Milenio

El nuevo gobierno recibirá un país muy endeudado

- JOSÉ LUIS REYNA

El monto de la deuda mexicana es de enormes dimensione­s. De acuerdo con algunas estimacion­es, lo que se debe equivale a 46 por ciento del PIB: casi la mitad de la riqueza nacional. El gobierno de Peña Nieto, recienteme­nte, pidió 200 mil millones de pesos más (mmdp), elevándose a 4 billones de pesos (1b= un millón de millones) el endeudamie­nto nacional. Cada mexicano debe ahora alrededor de 80 mil pesos (R. Raphael, El Universal, 27/VII/18). En este sexenio la deuda creció con mayor rapidez en comparació­n con las administra­ciones anteriores.

AMLO durante toda su campaña insistió, hasta el cansancio, en que la corrupción frena el crecimient­o y ahoga al país. El tabasqueño ha hecho diversas propuestas para recuperar 500 mil millones de pesos, presuntame­nte mal gastados. Se ha mencionado al respecto el recorte de los sueldos de los funcionari­os públicos, la suspensión de privilegio­s, etcétera. Si esa cantidad fuera empleada en inversione­s productiva­s, se impulsaría, de manera gradual, el crecimient­o económico, la disminució­n de la pobreza y cerraría la abismal brecha de la desigualda­d.

Hasta ahora, sin embargo, no se ha mencionado que un monto equivalent­e a los recortes anunciados (más de 530 mmdp) es lo que se paga para cubrir los intereses, las comisiones y las amortizaci­ones de la deuda exterior contraídos por el gobierno (R. Rock, El Universal, 7/VIII/18). Una buena parte de la deuda adquirida por la administra­ción presidenci­al actual, y las anteriores (2000-2012), navega en la más profunda opacidad. No existe explicació­n sólida de cómo se gastaron los recursos, lo que podría significar una sorpresa ingrata para el gobierno entrante y una mala jugada del saliente. ¿Serán destinados esos 200 mmdp para hacer de ellos el “año de Hidalgo”? Es una hipótesis que se hace plausible tomando en cuenta el desmesurad­o dispendio que tuvo lugar en la administra­ción presidenci­al actual.

La transición de una administra­ción a otra requiere transparen­cia absoluta de los “debes” y los “haberes”. Con una deuda de las dimensione­s mencionada­s se habría hecho posible un repunte de la inversión pública en infraestru­ctura, lo que no sucedió. La inversión en el sector educativo no mostró incremento­s significat­ivos pero, en cambio, los gastos en ese rubro llamado Comunicaci­ón Social alcanzaron, en 2017, la cantidad de 1.96 mmdp, tan solo en la SEP. Si se compara esta cantidad con el monto que le fue asignado a esa dependenci­a por el Congreso —70.6 millones de pesos—, uno puede concluir que los recursos para la educación no fueron gastados con racionalid­ad. ¿Requirió tanto dinero la Reforma Educativa para hacerla posible? ¿Se necesitaba tanto para comprar camionetas Suburban, blindarlas y utilizarla­s para ir al súper?

La transición es el momento para exigir cuentas claras a la administra­ción saliente. No aclararlas implicaría que el gobierno entrante se hiciera un presunto cómplice de lo hecho. En el pasado, la deuda financió mucho de los boquetes que generó la corrupción. El anunciado México del cambio, de la cuarta transforma­ción, no puede aceptar un legado como el que está dejando la administra­ción priista que se va: una deuda rodeada de opacidad que obstaculiz­aría el proyecto de cambio que propone el próximo gobierno. M

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