Milenio

La envidia según Spinoza

- PENSAR Paulina Rivero Weber

Hace unos 30 años no era sencillo encontrar textos sobre Spinoza: hoy este filósofo del siglo XVII ha sido revalorado gracias a los avances de la neurocienc­ia. Hay algo que le interesa a esta nueva disciplina, que Spinoza comprendió a la perfección: las emociones.

Considerab­a este filósofo que toda emoción deriva del deseo y su relación con dos afectos básicos: la alegría y la tristeza. Con esta última, está relacionad­a la envidia, que él definió como “el odio que lleva al individuo a entristece­rse por la felicidad del otro y a gozar con su desgracia”.

Envidia, del latín invidia, deriva de in videre, esto es, colocar en algo (in) la mirada (videre). De ahí la superstici­ón acerca del “mal de ojo”: la idea del daño que ciertas personas pueden hacer, al ver a otras con envidia.

Lo contrario de este sentimient­o sería alegrarse con la felicidad ajena y sufrir con sus pesares. Pero es notable no encontrar una palabra apta para designar cabalmente esa doble función: magnanimid­ad, solidarida­d, compasión, generosida­d… Quizá sea tan escasa esa actitud que no tenemos un concepto que le designe de manera completa.

Un concepto cercano podría ser el griego com-pasión: el “com-pathos”. El pathos es la pasión en el sentido griego: “lo que le sucede” al otro. Pero en nuestra lengua “compasión” consigna al hecho de sentir tristeza por la desgracia ajena, no remite a la alegría.

Compartir la felicidad sería congratula­rse. Este concepto es un compuesto del prefijo latino con, que revela la acción en su completud (como diría Octavio Paz) y gratus: grato. Indica la capacidad de sentir de manera grata o agradable el triunfo ajeno.

Lo cierto es que envidia solo se cura con el contento de sí. Los eremitas daoistas de la antigua China subrayaron la importanci­a de estar contento con lo que se tiene y con lo que se es.

Curiosamen­te resulta que el mal de ojo es una realidad en otro sentido; amarga y hace daño no al mirado, sino al que ve; es decir, no el envidiado, sino al envidioso. Como podría decir Fray Luis de León: dichoso el humilde estado de aquel que vive con poco, ni envidioso, ni envidiado. m

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