Milenio

DE ESCRITOR A ESCRITORA

Susana Iglesias charla con el colombiano Evelio Rosero

- ¿Qué prefieres ser, Evelio? ¿Asesino o héroe? Ni héroe, ni asesino, escritor. *Escritor y periodista colombiano, premio nacional de Literatura 2006.

Sonríe mientras sostiene un “café claro”, este hombre de mirada penetrante disfruta del café fuerte, caracterís­tico de la región en la que nació, Bogotá Colombia (1958). Invitado a la par de 26 escritores a la tercera edición de Huellas del Crimen, cuyo cartel está disponible en internet, www. dgp.cultura.gob. mx/huellasdel­crimen/.

El festival ocurre ahora mismo en el Centro de las Artes y hasta el 9 de septiembre en la ciudad de San Luis Potosí, encuentro internacio­nal de Novela Negra más importante de México, organizado por la Secretaría de Cultura del Gobierno Federal conjuntame­nte con el gobierno del Estado de San Luis Potosí, cuya hospitalid­ad y organizaci­ón impecables están en las sobremesas de los escritores asistentes. Evelio Rosero pasó su infancia en San Juan de Pasto, de ahí su conocimien­to del mundo rural colombiano que podemos entender en sus magistrale­s novelas Los ejércitos (Premio Tusquets 2006) y En el lejero (2003), por mencionar algunas. La sala de prensa huele a cuerpos ansiosos por obtener la entrevista con alguien que difícilmen­te se entrega al ejercicio de figurar en cámara o prensa: él. Le prometo que solo serán diez minutos, al final hablamos más de una hora. La mirada no es el espejo de alma, nos permite escapar de los otros. Enciende su cigarro, esos ojos profundame­nte tristes, misterioso­s y analíticos reflejan sus personajes. ¿Cómo percibes esta distancia entre Los ejércitos y Toño Ciruelo, qué ha cambiado en tus asesinos? Abismal, abismal. Una cosa son los asesinos de Los ejércitos que tienen que ver con la historia de un pueblo que es la crueldad en contra del pueblo colombiano, el secuestro sobre todo. Y Toño Ciruelo es la historia de un personaje que está basado en distintos monstruos de la historia en Colombia, violadores de niños que durante años estuvieron paseándose por todo el territorio nacional o fueron hasta el Ecuador, como el monstruo de Los Andes: Garavito (asesino colombiano de 142 niños) llegó hasta el Perú y nunca la justicia lo capturó, este tipo de personajes son los que alimentan Toño Ciruelo y para mí si tanto desde el punto de vista estilístic­o como el tema son completame­nte opuestos a lo que yo trabajé en otras novelas que eran más épicas, con más personajes; ahora me centré a acercarme a la psiquis de un personaje. ¿Cuánto tiempo te tomó escribir Toño Ciruelo? Tres años. ¿Y en tu cabeza… desde cuándo? En un sentido amplio…desde la adolescenc­ia, yo estudié con un amigo en el colegio agustinian­o, estuve tres años con él, pasó el tiempo, dejé de verlo y cuando ya estaba en la universida­d supe que se había convertido en un asesino, mató a cuatro mujeres y eso me impactó muchísimo, después de varios años no quise escribir directamen­te nada en ese momento, tal vez no pude hacerlo o no lo intenté, ya distanciad­o en el tiempo de este amigo sentí la necesidad de trabajar en un asesino serial. Tu novela Los ejércitos, perdón por volver a ella, ¿te ha sido difícil desligarte de ella? Sí, porque es la que más se conoce de mi trabajo literario, más que En el lejero, Los almuerzos o el mismo Toño Ciruelo, que es como la cima de mi trabajo literario, creo que es la obra que más he depurado a todos los niveles. Me resigno a que Los ejércitos sea la novela más traducida, de la que siempre se me habla en todos los países, pero… de una u otra manera es una novela que también contempla mi realidad general, la de mi país y eso está bien.

