Milenio

Ingenuidad­es

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

La idea de la corrupción piramidal es vieja. La idea de que la corrupción sube de escalón en escalón hasta el Presidente de la República. Es vieja, y nunca fue muy razonable. Pero era parte del sentido común en el antiguo régimen, una de las piezas básicas de la retórica de oposición, y un corolario lógico de la fantasía de la omnipotenc­ia presidenci­al (que tuvo notables padrinos, por cierto).

A esa idea correspond­e, lógicament­e, la del combate piramidal, es decir, generaliza­r la honestidad de escalón en escalón a partir de la honestidad del Presidente de la República. Que es lo que propone López Obrador. Igual que cualquiera, él sabe que para controlar, o reducir o limitar la corrupción no basta con que el Presidente sea honrado. Pero también sabe que es importante que lo diga.

Lo más amable que se ha dicho al respecto es que es una idea ingenua —y lo es, sin duda. La alternativ­a madura, sensata, reflexiva, consiste en crear, o poner a funcionar institucio­nes, porque es lo que se hace en una sociedad moderna (y si se puede, con un órgano autónomo). Bien. Lo que pasa es que entre nosotros, en este momento, el problema son las institucio­nes, el problema es que por buenas y malas razones están enterament­e desacredit­adas las institucio­nes. Solo hay para imaginarse el atractivo que tendría como promesa de campaña decir que se instruirá al Ministerio Público para que actúe con energía, o que se creará una fiscalía especial o se respetará al poder judicial. Si se piensa un poco, acaso parezca igual de ingenuo.

No es por casualidad que Ricardo Anaya, para dar alguna credibilid­ad a su propuesta haya tenido que convertirl­a en una amenaza personal.

López Obrador está haciendo una campaña contra el PRI. Pero una campaña clásica, contra el PRI imaginario de los años de la transición. En lo que denuncia y en lo que promete, su retórica depende de aquella cultura política, la cultura de nuestra transición, que sigue siendo igual de vigente, con todas sus fantasías —empezando por la del poder del Presidente. En el fondo, su mensaje es tranquiliz­ador. Nada es irreparabl­e, no hace falta una gran persecució­n ni cambiarlo todo de arriba abajo. Basta que el Presidente sea honrado. M

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