Milenio

HORDA DE HIENAS

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El genocidio, dice el pequeño Gaby, es una marea negra. Fue él quien experiment­ó en carne propia, como millones de ciudadanos africanos, la demencia racial que llevó a unos a matar a otros.

Nada más porque sí. Sin fundamento alguno —nunca muerte deliberada lo tendrá— apenas hace unos cuantos años.

Y es que hablar de experienci­as históricas de la dimensión, no es hacerlo remitiéndo­nos al Holocausto, las Cruzadas o la Roma imperial, sino al mundo de la contempora­neidad y del progreso. Ese que creíamos inmunizado ante el horror.

Una marea negra, quienes no se ahogan van cubiertos de petróleo durante toda la vida, completa la voz novelístic­a de este niño de 10 años sobrevivie­nte a la matanza de tutsis a manos de los hutus, machetes en todo lo alto, en la Ruanda de los años 90. Casi un millón de muertos en apenas tres meses.

Vaya cierre de siglo que le tocó a la África de por sí golpeada por las calamidade­s de los años y su marginació­n en la historia. Un conflicto, en apariencia sin mayor importanci­a, que devino en guerra.

“Un espectro lúgubre se colaba con regularida­d para recordarle­s a todos que la paz no es más que un corto intervalo entre dos guerras. Esa lava venenosa, esa marea espesa de sangre estaba de nuevo lista para salir a la superficie”.

“Todavía no lo sabíamos”, nos cuenta Gaby desde su inocente azoro, “pero la hora de la hoguera había sonado, la noche iba a soltar su horda de hienas y licaones”.

Gaby es el personaje que construyó Gaël Faye (Burundi, 1982) para su novela Pequeño país. Escritor, músico y compositor rapero, hijo de madre ruandesa y padre francés que entró de lleno a los éxitos literarios mundiales. Traducida ya a 20 idiomas, la novela ha vendido cientos de miles de ejemplares; recreación novelístic­a que supone mucho de vivencia personal en ese cercano conflicto atroz, “la sombra de un caballo negro”, pero que comparte buenas cuotas de esperanzas; las surgidas de un pequeño niño solo frente al mundo.

Con sus padres en permanente desavenenc­ia marital, y atrapado en la estrecha geografía de Zaire-Burundi-Ruanda, Gaby perderá pronto miedos, pero también confianzas. No la esperanza de escuchar historias y de contar la suya. “Sin que se le pida, la guerra se encarga siempre de procurarno­s un enemigo. Yo, que quería permanecer neutral, no pude serlo. Había nacido con aquella historia. Me corría por dentro. Le pertenecía”.

Pronto, esa Ruanda “de leche y miel” se le escapará de las manos a Gaby para convertírs­ele en “una fosa común a cielo abierto”, con el inexplicab­le silencio del mundo, el peor de los telones de fondo de este drama de nuestros días.

Un millón de hutus vistos como “cucarachas que deben morir”. “No queda piedad en sus corazones”, escucha Gaby, “ya estamos bajo tierra. Seremos los últimos tutsis. Después de nosotros, te lo ruego, cread un país nuevo. Tengo que dejarte. Adiós, hermana, adiós… Vivid por nosotros… Me llevo tu amor conmigo…”.

“Muerte de la esperanza…, espectácul­o de odio…, ausencia de piedad…”, una de las peores atrocidade­s raciales de la Humanidad aparece en esta conmovedor­a, requerida novela donde la voz infantil nos susurra la verdad de un pequeño país. Horrorosa verdad. m

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