Da una bocanada honda, cierra lo ojos como si recordara algo, el silencio se prolonga durante unos segundos… Siempre lo he dicho: Evelio Rosero ya escribió Los ejércitos y lo que se escriba sobre la violencia da igual, tal vez eres el escritor americano vivo más poderoso en el tema, no solo por sus novelas o cuentos breves y extraordin­arios, ¿de niño te imaginabas esto? Cuando era niño escribía poemas, me gustaba; aparte de leer, era un niño muy solitario y lector. No sospeché que fuera a convertirm­e en un escritor profesiona­l, en la adolesenci­a y ya cuando dejé la universida­d, no terminé la carrera, me dediqué plenamente a escribir…por supuesto que yo creo que la visión de un escritor es entregar su trabajo a todos los públicos, encontrar esa reacción que a uno lo reanima y lo conforta y lo hace sentir que está haciendo algo sólido…considero que todavía falta camino por recorrer, que hay que pretender una obra todavía más grande. ¿Cuál fue tu momento de más hambre física, lo recuerdas todavía o ya no? Lo recuerdo y… El silencio nos recuerda que ahí se gesta el dolor. Su mirada se vuelve desafiante, altiva, apaga el cigarro, da un trago al café tras una mueca extraña que no logro definir, una sombra cruza su rostro. Después aparece ese rostro apacible, luminoso, como el del hombre que no recuerda la guerra. “Bueno… fue en París. Estuve cuatro años en Europa, primero un año en París y tres en Barcelona, fueron años difíciles, igual yo era joven, no cumplía treinta años, uno joven tiene fuerzas para enfrentar todas estas situacione­s, ahora no lo repetiría, no tendría las fuerzas… sí recuerdo esa época y la recuerdo con mucho cariño porque era muy entusiasta, escribí: Juliana los mira (1987), El incendiado (1988), Señor que no conoce la luna (1992), nunca estaba bien económicam­ente, eso me animaba a continuar mi trabajo que.. creo yo que fui terco, fui obstinado, no quería vivir sino de mi trabajo literario, gracias a los concursos literarios pude defenderme y seguir escribiend­o, para cualquier escritor latinoamer­icano que empieza es muy difícil vivir de la literatura”. ¿Qué fue lo primero que pasó por tu mente al recuperar los

derechos que tenía Anagrama de Juliana los mira? Me sentí muy contento, ¡la primera novela!, le hice algunas correccion­es e ignoré el capítulo final. Es una novela que me ayudó mucho, de manera que cuando la recuperé se volvió a publicar. Sentí que eso era necesario, que tenía que haberlo hecho. Me gustaría hablar un poco de la desmitific­adora La Carroza

de Bolívar, tan compleja, después volver a Toño Ciruelo, de toda tu obra en esta pieza: no te reconozco. Esa novela, esa novela… ¡sí! (su rostro se transforma en sonrisa)

La Carroza de Bolívar fue y es para mí una compañía permanente desde que empecé a escribir en forma desde los 20 años, porque me acordaba de las charlas de mi papá y mis tíos alrededor de lo que pasó con Bolívar en Nariño, al sur de Colombia. La primera masacre de la historia oficial del país fue ordenada por Bolívar contra una ciudad: Pasto, habitada por indefensos, por mujeres y niños porque los milicianos de Agustín Agualongo (militar del ejército real español, colombiano) se habían retirado y sin embargo Bolívar asoló esa ciudad, la gente se escondía en las iglesias y allá fueron muertos, masacrados, asesinados. Siempre me persiguió la idea de escribir sobre Simón Bolívar, comencé a investigar mucho sobre él, tú ya sabes que es convertido en una

lid, es un estratega, pero no hay tal, afortunada­mente di con la obra de José Rafael Sañudo, que es un historiado­r muy sólido, muy objetivo del sur de Colombia, pastuso. Eso me ayudó para alimentar históricam­ente la novela al mismo tiempo resaltar al pueblo de Pasto con sus carnavales y lo que ahora sucede en la mirada del pueblo

nariñense hacia Bolívar. Creo que sí logré ese aspecto en mi obra, existen muchas respuestas en Colombia… sobre todo en contra del argumento de la novela. No trato de imponer mi opinión, solamente doy una imagen, una obra literaria que debe ser interpreta­da como tal, pero sí, siento que doy mis puntos de vista sobre un héroe que no lo fue y eso es una gran ironía, una paradoja. Un padre de la patria que dio ejemplo de impunidad a los demás presidente­s sucesivos de la historia de Colombia.

¿Toño Ciruelo podría ser una metáfora del abuso del poder?

Podría ser así, mirándolo, me haces pensar que sí. Es una interpreta­ción original…¿por qué no? Un asesino en serie que hace lo que quiere, que no tiene la justicia detrás. Toño

Ciruelo es entonces representa­ivo de lo que me dices. ¿Podemos hablar de Eri, tu personaje en Toño Ciruelo? No. (Se ríe a carcajadas) Apaga la grabadora, te contesto lo que quieras. Después hablemos de gatos. Enciende otro cigarro. Rosero, escritor monstruoso, desmitific­ador del heroísmo bolivarian­o, cuya madre reclamaba ante sus constantes desaparici­ones: ¡Evelio!, ¿otra vez andabas en el Lejero?, ese dinamitero fino que escribe con mordacidad majestuosa y expone con inteligenc­ia los actos violentos de la humanidad entera y cierto sector de la Iglesia católica (FernadoVal­lejo se queda pálido), se presenta el martes 11 de septiembre a las siete de la noche en Palacio de Bellas Artes en la sala Manuel Manuel M. Ponce, tendrá el enorme privilegio de conversar con él Héctor de Mauleón. Nadie debería perderse la oportunida­d de escuchar a este escritor cuya prosa es similar a la mordida de un pitbull.

“Siempre me persiguió la idea de escribir sobre Simón Bolívar, investigué mucho sobre él”, afirma

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Rosero, uno de los 27 escritores invitados al Festival Internacio­nal Huellas del Crimen.
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En La Carroza de Bolívar desmitific­a la figura del Libertador de América.

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