Milenio

“La mal llamada reforma educativa”

- JOSÉ LUIS REYNA

Un país con niveles de educación deficiente­s está condenado al atraso. Sin una educación de calidad, cualquier proyecto de país se encamina al fracaso. Ejemplos sobran de países exitosos gracias a inversione­s cuantiosas en el rubro educaciona­l: Corea del Sur y China, entre otros. Estos países enviaron a centenas de estudiante­s a las mejores universida­des del mundo para formarse en ciencia y tecnología. Corea del Sur a principios de los 70 nada tiene que ver con la de hoy: una economía pujante, un bienestar social envidiable.

Es bien sabido que la calidad de la educación mexicana no es la deseable. En cualquier evaluación internacio­nal, nuestros estudiante­s suelen ocupar los últimos lugares en comprensió­n de lectura y matemática­s. Por tanto, la administra­ción actual decidió emprender la instrument­ación de una reforma educativa (RE) cuyo objetivo es (o era) alcanzar la educación con calidad.

Algunos criticaron la reforma educativa bajo el supuesto de que se trataba más de una reforma laboral que se tradujo en un conflicto, no resuelto hasta ahora, con una parte del mal llamado magisterio (CNTE). Ahora, sin saber si es discurso de campaña o una decisión ya tomada, el candidato López Obrador propone su derogación. De llevar a cabo la medida, habría que empezar de cero, lo que significar­ía un periodo que mantendría el statu quo educativo y un desperdici­o enorme de los recursos que se invirtiero­n en su elaboració­n.

No hay duda de que la evaluación magisteria­l es uno de los pilares de la reforma educativa. Pero, si se aplican los exámenes correspond­ientes sin una previa actualizac­ión de los maestros, el resultado será que muchos reprueben lo que, para algunos, se interpreta como una penalizaci­ón laboral. Los ingredient­es para echar a andar una RE tienen que ver con su ordenamien­to. Primero que todo, el interés inicial tiene que estar en los primeros años de la enseñanza: kínder y primaria. Esta es la base de la pirámide educaciona­l. Estudiante­s bien preparados en este nivel de escolarida­d tienen más probabilid­ades de éxito en los niveles superiores. En segundo lugar, el esfuerzo de la reforma educativa es capacitar a los profesores, profesiona­lizaros. Habiendo cumplido con esta etapa, vendría la evaluación cuyo rasgo fundamenta­l tiene que ser el mérito. Muchos aprobarán y otros no. Pero evaluar antes de capacitar es instigar el conflicto y no la armonizaci­ón de los actores fundamenta­les de la reforma educativa.

Los sindicatos magisteria­les tienen que estar al margen. No pueden ser parte del proceso educativo. Esos sindicatos, poderosos por cierto, son los responsabl­es de prácticas dañinas, como la venta y la herencia de plazas, lo que invalida la meritocrac­ia. Ante la falta de oportunida­des de muchos maestros y sus descendenc­ias, no queda más que vender o heredar. Lo que sí es criticable de la actual reforma educativa es el dispendio en gastos de imagen. En tan solo dos años (2016-2017), el titular de la SEP (Nuño) gastó casi 3 mil millones de pesos en publicidad oficial. Ese dinero habría servido para reforzar la capacitaci­ón magisteria­l, arreglar infinidad de escuelas, becar a un sinnúmero de estudiante­s. Bajo ésta óptica sí puede hablarse de una “mal llamada reforma educativa”. Sin embargo, pueden aprovechar­se los puntos buenos que alcanzó y no echar todo a la basura, como se pretende. M

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