Milenio

Una curul incómoda

- ALFREDO C. VILLEDA www.twitter.com/acvilleda

En alguna entrega para la versión cul- tural de esta columna figuran aquellos rapsodas que evoca el escritor Ismaíl Kadaré en su libro Tres cantos fúnebres

por Kosovo, quienes huyendo de la guerra encuentran en el camino a una dignataria con sus colaborado­res también en fuga acampando en cierto lugar de esa agitada geografía europea.

Los siervos acogen a los músicos, a quienes piden a cambio entonar alguna pieza para la Gran Dama, pero caen en cuenta de que no saben qué decir, su repertorio se limita a historias de guerra, por lo que se arrancan con sus glorias bélicas y solo ajustan un estribillo que reza: “Era una gran dama”, “era una gran dama”.

Así pasa con políticos mexicanos que siempre han sido oposición y de pronto ven, con incredulid­ad, que ya son gobier- no. Tienen que hacer un ajuste y en ese camino afrontan el riesgo de desconocer a los suyos. Sus intereses y sus empeños han sido moldeados a fuerza de marchas, mítines, protestas, sombrerazo­s y polémicas, confrontac­ión, manotazos en la mesa y activismo con megáfono en mano.

Siempre dentro de la ley, hicieron del ejercicio político un sinónimo de ser opositor, primero frente a los 71 años priistas y después con los dos sexenios panistas, por lo que de súbito, con su triunfo y una nueva etapa frente a ellos, no acaban de verle fin a la larga noche de criticar e impugnar todo. ¿Ruta equivocada? Jamás. Pero instalarse en preceptos ideológico­s o religiosos limita si nos atenemos a Kant: “Obra solo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal”.

Nadie debiera esperar, tampoco, que los opositores que hoy llegan al gobierno se deshagan de una condición propia del pensamient­o progresist­a y moderno: la duda. Ya Descartes ha llamado a ejercerla ahí donde hay juicio, donde algo es susceptibl­e de ser verdadero o falso, dilema que acaso afronten a diario quienes desde su nueva condición, insólita, de gobierno, padezcan respecto a sus compañeros de militancia y sobre todo ante el grupo que acompaña al Presidente electo, sin descartar reservas sobre el propio líder máximo de su movimiento.

Hoy, azorados como los rapsodas de Kadaré, no ven otra opción que disentir con estridenci­a porque es su condición natural, histórica, redituable. Como aquellos músicos, solo han visto guerra, y por eso hasta su curul les incomoda. M

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