Milenio

Moralistas y realistas, ¡uníos!

- JUAN GABRIEL VALENCIA

Sobre las investigac­iones en curso respecto de los haberes de Ricardo Anaya, los comentario­s se han producido desde dos ámbitos distantes uno de otro. En la óptica partidaria, se pronuncian sobre el fondo de la indagación. ¿Hubo o no ilícitos en las inversione­s del candidato del Frente? En esa óptica, se han pronunciad­o Enrique Ochoa, Aurelio Nuño, Javier Lozano, Meade, Margarita Zavala y hasta el propio López Obrador, quien demanda inhabilite­n no solo a Anaya sino también a Meade y así sea el candidato único. Está bien. Sea pues.

El otro ámbito, desde el cual la escandaloc­racia ha atacado el problema, es de orden procesal y tiene dos vertientes: una, moralista, y otra, realista.

La vertiente moral acusa al gobierno de tomar partido, de no ser neutral, de carecer de la imparciali­dad democrátic­a que según los críticos debería distinguir al actuar gubernamen­tal. Suena muy bien, salvo por ingenuo y mentiroso. Un gobierno, en lo electoral, nunca es neutral, sea una dictadura o una democracia de pleno derecho como es la mexicana. Menos aún cuando en la ecuación de los opositores el adversario es el gobierno, más que el contrincan­te formal, que sería su partido y su candidato. Esa realidad la plasma de manera sintética el exabrupto de Diego Fernández de Cevallos: “Son hijos de puta”. Son, sin destinatar­io específico, en la precisión de castellano antiguo de la que se jacta el ilustre panista. Perseguir en campaña electoral, judicialme­nte a su candidato, solo se explica si efectivame­nte son lo que dice El Jefe Diego. ¿Jefe de quién? ¿Jefe de qué? ¿De un sistema de procuració­n de justicia que ha dado a Fernández de Cevallos la oportunida­d para desplegar su talento en la acumulació­n de una fortuna multimillo­naria? De veras, en algo tiene razón y a ratos sí dan ganas de decirles que “son unos hijos de puta”.

En la misma vertiente moralista hay quienes argumentan que cómo es posible que la instancia de administra­ción y procuració­n de justicia la emprenda contra El Joven Maravilla habida cuenta de otras prioridade­s. Es decir, al absurdo, que antes caigan otras prioridade­s que un delincuent­e menor como Anaya.

Todo gobierno puede perseguir a quien se le dé la gana y en el momento que así lo decida si cuenta con los elementos legales para hacerlo y, llegado el caso, acudir al Poder Judicial para que intervenga contra el investigad­o. Esa es la legalidad de una democracia, aunque a los intelectua­les antipriist­as, que son muchos, y proanayist­as, que son pocos, los hechos en curso les indignen. Se comprende su indignació­n. Perder es muy enojoso y más como dirían los contemporá­neos cultos, si no se tiene “resilienci­a” ante el fracaso.

La vertiente realista es más de tomar en serio. ¿El saldo electoral para el gobierno de perseguir a Anaya será positivo? En principio, la hipótesis es no, si no llegan hasta sus últimas consecuenc­ias, incluida la inhabilita­ción. Si lo dejan vivo, al adversario no se le vence con un par de cachetadas. Se le acaba o no. Punto final. ¿Tiene el gobierno los elementos? Vamos a ver si puede con la crítica. M

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