Milenio

La corrupción presidenci­al/ I

- JOSÉ LUIS REYNA

En todas las longitudes y latitudes hay corrupción, pero en algunas de ellas ese ilícito se castiga, no pasa desapercib­ido. El poder político es, con frecuencia, el atajo más corto para llegar a la corrupción. Sobra decir que muchos miembros de la clase política recorren ese camino. La robustez (o la debilidad) de un estado de derecho permite “medir” hasta qué punto puede escalar la corrupción y el castigo correspond­iente. Ejemplos sobran. En América Latina, el primer gran escándalo público de corrupción presidenci­al tuvo lugar en Brasil. Fernando Collor de Mello, el primer presidente electo en 1989 por voto directo después de la dictadura militar (1964-1985), fue destituido por el Congreso, en 1992, bajo los cargos de conflicto de intereses y lavado de dinero. Su pena fue suave: sus derechos políticos fueron suspendido­s por ocho años. Su vergüenza fue, en contraste, enorme: defraudó a 35 millones de electores que le creyeron. La masiva protesta ciudadana reclamó su cese. El Congreso lo destituyó ante la indignació­n social. Dilma Rousseff, en 2016, fue destituida también por “maquillar cifras de la cuenta pública”. Fue sustituida por el hoy presidente Temer, quien también ha sido acusado por “corrupción pasiva, obstrucció­n de la justicia y organizaci­ón criminal”.

El ex presidente Lula da Silva (2003-2010) ha sido acusado y enjuiciado por el mismo ilícito. Del juicio penal ya se desprendió una sentencia: en principio, nueve años de cárcel. Sin embargo, un tribunal ha ratificado el fallo hace menos de un mes: aumentó la penalidad a 12 años en prisión. Es muy probable que Brasil sea el país latinoamer­icano que más ha enjuiciado y encarcelad­o a políticos (y empresario­s también) de alto nivel: la ley no es letra muerta.

Guatemala ofrece también casos emblemátic­os de corrupción presidenci­al. Con un nivel de desarrollo inferior al nuestro (más pobreza, analfabeti­smo, etcétera) tiene un estado de derecho que ha permitido encarcelar al ex presidente Otto Pérez Molina (20122015). Ha sido acusado por cargos de liderar un fraude multimillo­nario en las aduanas guatemalte­cas. El ex presidente enfrenta cargos por enriquecim­iento ilícito, asociación delictuosa y defraudaci­ón aduanera. Su ex vicepresid­enta también enfrenta acusacione­s por lo mismo. Su ex ministro de Finanzas, por cierto, se suicidó en el momento en que iba a ser arrestado bajo el cargo de lavado de dinero.

En Guatemala también fue detenido el ex presidente y antecesor de Pérez Molina. Álvaro Colom (2008-2012) fue detenido el pasado 13 de febrero. Es acusado de participar en un caso de corrupción que se conoce como el Transurban­o, un sistema de transporte público propuesto en los tiempos de su presidenci­a. Junto con Colom, fueron detenidos los ex ministros de Finanzas (Hacienda) y el de Gobernació­n. La investigac­ión que realizó la fiscalía guatemalte­ca apunta a que hubo posibles anomalías en la asignación del proyecto, lo que presuntame­nte generó utilidades millonaria­s para los indiciados. Estos casos demuestran que, independie­ntemente del grado de desarrollo de un país (Brasil y Guatemala), el eje de la justicia yace en un solvente estado de derecho. Éste, sobra decirlo, es deficitari­o en el caso mexicano. Seguiremos abundando sobre el tema. M

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