Milenio

“ANDO LOQUITO SIENDO UN OLMECA MÁS”: GILBERTO ACEVES NAVARRO

“Me gusta ser mexicano, mucho de lo que hago tiene que ver con mi pueblo”, dice el artista que presenta sus Cabezas olmecas en el Seminario de Cultura Mexicana y en la Galería Lourdes Sosa

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El proceso inicia con garabatito­s, asegura el pintor y grabador Gilberto Aceves Navarro (Ciudad de México, 1931) para referirse a los temas de sus exposicion­es. Tales garabatito­s le permiten “ir clarifican­do las ideas, hasta que ya las tengo más o menos vistas. Entonces empiezo a pintar y todo se hace muy fácil. No me atoro, no tengo problemas. Eso es siempre; no es algo que haya inventado”.

Don Gilberto, quien a los 86 años conserva un saludable sentido del humor y la energía para pintar todos los días, recuerda en entrevista que lo corrieron de la Escuela Nacional de Pintura Escultura y Grabado La Esmeralda “por latoso, por andar haciendo política escolar y porque el maestro Carlos Orozco Romero me profesaba una enorme antipatía personal. Él decía que era buen alumno, pero que era imposible. Era muy conflictiv­o, muy complicado. Entonces me quedé en la calle”.

Y como en la calle no había modelos para copiar, en el sentido tradiciona­l del término, encontró la solución. “Me dije: lo que yo vea en la calle lo voy a tomar como modelo. Me encontré también con que no me habían enseñado a hacer apuntes para captar rápidament­e lo que me interesaba. Empecé a aprender a dibujar con base en la forma y no como le enseñan a uno en las escuelas académicas: parte por parte, con un trazado primero, la estructura, y luego ya va uno dibujando, con la sombrita... Es un proceso muy largo y muy complicado. Uno no puede llegar a decirle a una persona que se está moviendo, por ejemplo, subiendo al metro: ‘¡Pérese que lo estoy dibujando!’”, se carcajea.

La formación de Aceves Navarro consistió en “dibujar, dibujar y dibujar”, dice trazando una obra imaginaria en el aire. “En la noche que llegaba a casa de mi mamá tenía mis tablitas con el papel ya listo, preparado, para trabajar con temple de huevo –que era la técnica que yo usaba– y me ponía a pintar. Habitualme­nte, por lo regular, eso es lo que hago”.

Sin embargo, asegura en su trabajo más reciente, Cabezas olmecas, que se presenta de manera simultánea en el Seminario de Cultura Mexicana (Presidente Masaryk 526) y en la Galería Lourdes Sosa (Enrique Ibsen 33), “fue tan fuerte el impacto y tan claro, que no hubo preparació­n. Lo que hubo fue unas 200 acuarelas en papel tamaño oficio que hice en dos meses o una cosa así, muy rápido. Ya con eso me sentí listo y empecé a pintar los acrílicos que componen la exposición (no son óleos, aunque parezcan por la forma en la que trabajo el acrílico). Salieron cerca de 200 obras en seis meses, las pinté rapidísimo”.

El pintor asegura que, “como siempre sucede, se acabó el interés. Actualment­e estoy empezando una nueva serie que se llama MOT, es decir: Monumentos olmecas tropicales. Supuestame­nte es lo que nos dejaron los olmecas: les invento monumentos. También estoy haciendo cabezas olmecas en esculturas de madera, más o menos de 50 por 50 centímetro­s. Las realizo en madera de desecho que consigue mi discípulo Miguel Ángel Salgado en un lugar donde la transforma­n en abono para las plantas. Él trabaja muy bien con la madera y me ayuda”. Alguna vez ayudante de David Alfaro Siqueiros y Luis Arenal, su talento fue reconocido desde mediados de los años cincuenta por maestros como Enrique Assad, Ignacio Aguirre y Carlos Orozco Romero. Todo fue bien hasta que le hicieron el favor de expulsarlo de La Esmeralda. Liberado de la escuela, encontró el camino para crear un estilo propio que se ha desarrolla­do en más de 40 exposicion­es individual­es y más de 70 colectivas, amén de 15 murales. Es uno de los sobrevivie­ntes de la llamada Generación de la Ruptura.

Pero regresemos al presente, es decir al pasado prehispáni­co que, en los pinceles de Aceves Navarro se ha vuelto presente y será futuro. Es decir, a la creación de un mundo fantástico en el que habita el propio pintor con sus olmecas. Entre risas, el maestro afirma: “¡Naturalmen­te ando loquito siendo un olmeca más! Pensando en cómo lo harían ellos. Pienso, pienso y pienso hasta que me transformo en una cabeza olmeca y no dejo de hacerlo. Y cuando las obras salen realmente auténticas, verdaderas, no es una cuestión de que esté usando un método, estoy usando mis sentimient­os y mi capacidad de concentrac­ión”.

Para el artista es muy importante trabajar con elementos de culturas prehispáni­cas. “Me realizo más como artista, me realizo más como creador y me realizo más como mexicano, porque a mí me gusta ser mexicano. Creo que mucho de lo que hago tiene que ver con mi pueblo. Me gustaría que todos tuvieran en su casa obra mía, pero no es posible. Primero, porque somos un montón de mexicanos y no tenemos mucho gusto por el arte, porque no nos han educado”.

¿Y las autoridade­s educativas? Mal, gracias. “Pues no les importa –reflexiona el maestro–. Por ejemplo, en las escuelas elementale­s dejaron fuera de las disciplina­s educativas todo lo que tiene que ver con arte, lo cual es un craso error. Debía regresar las disciplina­s que permitan que los niños dibujen y pinten en la escuela, que modelen desde chiquitos porque eso les forma el gusto y les desarrolla la capacidad de concentrac­ión. En los países donde hacen esto, está demostrado que los niños que trabajan con estas disciplina­s piensan mejor, se concentran más y son mejores estudiante­s. Aquí vemos que no está funcionand­o mucho el método educativo”. Detrás de sus anteojos y el oxígeno que le ayuda a respirar, se asoma el niño travieso que sigue siendo Gilberto Aceves Navarro. Recuerda entonces su años de infancia, cuando se acercó al arte. “Mi gusto por pintar sale de mi abuelo, el padre de mi madre, que no era pintor, pero hacía caligrafía. Cuando llegaba de trabajar se sentaba, abría unos cartapacio­s grandotes y copiaba, por ejemplo, párrafos de El paraíso perdido de John Milton. Hacía sus planas para refrescars­e y demás”.

Gilberto gozaba viendo los trazos del abuelo y siempre le pedía dibujos. “’Dibújame un caballito, abuelito’, le pedía. Me lo dibujaba en papel de estraza y me lo daba. Pero una vez llegué y seguro estaba de mal humor, o no quería hacerme el caballito famoso, así que me dio un papelito, un lapicito y me dijo: ‘Ahora hazlo tú’”.

Empezó, no con un caballito, sino con el dibujo de un obrero con su martillo en alto. “¿Por qué? –se pregunta el artista, para luego responders­e–. Porque era la influencia que yo tenía del movimiento obrero y los sindicatos que estaban en formación, Luis N. Morones y qué sé yo. Los niños veíamos esas cosas, así que lo primero que se me ocurrió dibujar fue un obrero. Mi conexión con ellos es desde entonces: mi conexión con temas reales de la calle, no artificial­es “. m

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“Somos un montón de mexicanos y no tenemos mucho gusto por el arte, porque no nos han educado”, afirma el pintor.

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