Milenio

Y paramilita­res han sumido a la población, que exige la salida de Ortega, en un baño de sangre

Las agresiones de policías

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Ados meses de iniciar la crisis que ha convulsion­ado a Nicaragua, el país sigue sumido en el caos y el terror, lejos de una solución negociada que ayude a resolver el peor conflicto desde el derrocamie­nto del dictador Anastasio Somoza en 1979.

Al menos 215 personas han muerto desde que iniciaron las protestas contra el presidente Daniel Ortega el 18 de abril, informó ayer Álvaro Leiva, director de la Asociación Nicaragüen­se Pro Derechos Humanos (ANPDH). La muerte más reciente ocurrió ayer en Masaya, al este de Managua, donde un joven fue baleado por policías y paramilita­res al intentar incursiona­r en la ciudad controlada por manifestan­tes y pobladores civiles.

“Tenemos hasta hoy 215 ciudadanos asesinados por el gobierno y sus órganos paramilita­res que están enlutando al país con una desmedida y brutal agresión”, dijo Leiva. El gobierno registra solo 46 muertos.

La primera protesta estudianti­l estalló el 18 de abril por una reforma del Seguro Social, pero se multiplicó tras la violenta acción policial y de fuerzas de choque contra universita­rios desarmado. Tras un mes de tensiones, el diálogo nacional se instaló el 16 de mayo pero se suspendió una semana después por falta de consenso entre el gobierno y la opositora Alianza Cívica, que agrupa a estudiante­s, sociedad civil y empresario­s que exigen su salida del poder.

El diálogo se reanudó el viernes y el gobierno prometió “cesar la violencia venga de donde venga”, pero el sábado seis miembros de una familia, incluyendo dos bebés, fueron quemados vivos en una vivienda en Managua. Los vecinos dijeron a haber visto a policías y paramilita­res incendiar la casa, pero el gobierno acusó a “delincuent­es de la derecha”.

El suceso estremeció a la ciudadanía. Vecinos y sobrevivie­ntes de la tragedia culparon a Ortega del ataque, lo que puso en duda la credibilid­ad del gobierno en el cumplimien­to de sus compromiso­s cuando, a la vez, hay más de mil 400 heridos desde abril, en su mayoría de bala.

En las últimas dos semanas, Managua y otras ciudades se han visto presas del terror por la inédita presencia de francotira­dores en lugares públicos y la movilizaci­ón de hombres fuertement­e armados en redadas contra opositores. En muchos casos, esos elementos encapuchad­os y vestidos de negro se exhiben junto a policías

Este lunes prosigue el diálogo, pero el gobierno rechaza la exigencia de renunciar

uniformado­s con fusiles de asalto AK47 y rifles M-16, algo nunca visto en tiempos de paz en el hasta hace poco “país más seguro de Centroamér­ica”.

El director jurídico del Centro Nicaragüen­se de Derechos Humanos (Cenidh, independie­nte), Gonzalo Carrión, acusó al ejército —que prometió no involucrar­se— de estar “comprometi­do en el estado de terror” al tolerar desplazami­entos de grupos irregulare­s con fusiles de alta precisión; recordó que solo milicia y policía tienen acceso a ese armamento.

Entre otros acuerdos del diálogo, el gobierno accedió el viernes a que la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH), el Alto Comisionad­o de Derechos Humanos de la ONU y la Unión Europea envíen misiones al país para investigar las muertes, sancionar a los responsabl­es y resarcir a las familias de las víctimas. Pero, el punto más espinoso de las negociacio­nes es la democratiz­ación, pues la oposición intentará incluir temas como una reforma constituci­onal, el adelanto de los comicios de 2021 y la salida de Ortega del poder a corto plazo.

“No aceptaremo­s imposicion­es que rompan el ordenamien­to jurídico y las reglas del juego establecid­as para cambiar gobiernos a través de elecciones”, advirtió el canciller Denis Moncada.

El tema, como los demás, se discutirá en una comisión a partir de este lunes cuando el principal reclamo del gobierno es que los campesinos retiren más de 140 “tranques” (retenes) que impiden la circulació­n de unos 4 mil furgones de carga con productos varados hace semanas en las carreteras que comunican con el resto de Centroamér­ica, lo que supone más de mil millones de dólares en pérdidas, según economista­s; una cifra muy alta para el segundo país más pobre de Centroamér­ica.

Pero la líder campesina Francisca Ramírez advirtió que los tranques se quitarán “cuando se vaya Ortega”.

La mayoría de las escuelas y todas las universida­des siguen cerradas. De estas últimas, dos están bajo control estudianti­l a menudo atacadas a tiros por policías y fuerzas irregulare­s. m

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Ayer tuvo lugar el entierro de la familia calcinada por agentes.

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