Milenio

Cambios de piel. El PRI

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

El motor de la democracia mexicana fue acabar con el PRI. Pero no acabó con él, ni en los hechos ni en el imaginario político. El PRI siguió siendo todos estos años (2000-2018) el enemigo a vencer.

Cuando perdió la Presidenci­a en 2000, el PRI era el referente de lo que la democracia mexicana debía derrotar. Lo derrotó parcialmen­te: lo sacó de Los Pinos, pero no del poder.

Cuando el PRI quedó en tercer lugar, en 2006, la izquierda, segundo lugar en aquellas elecciones, se retiró de la política y dejó al PRI cogobernar con el PAN. La izquierda revivió al PRI.

El triunfo de Peña Nieto en 2012 mandó el mensaje de que el PRI volvía intacto al poder.

Quizá los votantes de hoy se estén to- mando una segunda revancha contra su aborrecido dinosaurio del año 2000.

El nuevo (pero viejo) gobierno priista de Peña Nieto estableció el menú de reformas más importante­s que haya tenido el país, desde la firma del Tratado de Libre Comercio con América del Norte, en 1994.

Luego ese mismo gobierno, por vía de sus gobernador­es priistas y sus secretario­s, desplegó un concierto de corrupción e ineficacia, difícil de igualar, hasta el punto de, hace unos días, izar la bandera con el escudo al revés.

El nuevo (viejo) gobierno priista sintió el rechazo de la nueva (vieja) aversión al PRI. Huyendo de ella, hizo candidato presidenci­al para 2018 a un notable funcionari­o público, José Antonio Meade, que no es miembro del PRI.

La adversidad del PRI es que tiene al mejor candidato para garantizar la continuida­d de las reformas que hizo en estos años, pero sus reformas no son populares.

No convencen como promesa de cambio, pues se trataría de continuarl­as, ni vencen las malas cuentas que entrega del nuevo (viejo) PRI como partido gobernante.

Es posible que el PRI haya dejado de ser el adversario a vencer en la partidocra­cia mexicana y esté caminando hacia la posición de un partido minoritari­o. El partido mayoritari­o emergente es Morena. Este es quizá el cambio mayor de la partidocra­cia mexicana, salvo que Morena pueda ser una vuelta al viejo PRI.

Lo cual querría decir que los prinosauri­os mexicanos no tienen remedio histórico. No todavía. M

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