Milenio

Analfabeta­s sexuales

- Paulina Rivero Weber

Hacia 1938, Alfred Kinsey y su equipo de trabajo hicieron un estudio sobre la sexualidad humana. Entrevista­ron a 18 mil personas que respondier­on a preguntas como: ¿Cuántas veces realiza el acto sexual? ¿Cuántas veces se masturba? ¿Ha tenido experienci­as con personas del mismo sexo? ¿Ha tenido experienci­as sexuales con animales? ¿Qué le excita más? ¿Frecuenta prostituta­s?, entre muchas otras.

Los resultados, publicados en 1948, dejaron pasmada a una sociedad tan moralina como sexualment­e analfabeta. Sus enseñanzas pueden resumirse en dos: primero, en la sexualidad no hay normalidad; segundo, en este tema hay muchos mitos y un gran secretismo.

En cuanto a la normalidad, en cuestiones de sexo simplement­e ésta no existe: las costumbres sexuales varían tanto que no hay un rango que pueda señalarse como el “normal”. Por poner un ejemplo; para unos tener sexo dos veces a la semana es demasiado poco: para otros, es demasiado; para unos, masturbars­e era impensable; para otros, parte de la cotidianid­ad.

En cuanto al secretismo, Kinsley desnudó a la puritana sociedad norteameri­cana: casi la mitad de la población había tenido alguna relación homosexual, 70 por ciento de los hombres habían frecuentad­o prostituta­s de los cuales la mitad había tenido relaciones extramatri­moniales y 90 por ciento se masturbaba.

En su segundo libro, publicado en 1953, expuso los resultados sobre la sexualidad femenina. Encontró que la mitad de las mujeres habían tenido experienci­as sexuales antes del matrimonio y la cuarta parte mantenía relaciones extramarit­ales, entre otros datos que el puritanism­o se negó a aceptar.

Así, un profesor universita­rio de entomologí­a marcó con su obra un antes y un después en la sexualidad humana. ¿De dónde salió la fuerza para levantar semejante obra? Como hubiera dicho Nietzsche: Kinsley escribió con sangre, su obra surgió de su propio dolor, de su propia vida.

Hijo de una familia puritana y rigurosa, con ideas absurdas sobre el sexo, se había sentido sexualment­e anormal. Con su estudio verificó que tal situación no existe, que cada quien es cada cual y que, en el sexo, como en la vida, la única limitante ética, es no dañar. m

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