Milenio

La fiesta se desparramó del Zócalo a Reforma y al Ángel

El triunfo de la selección mexicana ante Alemania fue celebrado por los capitalino­s en la Plaza de la Constituci­ón y terminó en la Columna de la Independen­cia con cientos de entusiasta­s

- Humberto Ríos Navarrete/ Ciudad de México

La gente se aglomera para ver el partido MéxicoAlem­ania, con la esperanza lejana del triunfo; la posibilida­d es un resorte que se mueve en el pecho de esta multitud que observa a los mexicanos, cual chapulines, hacer bailar a los teutones. No importa la resolana que tuesta rostros y corazones en el Zócalo, donde las pantallas gigantes están listas en diversos lugares.

“Van cero-cero”, dice el cronista que narra en la pantalla, y la gente se lleva las manos a los pómulos tostados. Los alaridos salen desde las diez de la mañana. El tiempo corre a mil por hora. “Es más seguro que pierda México”, había dicho un taxista, en coincidenc­ia con muchos, “y por eso aposté un pomo, pero dije que daría doble si ganaban”.

A estas alturas, sin embargo, el taxista parece ir por la ruta del fracaso, porque los mexicanos presionan a los alemanes, y en el Zócalo la multitud deposita su esperanza en el equipo nacional. Por eso los nervios. No importa la resolana. Las miradas no se despegan de las pantallas. Hombres y mujeres, niños y ancianos, permanecen en vilo. Y otra vez el alarido. —¡Tiraaaaaa! Y se jalaban de los pelos. —¡Chícharo! Y se tapan los ojos con ambas manos ahí, parados sobre la plancha del Zócalo, con una parte con pasto artificial, donde los niños también están pendientes y saltan de gusto con sus padres.

Hasta que, pasada la media hora del primer tiempo, la tensión se rompe y en un segundo todo aquello cambia, pues un soplo baña a esta gente que brinca y lanza un sonoro “¡no-ma-mes!” cuando observa que Hirving Chucky Lozano rasga el aire de la portería enemiga. ¡Gooooooooo­l!

Los narradores televisivo­s alargan sus aullidos y a los aficionado­s, acá en la plancha, parecen no creer lo que acaban de observar como un relámpago. Pero el partido tiene que seguir y la presión es mayor. Tararean el Cielito Lindo.

Llega un tiro de castigo contra los mexicanos. La gente anima a Memo Ochoa, otro héroe del momento, quien detiene el balón. El Zócalo se convierte en un murmullo. Un rumor. Un zumbido de abejas. La gente brinca. Deletrea la palabra México. Ondean banderas.

Otra vez los chapulines dominan el balón. Tiran. Fallan. “¡Serás pendejo!”, se escucha.

Termina el primer tiempo. Siguen los abrazos y los aplausos. Algunos aficionado­s dan vueltas, como si no creyeran lo que acaba de pasar, mientras los animadores, allá en el estrado, hacen imitacione­s a una serie de personajes, como a Jorge Campos.

“No paja nada”, dice uno de los comediante­s, parafrasea­ndo a Campos, y sueltan la carcajada. “¡Ya nomás sintieron que se les caían los calzoncito­s!”, dice otro, refiriéndo­se a los alemanes.

Pasa el jefe de Gobierno de la Ciudad de México, José Ramón Amieva, acompañado de algunos colaborado­res, quienes estuvieron presentes durante la apertura del encuentro.

Empieza el segundo tiempo. “Juan Carlos Osorio dio indicacion­es en los vestidores”, se escucha. “Vamos ganando; pero que no le echen tanta crema a los tacos”, dice otro. “Son las siete en Moscú”. Lo que tiene que hacer México es mover y tocar la pelota, recomienda alguien. “Ahí está el Chucky y Carlitos Vela”, comenta un cronista. “Bien por Ochoa”, halaga. “Se le acabó la cancha”, critica.

De las pantallas sale el “oleole-ole”. En el Zócalo la gente aguanta el solazo mañanero. Ochoa salta y el balón pasa por encima de la red. Acaban de hacer un cambio, “pero hicieron mal”, dice un aficionado”, quien se jala las pelos y se frota el rostro. —¿Por qué? —Porque sacaron al que metió el gol, pinches pendejos.

Ese 7 alemán pone nerviosos a los mexicanos. Saque para México. La gente aplaude. Está listo Rafael Márquez; se persigna. La afición aúlla. El número 4 mexicano retoza en la cancha. “¡Vamos, Rafa!”, dice una señora.

Los alemanes presionan. La multitud parece quedar sin respiració­n. Faltan pocos minutos. Una generosa nube hace sombra y por un momento detiene la resolana. En las galerías entonan el Cielito Lindo. Tres minutos más y la tortura está por terminar. Otra vez Ochoa.

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El juego entre México y Alemania fue visto en pantallas gigantes en el Zócalo; tras el silbatazo final, los aficionado­s celebraron en el Ángel
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Cientos de capitalino­s se reunieron en torno al Ángel de la Independen­cia
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