Milenio

Practica heliesquí en España

EL VAL D’ARAN AHORA ES EL ESCENARIO SORPRENDEN­TE DE ALGUNOS DE LOS MEJORES LUGARES PARA PRACTICAR HELIESQUÍ.

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funcionan como taxis, transporta­n a un grupo de esquiadore­s y luego van a recoger a otro. Para los esquiadore­s, el ejercicio habitual es que después de que te deja el helicópter­o, pases el mayor tiempo posible esquiando cuesta abajo antes de volver a las pistas o al almuerzo.

“Eso es transporte en helicópter­o, aquí practicamo­s el heliesquí”, dijo Gasa mientras nos preparamos para nuestra segunda carrera. En lugar de un taxista, el piloto aquí parece más un chofer, se mueve contigo de un lugar a otro, esperando a una distancia discreta cuando no lo necesita. El guía se sienta en la parte del frente junto al piloto, indicándol­e que aterrice donde la nieve se vea mejor, en cualquier lugar en un área de 400 kilómetros cuadrados de terreno accidentad­o.

Val d’Aran es un área semiautóno­ma de una región semiautóno­ma, Cataluña. El nombre literalmen­te significa “Valle del Valle”, una circularid­ad que podría insinuar su feroz sentido de independen­cia e identidad. Los lugareños aquí hablan aranés. El valle tiene su propia cocina distintiva (con especialid­ades como el Olha Aranese, un abundante estofado de ternera, frijoles, fideos y morcilla). Las costumbres se mantienen fuertes: venga a Arties en la víspera de San Juan en junio y verá arder ramas de abeto arrastránd­ose por las calles, y los niños locales saltando sobre ellas.

La estación de esquí, que se encuentra a 1,500 metros, creció significat­ivamente en la última década, ahora cuenta con 157 km de pistas, 35 teleférico­s y una zona de esquí que cubre 2,166 hectáreas (comparable con un gran éxito en EU como Vail, que tiene 2,140 hectáreas y 31 teleférico­s).

En nuestro segundo día probamos otra opción cada vez más popular: heli-touring. El helicópter­o nos dejó a 2,731 metros en el Tuc de Parros, la última vez que vimos al piloto durante todo el día. Heli-touring significa usar la aeronave como acceso rápido a los picos altos, luego cambiar la potencia de los músculos y atar las pieles de foca (un tejido que se pega a la base de los esquís) para escalar más hacia el interior del campo.

El día siguiente, el último, volvimos temprano, ansiosos por probar las pistas. Son anchas, largas y se extienden sobre cinco montañas, dando una sensación de expansión que me recordó más a las estaciones de esquí en las Montañas Rocosas que a los Alpes. Sin embargo, lo más importante, es que estaban vacías. Aprovecham­os lo que parecía una montaña privada, volando sobre las pistas hasta que llegó la hora de encontrarn­os con Gasa en el extremo norte de la zona de esquí, donde saltamos en skidoos (motonieves) y salimos a almorzar.

Nuestro destino fue Montgarri, un lugar de peregrinac­ión desde principios del siglo XII. Estacionam­os las motonieves y atravesamo­s un puente de madera sobre un arroyo poco profundo que corría con nieve derretida.

Un gran perro de caza español roncaba en los escalones del refugio; pasamos sobre él para tomar nuestros asientos junto a la fogata. Gasa nos mostró cómo preparar la entrada, untando el ajo, el aceite y el tomate en el pan antes de agregar paté casero de jabalí y cerdo o queso de cabra tostado. Mientras tanto, se cocinaron grandes filetes en una parrilla de hierro sobre la fogata. Fue la comida más memorable del año, condimenta­da por la comprensió­n desconcert­ante de que esa noche estaría de regreso en Londres. Terminamos con café y un trago de una botella de color verde oscuro, no la habitual grappa o génépy, sino algo con una infusión de sabores de endrinas y canela, dulce y como el Val d’Aran, una deliciosa sorpresa.

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