poder Ejecutivo por decreto y por la vía administrativa, la que de facto convierte o paraliza en la realidad la decisión legislativa de la llamada representación nacional. El caso de los gobernadores y su partido es otra interrogante. La feudalización del federalismo mexicano comenzó en 1998, impulsada por el PAN y hasta los más recientes acontecimientos como el de Chihuahua demuestran que el proceso es imparable, fuera de control alguno como fue el caso de Javier Duarte o en la experiencia de alianzas que se deslindan al paso del tiempo de sus nominados como Gabino Cué o Graco Ramírez.
El partido político como estructura cuenta y es importante durante la elección. Nada más. El origen de sus nominaciones, en lo que respecta al PRI, está en el Presidente de la República y en los gobernadores. En los demás, está en manos de su candidato presidencial.
El PRI sin disimulos se convirtió en una extensión de la Presidencia, de la clase política mexiquense y de sus adoptados. Con habilidad y falta de escrúpulos, Ricardo Anaya transformó al PAN en una herramienta personal hasta confundirla, en beneficio propio, con el PRD y con MC. AMLO hizo un partido a su imagen y semejanza. Esa realidad puede ser electoralmente efectiva. Fuera de temporada electoral, en el proceso político normal, no es garantía de coherencia alguna en un Poder Legislativo engrandecido y gobernadores que apenas electos en la práctica son independientes de instituciones y poderes. En fin, a corto plazo se trata de ganar a cualquier precio, aunque al país se lo pueda tragar la incertidumbre y el estancamiento, cualquiera que sea el resultado de este año.