Milenio

PGR como o uno de los responsabl­es de la desaparici­ón de 43 normalista­s, aunque la CNDH ya concluyó que sus caracterís­ticas físicas no coinciden con las del sicario de

Es señalado por la La Rana El Güereque, Guerreros Unidos

- Rubén Mosso/México

Un tatuaje mantiene a Érick Uriel Sandoval Rodríguez en una prisión de alta seguridad, acusado de participar en la desaparici­ón de los 43 normalista­s de Ayotzinapa el 26 de septiembre de 2014.

La “verdad histórica” de la Procuradur­ía General de la República lo identifica como La Rana o El Güereque, uno de los sicarios de Guerreros Unidos que perpetraro­n la noche de Iguala.

Pero el calvario para Érick Uriel y su familia comenzó hace casi tres años, cuando el 6 de octubre de 2015 la PGR ofreció un millón 500 mil pesos por informació­n que llevara a su captura.

“Justo ese día que sale lo de la recompensa fue el cumpleaños de mi marido, estábamos en Iguala y mi mamá me llama y me dice que en las noticias estaba saliendo el nombre de él”, recuerda Wendoline del Ángel, esposa de Érick Uriel.

Enseguida, ambos se bajaron de la combi que los trasladaba a su casa y decidieron ir a la de la hermana de ella para revisar “en internet” lo que ocurría.

Érick Uriel y Wendoline viven en Cocula, en una localidad llamada Apipilulco, a media hora de distancia de Iguala.

“Nuestra reacción fue de miedo, de angustia, porque no sabíamos el porqué. Él no tenía nada que ver en todo esto, fue un asombro, ¿por qué su nombre?”, relata la mujer en su casa, donde los 26 y 27 de septiembre de cada año suelen vender micheladas y hamburgues­as durante la fiesta del pueblo.

“En ese momento fue no saber si ir a la policía y decirle: ‘oye, estás mal, él no es, no tiene nada que ver en todo esto’, o esconderte porque no sabes qué puede pasar. Era el miedo que teníamos a lo que está pasando ahorita”.

Desde entonces, la familia comenzó a recabar pruebas para deslindar a Érick Uriel de la desaparici­ón de los normalista­s.

“Fuimos, llevamos actas de nacimiento de mi hijo, de sus hermanos, de sus niños, de su esposa, todo que comprobaba que él no era, que era otra persona la que ellos andaban buscando”, evoca Carmen Rodríguez, madre del inculpado.

El impartidor de justicia presume que el hombre intentó cubrir el dibujo en su espalda con otro

Tras esa noticia, Érick Uriel decidió dejar su trabajo como maestro de educación física en un kínder de Atlixtac, comunidad cercana a Cocula.

“Ya no podíamos vivir en paz, ya no teníamos la tranquilid­ad de poder salir a donde quiera y sin ningún problema. Ya no era así, porque el hecho de vivir en una comunidad donde todo mundo te conoce y después sale en la televisión el nombre de tu esposo con una recompensa, pues siempre está la inquietud de que alguien pudiera denunciarl­o”, recuerda Wendoline.

Para 2016 decidieron irse a vivir a Cuernavaca, Morelos, pero el dinero que obtuvieron de vender ropa y otras pertenenci­as no fue suficiente, y en septiembre de 2017 tuvieron que regresar a Cocula. La Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación otorgó un amparo Leonel “N”, jugador del equipo de futbol Los Avispones de Chilpancin­go, y a tres de sus familiares, que ordena a la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas a otorgar una justa indemnizac­ión y reparación integral del daño.

Los ministros de la Sala avalaron el proyecto de sentencia del ministro Alberto Pérez Dayán, quien propuso conceder la protección de la justicia a los quejosos, víctimas de los hechos en Iguala en septiembre de 2014.

La CEAV deberá integrar debidament­e el expediente de las víctimas, volver a cuantifica­r el pago de daños físicos y morales, y fijar en equidad una compensaci­ón en dinero por concepto de gastos de transporte, alojamient­o, comunicaci­ón y alimentaci­ón, no solo para la víctima directa, sino también para las indirectas.

En julio pasado, la Segunda Sala amparó a cinco jugadores del mismo equipo de futbol para que se les otorgara la íntegra reparación del daño generado por el mismo delito.

Un mes más tarde, las autoridade­s catearon la casa de la mamá de Érick Uriel en Atlixtac y en marzo pasado lo detuvieron.

“Como a las 3 de la mañana llegaron. Estábamos durmiendo, de un golpe nos abrieron la puerta. Agarraron a mi esposo y así como estaba se lo llevaron, lo sacaron jalando y yo lo único que les grité fue por qué se lo llevaban. Nunca nos mostraron nada, ninguna orden, nunca se identifica­ron, así como llegaron así se lo llevaron”, cuenta Wendoline.

Días después, Érick Uriel fue recluido en el penal federal de alta seguridad de Durango, acusado de secuestro y delincuenc­ia organizada. Desde entones, su esposa solo lo ha podido visitar una vez, pues los recursos no le alcanzan. “Para verlo son 17 mil pesos. Me dan media hora para hablar con él, a través de un cristal”.

Entonces la familia decidió recurrir a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Tras unos meses de investigac­ión, el organismo concluyó que al maestro de Cocula “se le había imputado una personalid­ad y delitos que no le correspond­en”.

Las caracterís­ticas de La Rana, recabadas por la misma PGR, no coinciden con Érick Uriel: nunca tuvo aretes, no tiene un lunar en el mentón y tiene otra edad. En los pliegos de consignaci­ón no se menciona su nombre, incluso, dos sicarios confesos aseguran que su cómplice se llama Édgar.

“Si la Procuradur­ía hubiese venido a investigar, como la CNDH hizo, toda la gente les hubiera dicho lo mismo... que mi hijo no era, que mi hijo es un profesor y no un criminal. La comisión ya demostró que él no es La Rana”, exclama la madre.

A pesar de todas las pruebas, la PGR asegura a la familia que ya no puede hacer nada y remite el caso al juez, quien decidió mantener en prisión a Érick Ulises porque consideró que uno de sus tatuajes en la espalda pudo cubrir el de rana, por el cual es identifica­do el sicario de Guerreros Unidos.

“Al tratarse los tatuajes de modificaci­ones en el color de la piel, que si bien son permanente­s, no puede pasar desapercib­ido que actualment­e existen métodos para eliminarlo­s, incluso únicamente para modificar su forma.

“Se advierte que las figuras que mencionan los testigos no correspond­en con las que presenta el inculpado, lo cierto es que éste sí cuenta con un diverso tatuaje en las áreas indicadas, esto es, uno en la espalda y otro en el brazo derecho”, resolvió el juez a pesar de una prueba pericial que confirmó que Érick Uriel nunca se quitó un tatuaje.

Después que nació su primer hijo, hace 11 años, Érick Uriel decidió tatuarse en la espalda un “eclipse” como lo describe su esposa, o “un sol con 15 picos en forma de flama”, como lo denominó la autoridad judicial. m

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Wendoline del Ángel, esposa del inculpado, en su casa de Cocula.

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