“La mal llamada reforma educativa”
Un país con niveles de educación deficientes está condenado al atraso. Sin una educación de calidad, cualquier proyecto de país se encamina al fracaso. Ejemplos sobran de países exitosos gracias a inversiones cuantiosas en el rubro educacional: Corea del Sur y China, entre otros. Estos países enviaron a centenas de estudiantes a las mejores universidades del mundo para formarse en ciencia y tecnología. Corea del Sur a principios de los 70 nada tiene que ver con la de hoy: una economía pujante, un bienestar social envidiable.
Es bien sabido que la calidad de la educación mexicana no es la deseable. En cualquier evaluación internacional, nuestros estudiantes suelen ocupar los últimos lugares en comprensión de lectura y matemáticas. Por tanto, la administración actual decidió emprender la instrumentación de una reforma educativa (RE) cuyo objetivo es (o era) alcanzar la educación con calidad.
Algunos criticaron la reforma educativa bajo el supuesto de que se trataba más de una reforma laboral que se tradujo en un conflicto, no resuelto hasta ahora, con una parte del mal llamado magisterio (CNTE). Ahora, sin saber si es discurso de campaña o una decisión ya tomada, el candidato López Obrador propone su derogación. De llevar a cabo la medida, habría que empezar de cero, lo que significaría un periodo que mantendría el statu quo educativo y un desperdicio enorme de los recursos que se invirtieron en su elaboración.
No hay duda de que la evaluación magisterial es uno de los pilares de la reforma educativa. Pero, si se aplican los exámenes correspondientes sin una previa actualización de los maestros, el resultado será que muchos reprueben lo que, para algunos, se interpreta como una penalización laboral. Los ingredientes para echar a andar una RE tienen que ver con su ordenamiento. Primero que todo, el interés inicial tiene que estar en los primeros años de la enseñanza: kínder y primaria. Esta es la base de la pirámide educacional. Estudiantes bien preparados en este nivel de escolaridad tienen más probabilidades de éxito en los niveles superiores. En segundo lugar, el esfuerzo de la reforma educativa es capacitar a los profesores, profesionalizaros. Habiendo cumplido con esta etapa, vendría la evaluación cuyo rasgo fundamental tiene que ser el mérito. Muchos aprobarán y otros no. Pero evaluar antes de capacitar es instigar el conflicto y no la armonización de los actores fundamentales de la reforma educativa.
Los sindicatos magisteriales tienen que estar al margen. No pueden ser parte del proceso educativo. Esos sindicatos, poderosos por cierto, son los responsables de prácticas dañinas, como la venta y la herencia de plazas, lo que invalida la meritocracia. Ante la falta de oportunidades de muchos maestros y sus descendencias, no queda más que vender o heredar. Lo que sí es criticable de la actual reforma educativa es el dispendio en gastos de imagen. En tan solo dos años (2016-2017), el titular de la SEP (Nuño) gastó casi 3 mil millones de pesos en publicidad oficial. Ese dinero habría servido para reforzar la capacitación magisterial, arreglar infinidad de escuelas, becar a un sinnúmero de estudiantes. Bajo ésta óptica sí puede hablarse de una “mal llamada reforma educativa”. Sin embargo, pueden aprovecharse los puntos buenos que alcanzó y no echar todo a la basura, como se pretende. M