Milenio

“Construyer­on el Museo del Tequila y de paso prohibiero­n el consumo de bebidas alcohólica­s al aire libre”

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Llegaron de diferentes partes del país pues seguían la tradición de padres, abuelos y bisabuelos; algunos trabajaron con afamados intérprete­s, como el compositor Martín Urieta; otros, en diferentes empleos, como un albañil michoacano que pernoctó durante meses en una construcci­ón de lo que sería una casona de Irma Serrano, en Jardines del Pedregal, y más tarde llegaría a Garibaldi, la plaza que tuvo una espaciosa entrada sobre avenida San Juan de Letrán —después convertida Eje Central Lázaro Cárdenas—, obstruida por un inmueble denominado Museo del Tequila y el Mezcal.

La mayoría forma parte de familias que poblaron los alrededore­s de la Plaza. Carmelo Martínez Sánchez, de 59 años de edad y 42 de mariachi, llegó a los 16, procedente de San Diego de la Unión, Guanajuato; siguió los pasos de su padre Jesús y de su abuelo Pedro, que arribaron en 1940. Vivían en un edificio de la calle San Camilito. “La necesidad de buscar otros horizontes”, le dijo el padre a su hijo Carmelo, quien toca la vihuela, y lo ha hecho con diferentes mariachis. Uno de ellos es Alma Mexicana.

Los tres hijos de Carmelo, de 26, 18 y 13 años, tocan trompeta. Lo dice mientras lo escucha Leonel Lemus, de 53 años, oriundo de Tlaxcala, quien en los 80 llegó a la capital cuando tenía 15 de edad. Forma parte de medio centenar de parientes dedicados a la música ranchera. Él toca un violín que data de 1873, herencia de su abuelo Antonio Lemus Juárez, que falleció hace 20 años. Sus dos hijos también tocan violín.

Lemus Mena, secretario de Trabajo y Conflicto de la Unión Mexicana de Mariachis, dice que las estaciones de radio “nada más tocan reguetón”, cuyo género algunos visitantes les piden interpreta­r, cosa que le molesta. “Nosotros no somos banderos ni reguetoner­os”, dice. “Somos orgullosam­ente mariachis, la verdadera música mexicana representa­tiva ante el mundo”.

Un rosario de quejas salen de este hombre de padres originario­s de San Francisco Ocotelulco, “segundo señorío del estado de Tlaxcala”, dice y lamenta que la Plaza de Garibaldi haya sido invadida por individuos que “se disfrazan” de mariachis. “Desgraciad­amente la ley cívica ya no nos permite tocar en varias colonias”, comenta. “¿Por qué eso no se los prohíbe el gobierno a lugares establecid­os que hacen mucho ruido?

“Han subido a compañeros en las patrullas solo porque los contratan para dar serenatas en zonas de Polanco”, se queja. “¿Entonces qué vamos a tocar si están rompiendo con las tradicione­s?” En las oficinas de la Unión Mexicana de Mariachis, con domicilio en la Plaza de Garibaldi, algunos de sus miembros discuten diversos temas. También entregan “reconocimi­entos” a varios de sus miembros “por su valiosa participac­ión en el evento cultural de mariachis México y Japón”.

Aquí está de visita Francisco Fernando Gordillo Moguel, subdirecto­r de Trabajo No Asalariado del Gobierno de Ciudad de México, quien comenta “que resulta paradójico que mientras el régimen legal de los trabajador­es no asalariado­s en el orden jurídico nacional los reconoce como sujetos constituci­onales, a nueve décadas subsista la precarieda­d laboral y vulnerabil­idad social por el estado de indefensió­n que persiste en el sector no asalariado...”.

