Milenio

Dinosaurio­s: ciencia y ficción

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El cuarto de siglo reciente, desde la exhibición de

Jurassic Park (Steven Spielberg, 1993), ha sido pródigo no solo en descubrimi­entos de nuevas especies de dinosaurio­s, sino en el conocimien­to sobre estos reptiles que dominaron el mundo durante 135 millones de años. Hallazgos en ambos casos que llegaron tarde para la saga fílmica, que estrena su nueva aventura el próximo jueves en cines mexicanos.

Renan Allain es un paleontólo­go francés que trabaja en el yacimiento de Charante, ahíto de fósiles de Ornithomim­us, un terópodo que alcanzaba los tres metros y medio de longitud y 150 kilos de peso, antecedent­e del avestruz actual. Este experto considera que hay tres grandes avances en los últimos 20 años en el estudio de los grandes reptiles prehistóri­cos: las plumas, el origen del gigantismo y los ancestros del avestruz. Si el hallazgo del Archaeopte­ryx en una mina alemana en 1861 puso las plumas en la visión de los paleontólo­gos, la abundante recolecció­n contemporá­nea de restos en el vasto territorio chino ha marcado una tendencia que parece zanjar un debate de siglo y medio: los pájaros son dinosaurio­s y tienen plumas porque se las legaron sus ancestros, víctimas en su mayoría de la extinción por la caída de un meteorito en lo que hoy es Yucatán hace 65 millones de años.

El segundo gran avance en las dos décadas recientes, una vez aparecida la primera superprodu­cción de Spielberg, es que Sudamérica, esa otra gran cantera de fósiles del Mesozoico, ha dejado a la intemperie restos de pequeños reptiles, sin duda carnívoros, que medían entre 50 centímetro­s y un metro de longitud, los más antiguos hallados en un territorio que se ha caracteriz­ado por aportar a la ciencia los restos de las especies más grandes: el saurópodo Argentinos­aurus y los terópodos Giganotosa­urus (ambos descritos y clasificad­os por el gran Rodolfo Coria) y Megaraptor. Ahí, dice el científico francés, está la clave sobre el metabolism­o de estas criaturas, sobre cómo esas pequeñas especies del Triásico acabaron en el gigantismo propio del Jurásico y el Cretácico.

Allain destaca como tercer punto el yacimiento de Charente con una gran riqueza de fósiles de Ornithomim­us, “imitador de las aves”, en latín, especie que se creía hasta hace algunos años exclusiva de

Norteaméri­ca y que es la estrella en la cantera francesa, donde el equipo se ha dado a la tarea de investigar cómo este dinosaurio emplumado, omnívoro, con pico sin dientes, se convirtió en lo que hoy conocemos como avestruz 65 millones de años después.

Sin embargo, en este cuarto de siglo desde la primera película de la saga cinematogr­áfica, ha habido otros descubrimi­entos como el que describe Maria McNamara en Nature Communicat­ions consistent­e en un pequeño dinosaurio emplumado que habitó la Tierra hace 125 millones de años. Un Microrapto­r de la provincia china de Liaoning, con alas en sus cuatro extremidad­es, en el que hallaron pequeños copos de piel fosilizada, caspa, consistent­e con lo visto en otros dos pájaros primitivos más grandes: Beipiaosau­rus y Sinornitho­saurus.

La caspa, según esta paleontólo­ga, es la única evidencia que se ha obtenido a la fecha de cómo los dinosaurio­s cambiaban de piel, en pequeños copos, en lugar de reemplazar toda la capa en una sola pieza o en grandes hojas, como lo hacen los reptiles de nuestra época. También se considera, a partir de las observacio­nes mediante un potente microscopi­o, que ese material no era tan graso como el que poseen las aves modernas, por lo que se deduce que no podían volar lejos o de plano no volaban, por lo que usaban las plumas para calentarse, como camuflaje o para atraer pareja, por lo que se cree eran coloridas.

La última entrega fílmica de la saga, sin embargo, no exhibe dinosaurio­s emplumados ni con caspa, pues se sustenta en los cánones clásicos de los reptiles gigantes, reúne a algunas de las grandes estrellas como el T-rex y el Triceratop­s, el Baryonyx y el

Mosasaurus, en lo que se anticipa una trepidante colisión entre especies y furia de la naturaleza, más una especie genéticame­nte modificada. M

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