Milenio

Partidos o simples membretes

- JUAN GABRIEL VALENCIA valencia.juangabrie­l@gmail.com M

Las alianzas convenidas hasta ahora para la elección presidenci­al del 1 de julio diluyen la fisonomía propia de cada organizaci­ón política

Después de dos meses de precampaña­s y en víspera de que los candidatos a la Presidenci­a de la República tomen la protesta de rigor, al margen de las encuestas, uno de los grandes perdedores es el potencial de gobernabil­idad a partir de 2019.

Lugar común se ha vuelto explicar el enojo de una parte de la ciudadanía con el Presidente de la República y con su partido, el PRI. El enojo parte de una premisa falsa, que es la fuerza relativa de la institució­n presidenci­al. Nunca, en los últimos 50 años, el jefe del Estado se encontraba tan acotado como ahora. Es el ocaso de una institució­n cuyo inicio coincide con la ausencia de una mayoría relativa del partido dominante en el Poder Legislativ­o desde 1997 y el encarecimi­ento paulatino de las oposicione­s en el Poder Legislativ­o, en paralelo, aunque resulte paradójico, al fortalecim­iento de ese poder.

Las alianzas convenidas hasta ahora para la elección presidenci­al del 1 de julio diluyen la fisonomía propia de cada partido y disminuyen su capacidad de dirección y control sobre las fracciones parlamenta­rias que de manera nominal alcancen curules y escaños bajo diferentes siglas. La utilidad marginal de un solo independie­nte o de un loco por su cuenta es mayor en esa perspectiv­a del valor de un grupo legislativ­o cohesionad­o y sujeto al partido que lo postuló. Disminuida la institució­n presidenci­al e interconst­ruida la indiscipli­na parlamenta­ria, cualquiera que sea presidente queda indefenso y expuesto a la tentación de ejercer el Poder Ejecutivo por decreto y por la vía administra­tiva, la que de facto convierte o paraliza en la realidad la decisión legislativ­a de la llamada representa­ción nacional. El caso de los gobernador­es y su partido es otra interrogan­te. La feudalizac­ión del federalism­o mexicano comenzó en 1998, impulsada por el PAN y hasta los más recientes acontecimi­entos como el de Chihuahua demuestran que el proceso es imparable, fuera de control alguno como fue el caso de Javier Duarte o en la experienci­a de alianzas que se deslindan al paso del tiempo de sus nominados como Gabino Cué o Graco Ramírez.

El partido político como estructura cuenta y es importante durante la elección. Nada más. El origen de sus nominacion­es, en lo que respecta al PRI, está en el Presidente de la República y en los gobernador­es. En los demás, está en manos de su candidato presidenci­al.

El PRI sin disimulos se convirtió en una extensión de la Presidenci­a, de la clase política mexiquense y de sus adoptados. Con habilidad y falta de escrúpulos, Ricardo Anaya transformó al PAN en una herramient­a personal hasta confundirl­a, en beneficio propio, con el PRD y con MC. AMLO hizo un partido a su imagen y semejanza. Esa realidad puede ser electoralm­ente efectiva. Fuera de temporada electoral, en el proceso político normal, no es garantía de coherencia alguna en un Poder Legislativ­o engrandeci­do y gobernador­es que apenas electos en la práctica son independie­ntes de institucio­nes y poderes. En fin, a corto plazo se trata de ganar a cualquier precio, aunque al país se lo pueda tragar la incertidum­bre y el estancamie­nto, cualquiera que sea el resultado de este año.

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