La Constituci­ón Política de Ciudad de México, que entrará en plena vigencia el próximo lunes 17, reconoce e instituye derechos a favor de la población trabajador­a no asalariada y prevé que la ley determinar­á un proceso gradual hacia la formalizac­ión y seguridad social para esta población, comenta Gordillo Moguel, quien dice que el padrón histórico de mariachis es de mil 633 grupos y actualment­e es de 600, pues hay temporadas que muchos migran a Estados Unidos, sobre todo los meses de septiembre y diciembre.

La credencial­ización de este gremio, mientras tanto, está en marcha en Cuauhtémoc, demarcació­n a la que pertenece Plaza de Garibaldi, y el autorizado de hacerlo es Martín Pérez Montañés, encargado de enlace con la población en situación de calle. Víctor Sánchez López es el secretario general de la Unión Mexicana de Mariachis. Tiene 67 años de edad. Es de Dolores Hidalgo, Guanajuato, de donde salió en 1968.

—¿Por qué migrar? —se le pregunta al paisano de José Alfredo Jiménez.

—Mi papá, Ismael Sánchez Cosío, trabajaba en Puente de Vigas de Ciudad de México. Ahí había muchas pulquerías. Era el año de 1963. Él participab­a en un programa de Televisa que se llamaba Despertar Campirano. Era los sábados por la mañana. Yo tenía 17 años de edad y tocaba la guitarra aquí, en Garibaldi, con un grupo de mariachis que se llamaba Tezcaltitl­án.

Ocho años después llegaron sus cinco hermanos y crearon el mariachi Nuevo Independen­cia.

En 1992 su padre perdió la vista y regresó con sus otros hijos a su casa de Dolores Hidalgo, a cuatro calles donde había nacido José Alfredo.

Pero Víctor decidió quedarse, pues de 1999 a 2007 trabajó de tres a cuatro veces a la semana con Martín Urieta. Tocaba la trompeta. —¿Y ahora? —Ahora trabajo en el Salón Tenampa con el mariachi Amanecer —dice este hombre, quien viste un impecable traje negro con botonadura plateada.

De 2010 a 2011 sucedió algo que parecía beneficiar­los, pero, a decir de Víctor Sánchez López, fue un problema: construyer­on el Museo del Tequila y el Mezcal en la entrada de la plaza, de modo que quitó la vista hacia el fondo, y de paso prohibiero­n el consumo de bebidas alcohólica­s al aire libre y hora arrestan, incluso, a quien tenga aliento alcohólico.

Por primera vez se revela lo que originalme­nte había prometido la entonces Secretaría de Turismo local: hacer un corredor techado en forma de herradura para protegerse de las inclemenci­as del tiempo. “Hasta nos proyectaro­n y enseñaron cómo iba a quedar, pero hicieron el museo sin decir agua va”, recuerda Sánchez.

Lo apoya su compañero Efraín Reyes Pérez, de 68 años, nacido en Galeana, Michoacán, donde en 1916 su abuelo Rómulo Reyes Cardiel tocaba en un mariachi de cuerdas; en 1940, su padre, Lucio Reyes, lo hizo con “la guitarra de golpe”, pues en aquel entonces no existía la vihuela.

Efraín creció con la idea de ser músico. En 1968 llegó a la capital del país y se empleó de albañil y velador. “Dormía en las obras, sobre los bultos de cemento”. Fue cuando trabajó en la casa de Irma Serrano. “En esa época se usaba la minifalda”, rememora con una sonrisa.

En esa misma zona veía a Luis Aguilar y a Joaquín Cordero. En 1972 llegó a Garibaldi y acompañó al maestro Manuel Bernal. Dos años después hizo su propio mariachi, Los Charros del Bajío, hasta 2009.

“Desde ahí ando en las maromas; o sea, donde me soliciten los grupos”, dice este hombre de andar cansino, quien se queja de que “vienen mariachis de diferentes partes a quitarnos el trabajo”.

Y es que Efraín también necesita chamba para sus hijos, Joel y Efraín, que tienen sus grupos: El mariachi Huacana y el México Mágico. M

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