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- RAFAEL PÉREZ GAY rafael.perezgay@milenio.com o Twitter: @RPerezGay

Encontré entre papeles viejos este apunte: estamos en el año de 1977 en Ciudad de México. Soy un joven de 20 años que busca una salida de sus pesadillas a través de la lectura. Odio la escuela. Bostezo en mis clases vespertina­s; malcopio apuntes de las teorías de Saussure y de Chomsky en el pizarrón. Los aportes de estos hombres han cambiado el mundo. Si lo cambiaron, lo han cambiado para peor. Odio a Chomsky. Odio muchas cosas.

Cuando mi padre murió, dejó en un clóset, unidas por dos ligas, una colección de agendas. Su vida puesta en breves claves y entradas, desde 1957, año en que nací, hasta 2000. Busqué en la agenda de 1977. Me asombró esta declaració­n de la derrota. “El tiempo se fue. No hice nada”, y luego estos signos: “0-$”. Es decir que estaba en la quiebra de quiebras financiera­s. En esas agendas todo tenía una breve noticia: amigos, mujeres, sueños puestos bajo la forma del negocio extraordin­ario. En 1980, cuando mi papá cumplió 63, leí una entrada en un mes de ese año: “Todo terminó”. ¿A qué se refería?

Aquel joven que fui recorre la ciudad de punta a punta en un viejo Volkswagen. Les recuerdo, por si hiciera falta que estamos en 1977 y que el milagro mexicano ha tocado a su fin. El presidente Echeverría ha dejado en ruinas las finanzas y devaluado la moneda.

También la casa de la calle Cadereyta, colonia Condesa, se transformó en otra cosa. El hermano y las hermanas mayores tomaron su camino. Una hermana y yo formamos la compañía con que contaba mi madre mientras papá se ausentaba durante el día en busca de negocios que le devolviera­n la fortuna de mi madre que él perdió en empresas atrabancad­as. Entre más buscaba el éxito, los reveses de la fortuna eran mayores y más crueles; mientras más cerca se sentía de una victoria, más lejos se encontraba de ella. Mis papás habían cumplido 60 años y yo estrenaba noches y cantinas. Si lo pienso bien, en ese tiempo descubrí la ciudad.

Recuerdo una mamá de 60 años, sin más porvenir que hacer el quehacer, cocinar, atender a sus hijos y esperar a que a su marido le diera la gana presentars­e; ella se evadía de la cárcel de su vida leyendo libros que su hijo mayor y yo le entregábam­os como sueños al amanecer.

El motivo de que haya decidido poner por escrito este vago recuerdo obedece al hecho extraño de que me gustaría saber qué pensaba yo entonces. No lo sé, apenas recuerdo el orden de los muebles en la casa, los adornos, la sopa de fideo. No es poca cosa. M

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