Todos a Morena y se acaba la “mafia del poder”
Por lo visto, todos somos bienvenidos sin reservas en el partido de la llamada “Regeneración”. La nación, en efecto, se va a regenerar con sujetos de la calaña del Napito y otros especímenes de parecido pelaje.
Caramba, ni por guardar las apariencias les cierran las puertas a los más impresentables: en Morena reciben cobijo priistas recalcitrantes, derechistas en busca de prebendas, izquierdosos de siempre, politicastros caídos en desgracia, lidercillos sindicales corruptos, periodistas sectarios, agitadores profesionales y, hay que decirlo también, bastante gente decente que tú te preguntas cómo es que logra acomodar su conciencia a la realidad de una estructura totalmente piramidal en la que manda un caudillo, rodeado de sus vástagos, sin rendirle cuentas a nadie.
Pero, miren, así son las cosas y al respetable público no le incomoda que el patrón exhiba modos de déspota en ciernes: que lleve años enteros en precampaña, en intercampaña, o en declarada campaña es un tema que no preocupa a las masas; tampoco que arremeta contra nuestros militares y que acuse aviesamente a los marinos y a los soldados de perpetrar abusos cuando lo único que están haciendo es cumplir con funciones que no les tocan y que en realidad no quieren desempeñar; ni mucho menos que reciba con los brazos abiertos a los mismísimos beneficiarios de ese antiguo sistema clientelar y corporativista que nos ha condenado, y nos sigue condenando, a la desigualdad, al subdesarrollo y a la pobreza.
Enrique Peña no podría ya siquiera pronunciar un discurso si sus hijos se hubieran aupado a posiciones de poder en la estructura del PRI; a Ricardo Anaya lo condenarían lapidariamente si llevara más de diez años viviendo sin explicar la proveniencia de sus recursos; a Meade lo lincharían en las redes sociales si se hubiera aliado con las organizaciones políticas de la derecha más cavernaria e intolerante; en fin, lo que para todos los otros es motivo de escarnio, para el jefazo de un partido a modo es no sólo algo automáticamente perdonable sino que deviene en una cualidad personal, en una virtud.
Y, oigan, no hemos terminado de ver el desfile de chaqueteros… M