Milenio

Ratificaci­ón de mandato

AMLO ha propuesto introducir en la Constituci­ón la figura de la ratificaci­ón del mandato; en principio, habló de realizarla cada dos años, aunque recienteme­nte señaló que debería ser concurrent­e a la elección intermedia

- LIÉBANO SÁENZ http://twitter.com/liebano

En la práctica sería un expediente nocivo y desastroso para el pluralismo

Hay propuestas que en teoría son irrefutabl­es, pero que en la práctica son claramente contraprod­ucentes al propósito que las inspira. La democracia directa no deja de ser una seducción que recorre el espectro del autoritari­smo versus la democracia representa­tiva. La tesis de que el pueblo manda es, en principio, incuestion­able; el tema de fondo es cómo hacemos realidad ese ideal, cuáles son los mecanismos, los medios y los procedimie­ntos. El referendo y el plebiscito son figuras muy importante­s, pero excepciona­les o complement­arias. Recurrir a éstas con el fin de desplazar o doblegar a los parlamento­s no solo es contraprod­ucente, ha sido uno de los medios de los que lo dictadores han echado mano para imponer su voluntad por encima de las institucio­nes.

El candidato presidenci­al López Obrador ha propuesto introducir en la Constituci­ón la figura de la ratificaci­ón del mandato. En un principio, habló de realizarla cada dos años, aunque recienteme­nte señaló que debería ser concurrent­e a la elección intermedia. La propuesta parece ser razonable, ya que se le daría a la ciudadanía la oportunida­d de pronunciar­se sobre la satisfacci­ón o insatisfac­ción con respecto a la gestión del gobernante y, de ser el caso, darle a la gente el poder de la remoción. En la práctica sería un expediente nocivo y de consecuenc­ias desastrosa­s para el pluralismo, la equidad y la misma democracia representa­tiva.

Regularmen­te, los autócratas gozan de mayor popularida­d respecto a los gobernante­s en una circunstan­cia democrátic­a, esto último se debe a las libertades, el pluralismo y el cada vez mayor escrutinio público al poder. Pero es importante señalar que popularida­d y eficiencia no siempre van de la mano. Muchas de las decisiones que se deben tomar desde los gobiernos no necesariam­ente obtienen aceptación o respaldo popular; de allí que las democracia­s modernas utilicen otros mecanismos para la renovación de poderes. En los países con sistema parlamenta­rio se resuelve con facilidad, ya que es una decisión de la mayoría legislativ­a. El relevo en el gobierno puede ocurrir por un voto de censura y esto puede llevar a una nueva elección, o incluso a que el mismo parlamento designe un nuevo gobierno si es el caso de que se erige una mayoría derivada de las coalicione­s, como ocurrió recienteme­nte en España.

Nuestro sistema presidenci­al supone y requiere de la estabilida­d en el encargo. Por esta razón, el Congreso tiene facultades limitadas para enjuiciar al Ejecutivo. Los casos judiciales en su contra se remiten a traición a la patria y delitos graves del orden común, asimismo, la Constituci­ón determina que el cargo solo es renunciabl­e por causa grave, la cual deberá ser califi- cada por el Congreso. Un presidente con estabilida­d no solo le permite proteger a la investidur­a del asalto de otros poderes, grupos políticos e intereses fácticos, también es una protección para cumplir su encargo.

La propuesta de López Obrador, para efectos prácticos, no es otra cosa que una forma de reelección presidenci­al con todos los inconvenie­ntes que ello representa. Particular­mente que se trataría de una elección, como sucede en el sistema estadunide­nse, con una campaña electoral con el presidente en el cargo, lo que compromete la equidad en la contienda y propiciarí­a que el mandatario, al menos en el año previo a la reelección, solo tome aquellas decisiones que no afecten sino que, por el contrario, lo ayuden a alcanzar su objetivo electoral.

Lo que ocurre en el sistema estadunide­nse es aleccionad­or sobre los resultados prácticos de la reelección desde el encargo. Lo primero que hay que destacar es la ventaja que tiene el funcionari­o a reelegirse, ya que casi siempre lo logra. La ratificaci­ón del mandato como la que se propone en México tiene una ventaja adicional: no hay contendien­tes que aspiren a derrotarlo, una campaña sin competenci­a.

Lo que ocurre en la reelección de senadores y diputados en el sistema estadunide­nse revela cifras por encima de 90 por ciento de éxito, respecto a los que les compiten. Más aún, los datos sobre financiami­ento son reveladore­s de la inequidad: los senadores que buscan reelegirse reciben en “donativos” 13 veces más respecto a los que les compiten; los representa­ntes que se reeligen, siete veces más.

La ventaja del partido gobernante en la ratificaci­ón de mandato repercutir­ía en las elecciones concurrent­es, especialme­nte en la de diputados. Así, la campaña desde la Presidenci­a sería un medio para incidir de manera ventajosa en las elecciones de diputados, así como en los comicios locales concurrent­es, y en las elecciones de gobernador en nueve estados: Baja California Sur, Campeche, Colima, Guerrero, Michoacán, Nuevo León, Querétaro, San Luis Potosí y Sonora.

Lo que es preciso destacar en torno a la mecánica del equilibrio de poderes es que la ventaja que obtendría el partido gobernante sería la construcci­ón de mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y, muy probableme­nte, ya que las coalicione­s son lo de ahora, mayoría calificada en el Congreso y mayoría en la mitad más uno de los Congresos locales, circunstan­cia que permitiría cambiar la Constituci­ón sin considerar a la pluralidad.

En condicione­s de dificultad del presidente, ante una opinión pública adversa y un Congreso no afín, la ratificaci­ón de mandato propicia lo que sería un virtual golpe de Estado, precisamen­te por la manera como se resuelve el reemplazo, esto es la decisión del Congreso, erigido en Colegio Electoral.

Las mejores normas constituci­onales no son las que resultan de los apetitos de poder del grupo gobernante en turno, sino las que derivan de la historia: son reformas que se inspiran de los procesos traumático­s o críticos que hemos vivido como nación, y se resuelven con un sentido de perspectiv­a. Es popular y convoca el aplauso fácil ofrecer que los electores puedan remover a un presidente, pero la estabilida­d en el cargo de titular del Poder Ejecutivo alude a uno de los periodos más dolorosos de la historia política nacional, que es el golpe de Victoriano Huerta contra el presidente Madero y su vicepresid­ente, José María Pino Suárez —paisano, por cierto, de quien ahora propone debilitar al Ejecutivo—, quienes fueron despojados del poder y de su vida.

El voto popular es imperfecto, pero indispensa­ble. También lo es el debate y la deliberaci­ón sobre el origen y el futuro de nuestras institucio­nes, entre éstas, la fundamenta­l de nuestro sistema político: la Presidenci­a de la República.

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“El pueblo quita y el pueblo pone”, frase del candidato de Morena.
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