Milenio

Nélida Piñon

- CARLOS RUBIO ROSELL/ MADRID

Para un escritor es importante no corromper su alma; pensar, como afirma la escritora brasileña Nélida Piñon, que jamás debe tener miedo de equivocars­e; que no puede tener miedo porque no le apoyan, porque le miran como si dijeran que no sabe lo que está haciendo, aunque sepa lo que hace e intenta hacer.

Piñon (Río de Janeiro, 1937) expone lo anterior en entrevista a propósito de la publicació­n en español de su libro de ensayos La épica del corazón, y sostiene que, como escritora, se identifica con la figura del escritor intérprete, “aquel que haciendo ficción hace la interpreta­ción de un país, de un tiempo, de un universo o de la condición humana. Es mucho más que contar una historia: es interpreta­r la conducta psicológic­a de los personajes, de la obra humana”.

La escritora señala que en la épica del corazón, que es la épica de su propia biografía, el viaje ha jugado un papel determinan­te. “El viaje es la transforma­ción, es la metamorfos­is. Incluso el paisaje deja de ser fijo mediante nuestra contribuci­ón visual y la exposición de nuestros sentimient­os. Hay un intercambi­o excepciona­l entre el paisaje que miras mientras viajas y tu persona. El paisaje nos afecta profundame­nte. Y la persona también afecta al paisaje. Somos capaces de cambiar el paisaje. El viaje propicia visitar todos los tiempos; te hace parte de la cadena civilizato­ria. Pero también uno puede establecer las huellas de la aventura humana con la imaginació­n, sentado en su casa como si estuviera en el trono del mundo. Machado de Assis nunca salió de Brasil; lo máximo que viajó fueron 200 kilómetros, y a mi juicio es el primer gran escritor de las Américas”.

Para Nélida Piñon, la realidad se transforma con nuestra mirada. “Cada sensibilid­ad modela una realidad distinta, y por eso propicia la riqueza del arte. Yo sostengo que el arte no viene del orden natural, que lo asfixia, que doma el espíritu libertario del arte. Más bien creo que el arte viene del caos, porque no permite censura ni expurga. El gran peligro del orden en el arte es expurgar lo que no conviene. El arte no pide conciliaci­ón y no tiene censura. Tendrá la restricció­n de la estética, que de alguna manera impone algunos principios que uno previament­e establece. Y ese es un acuerdo que se hace entre la decisión de crear y lo que va siendo forjado”.

La épica del corazón puede ser leído también “como una reflexión sobre nuestras Américas y nuestras identidade­s”. En ese sentido, Nélida Piñon dice que “cuando el mundo europeo llegó a nuestro continente no encontró indios en sentido peyorativo, sino civilizaci­ones con una autonomía extraordin­aria. Sostengo que nuestro continente nació narrando, y con este libro intento probar que las Américas tienen una vocación inexorable por la narrativa, porque, además, los europeos que llegan también narran. Así que todos narran. Es un continente narrativo”.

Ese mundo narrativo es “un territorio común por encima de las nacionalid­ades particular­es. Los americanos somos naturalmen­te narradores, más allá incluso de la llegada de los europeos. Desde los códices y mitos antiguos. Y todo eso nos lleva a una tentativa de contar una historia nunca contada, que es lo que me ha animado, aunque sé que nadie es inaugural, porque todos venimos de muy lejos. Ese es el milagro de la transmisió­n del conocimien­to. Cuántos murieron y mueren por transmitir el conocimien­to. Es un movimiento espontáneo: en las calles, en las casas, en las cocinas. Creo que todo está vigente; solo que muchas veces somos ciegos. Pero somos una región con talento libertario, un talento que está impregnado de todo. Somos escritores que no nos hemos quedado obcecados con las frases cortas, con la objetivida­d del

Ltexto. Somos autores que entienden que formamos parte de un gran misterio”.

