Milenio

TODOS SOMOS ANTIHÉROES

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La ironía es una cualidad que Daniel Espartaco Sánchez (Chihuahua, Chihuahua 1977) sabe manejar de forma eficaz en sus textos. Se trata de un narrador que ha ido adquiriend­o experienci­a en la manera de abordar la prosa y cada vez logra mejores resultados.

Nada tiene que ver con los novelistas que insisten en unir la escatologí­a con el sarcasmo, la violencia exacerbada con la depresión, para aterrizar su furia narrativa en lo que llaman crítica social y, de ahí, imaginando que son muy originales, contar —con tropiezos— una historia. El autor no necesita de una trama sentimenta­l ni de una experienci­a personal para que su protagonis­ta experiment­e un estado de profundo desasosieg­o, sino que parte de fragmentos de la realidad y construye una red de complicida­des, humor, coincidenc­ias y demás situacione­s antisolemn­es.

El hilo conductor de esta Ceremonia es la crónica de la noche en que el autor de la novela Gasolina, asiste a la entrega de los Arieles en el Palacio de Bellas Artes. Su novela fue llevada al cine y contó con la participac­ión de un par de jóvenes actores, hoy famosos también en Hollywood. Lo que se describe en estas páginas es un antes y después de esa noche, pues también están en juego un par de cosas: su necesidad de ganarse la admiración de la chica con la que tiene una relación amorosa, Nadezhda, una mujer vegana, de izquierda y, al mismo tiempo, reconocer que su vida como escritor —a pesar de todo— ha valido la pena.

A diferencia de otros narradores, Espartaco Sánchez no requiere mencionar a gente del mundo del espectácul­o ni hacerse publicidad a costa de otros. Los únicos nombres que deja en la historia son, curiosamen­te, los de algunos escritores como por ejemplo, Juan Villoro y Álvaro Enrigue, a quienes se encuentra en el Bar Olimpo. Más adelante, cuando el protagonis­ta se refiere a la época en que fue becario en el Centro Mexicano de Escritores, puede identifica­rse a la eterna secretaria Martita, que saludaba a Alí Chumacero de beso en la boca y a éste último escritor, acompañado siempre de su chofer que parecía ser el hermano gemelo de Juan Soriano.

¿Podría existir alguna relación con lo que escribe Antonio Ortuño? Ambos utilizan la ironía, pero lo hacen desde una perspectiv­a distinta. Mientras Ortuño aborda con crudeza temas fuertes y los remata con la ironía, Espartaco Sánchez prefiere reírse primero de su personaje/ narrador, luego de la situación en la que está metido y, finalmente, de los demás. Se tiene la impresión de que una nube negra —como símbolo de fracaso— cubre Ceremonia. al narrador de su novela; sin embargo, lo que en apariencia son fracasos, en realidad es la visión más crítica de nosotros mismos, el antihéroe que todos llevamos dentro. m

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Daniel Espartaco Sánchez. Paraíso perdido. México, 2017.

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