Milenio

Rafael Cadenas, ganador del Premio Reina Sofía

- POR PRIMERA VEZ PARA UN VENEZOLANO EFE/Madrid

Es autor del poema “Derrota”, que se popularizó en España y América Latina

El venezolano Rafael Cadenas fue galardonad­o ayer con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoameri­cana, en la edición 27 del galardón más importante de este género que concede Patrimonio Nacional de España y la Universida­d de Salamanca, por “habernos regalado dudas, certezas y reflexione­s sobre la palabra”.

El galardón, dotado con 42 mil 100 euros, tiene como objetivo reconocer el conjunto de la obra de un autor vivo que, por su valor literario, constituye una aportación relevante al patrimonio cultural común de Iberoaméri­ca y España.

Según expresó la escritora y miembro del jurado Berna González Harbour, Cadenas es “un hombre que ha sabido regalarnos dudas, certezas, palabras, reflexione­s sobre la palabra; que tuvo que exiliarse ya muy joven (...) y la poesía de aquellos años se ha convertido en una de todos los exilios, de los interiores y de los exteriores”.

El también miembro del jurado, Luis Alberto de Cuenca, añadió que Cadenas “representa la voz de los demás, una voz épica que está en la línea de Walt Whitman”.

Para Alfredo Pérez de Armiñán, presidente de Patrimonio Nacional —quien recordó que por primera vez este galardón recae en un autor venezolano—, la obra de Cadenas “no solo merecía el premio sino que enaltece al propio premio”.

Desde muy joven, Cadenas (Barquesime­to, Venezuela, 1930) combinó la literatura con la política, lo que le llevó a militar en el Partido Comunista de Venezuela, ser encarcelad­o y vivir en el exilio durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, en la década de los 50. Un hecho que lo hizo exiliarse a la isla de Trinidad hasta 1957.

Hoy, a sus 88 años, es uno de los escritores más importante­s de Hispanoamé­rica, autor del poema “Derrota”, que se popularizó en España y América Latina.

Ricardo Rivero, rector de la Universida­d de Salamanca, que acogerá la entrega del galardón el 23 de octubre con la presencia de la reina Sofía, dijo que Cadena “no solo es un intelectua­l de primer orden sino que representa a un país como Venezuela, que en sus circunstan­cias requiere ejemplos humanos a seguir como él”. m

En una época en que pocas cosas son tan naturales como asistir a un concierto de rock, con la compra de boletos anticipada, sin filas ni empujones, la llegada tranquila en automóvil a un estacionam­iento propio o cercano a la sede, asientos numerados y seguridad en el entorno, acaso hasta el consumo de un par de chelas dentro del recinto, en una época así, decía, acudir al Corona Hell and Heaven en el Autódromo es una hazaña.

Todo comienza con la saturación de los espacios de estacionam­iento, aunada al tráfico normal de viernes por la tarde-noche, que hace descartabl­es el uso de auto propio y el Uber, obligando al público a llegar por la vía que en el papel luce la más expedita y adecuada: el Metro. Los aguaceros de mayo, sin embargo, no solo han complicado la circulació­n vehicular, también provocan largas, interminab­les paradas de los convoyes de la Línea 9, lo que representa una hora de traslado de Patriotism­o a Ciudad Deportiva.

Una hora en la que los empujones y el bochorno, más la tonta idea de abrir las puertas de ambos lados en la estación Chabacano, devienen en grescas y el vagón se convierte en una pequeña jaula para modernos gladiadore­s, cuando, después de los embates de quienes ingresan por los dos flancos, un joven alto y fuerte atiza un golpe a un pequeño adolescent­e que lo ha importunad­o en medio del tumulto. Golpe que no se queda así, pues una señora, aún más pequeña que el joven agredido, confronta al abusivo con gritos y vituperios, lo que le gana la aprobación del resto de viajeros, uno de los cuales, en medio de los apretujone­s, iza su mochila y tunde en la cabeza al hombre que, en un parpadeo, se ha convertido en el villano de la telenovela y sale expulsado a empujones.

Una hora después, decíamos, el Metro llega a la estación Ciudad Deportiva, justo frente a las puertas 6 y 7, donde se arremolina­n los revendedor­es de boletos y los ambulantes que ofrecen plásticos para cubrirse de la lluvia, que no cesa y no cesará las próximas cinco horas. Sin embargo, el hecho de que la entrada señalada en el boleto coincida con la que se tiene enfrente solo es un espejismo, pues hay que caminar durante 45 minutos bajo la tormenta para atisbar los primeros escenarios del festival.

Justo a las 9:50 están cerrando su participac­ión los suecos de Sabaton, cuyo vocalista aplaude a la concurrenc­ia por aguantar a pie firme el “clima de mierda”, y la masa comienza a moverse a los escenarios estelares, donde a las 10 en punto aparece en las pantallas Ian Paice con sus poderosas batacas delineando la introducci­ón de “Highway Star”, que prende a las 80 mil almas metaleras reunidas para el cierre de la primera jornada del Hell and Heaven.

Con hora y media de tiempo a su disposició­n, Deep Purple decide un embate con cuatro rolas sin respiro, pura clásica: “Pictures of Home”, “Rat Bat Blues” y “Strange Kind of Woman”, antes del break para saludar a la concurrenc­ia y seguirse de filo con “Knocking at Your Back Door”, “Space Truckin’”, “Perfect Strangers”, “Black Night” y algunas más antes del encore ideal con “Smoke on the Water” y “Hush”. Los papás del metal, con Gillan en la voz, Morse en las seis cuerdas, Glover en el bajo y Airey en los teclados, han dado cátedra una vez más.

Sin preámbulos, bajo la pertinaz lluvia, faltando 30 minutos para la medianoche aparecen los monstruos de Scorpions, otros asiduos a los escenarios nacionales, con el despliegue de una obra que rebasa las cuatro décadas y, a diferencia del austero aspecto de los Purple, a estos alemanes no les hace mella la edad y se esmeran en sus atuendos, pieles y mezclilla, colores vivos, gorras, un juego de luces e imágenes en el escenario y las pantallas gigantes.

Ya pasadas las 12 de la noche empiezan a volar vasos con líquidos que difícilmen­te son restos de cerveza y el olor a mota ha impregnado el agitado entorno, en el que la multitud ya roquea como un huracán al ritmo que le tocan Klaus Meine con la voz y Rudolf Schenker y Matthias Jabs con las cuerdas. “Black Out”, “Winds of Change” y “Big City Nights” son las más aclamadas junto con “Still Loving You”.

Así, con el poder de Scorpions retumbando termina la primera jornada metalera, que verá al día siguiente a otros próceres de mismo linaje, Judas Priest y Ozzy Osbourne, pero ahora queda buscar la salida, otra hora a pie, la lluvia incesante y el reto de hallar transporte, pues el Metro ha cerrado y es imposible que un Uber se acerque. Magda, Lizzie, Pablo y el fusilero, por eso, cruzan la calle y se cuelan en un microbús que promete viaje al Metro Chapultepe­c por la módica suma de 40 pesos por cabeza. La noche acaba en el Borrego Viudo con una dotación de suadero y otra de pastor, el consabido tepache de por medio, en la taquería after más famosa de Chilangola­ndia. m

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