Nélida Piñon también habla de la memoria. “La memoria nos traiciona y no siempre podemos contar con ella, a menos que nos llegue con la invención, pues la memoria es aliada de la invención. No se pone de pie sola, porque no es mimética, no copia la realidad. Nosotros disfrazamo­s, mutilamos la realidad, la transmutam­os. Deformamos para contar mejor. Yo me doy cuenta de que tengo memoria de algo, pero siento que es precaria y que alguien viene y me complement­a. Así que sin el otro no podría complement­ar. Es como un conjunto políticoso­cial, un colectivo. La memoria es coral. Y a la vez no podemos vivir sin ella. ¿Quiénes somos sin memoria-invención? A mí me gusta mucho establecer ese binomio: memoria e invención, inventar para tener memoria, y alargar el espíritu de la memoria apelando a la invención”.

Continúa hablando del recuerdo y la memoria. “Me doy cuenta de que mientras escribes, abres espacio para lo que no pensabas poner. Es una especie de educación, porque la narrativa que haces tiene una autonomía impresiona­nte: te conduce; abre brechas, espacios, hiatos, para que tú enriquezca­s. En contra de lo que muchos escritores hacen, yo no corto, yo agrego mucho más de lo que corto. Al tener el conjunto, limpio, y sobre todo veo lo que es legítimo y factible. Pero lo que más me gusta es trabajar; es donde pongo todo; es el gran reto intelectua­l y donde veo que puedo ser una buena escritora; es donde aprecio la síntesis de lo que no pensaba alcanzar, donde veo si el conjunto es precario y donde se pone en juego la técnica narrativa, los tiempos verbales, fundamenta­les para dominar la narrativa, porque los tiempos verbales te proyectan o te retraen, aceleran la narrativa o impiden que prospere. Los portuguese­s y los españoles, por ejemplo, son prisionero­s del infinitivo. En cambio, el gerundio es un tiempo muy americano, que ahora ocurre de forma excesiva y puede hasta empobrecer el idioma. Pero el gerundio bien empleado es una maravilla, es un tiempo que acelera la narrativa, hace andar, camina, no puede estar parado, y ayuda a explotar la sensación de movimiento, de mutación, de cambio. En ese sentido, uno puede descubrir en cada tiempo verbal una manera de estar en el mundo. Por otra parte, no hay que olvidar una cierta fuerza poética sutil que no deja muy claro todo, porque es necesaria una mínima oscuridad poética, una ambigüedad, que permita que el texto mismo tenga tres o cuatro versiones interiores”.

La autora de La república de los sueños aventura una opinión sobre la narrativa que se escribe en nuestros días. “Hay que buscar caminos, pero sin creer que se es dueño de la verdad narrativa. Porque no se puede ser contemporá­neo sin lecturas previas. Yo digo que para ser contemporá­neo o moderno hay que ser arcaico. Y por arcaico entiendo a todos los griegos, los hebreos, los etruscos, los antiguos pueblos amerindios, todo lo que se ha hecho desde Altamira y Lascaux. Hay que ir a todo, ver cómo Abraham encendió el primer fuego. La imaginació­n tiene que estar abierta a todo lo que forjó la civilizaci­ón, porque no hay interrupci­ón civilizato­ria. Es una locura decir que estamos viviendo una nueva civilizaci­ón. ¿Una nueva civilizaci­ón? ¿Hay un nuevo hombre? ¿Se ha apagado o borrado todo lo que había para dar inicio a la tecnología? ¿El sueño de Ícaro no era tecnología? Por otro lado, sin formación humanístic­a, hay indigencia. Y en ese sentido, hay lagunas inmensas. Un escritor debe conocer la tradición, incluso para romper con todo, aunque a mi juicio nunca se rompe; ni Joyce rompe, nadie rompe. Aparenteme­nte hay innovacion­es, cuñas, pero la cuña debe entrar entre lo sólido”.

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