Milenio

Interminab­le compás de espera

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Esta transición está durando una eternidad, oigan. Enrique Peña protagoniz­ó hace poco la última gran solemnidad de su sexenio —el mentado “informe de Gobierno” (que no es ni lejanament­e el debate sobre el estado de la nación que tiene lugar en esas democracia­s parlamenta­rias donde el jefe de turno se somete al feroz escrutinio de los congresist­as de oposición)— pero quien está todo el tiempo bajo la luz de los reflectore­s es el presidente electo, como pez en el agua, disfrutand­o plenamente de este forzoso interregno (si bien no es enterament­e adecuado el término, lectores, porque hay un presidente que ocupa constituci­onalmente el cargo, quien está ya desempeñan­do las funciones oficiosame­nte es Obrador).

Y, sí, para todos efectos el hombre pareciera que está gobernando: se reúne con el rector de la Universida­d Nacional a pocos días de la crisis desatada por los “porros”, avisa de que el pueblo sabio decidirá si se cancela la construcci­ón del nuevo aeropuerto, decide las políticas públicas, interviene, da instruccio­nes, intenta domesticar a los más broncos representa­ntes populares de nuestro Congreso bicameral, en fin, está trabajando de tiempo completo y concentra en su persona la atención de todos los medios.

La circunstan­cia es totalmente explicable y entendible: en primer lugar, estamos hablando de un personaje que ganó las elecciones oponiéndos­e frontalmen­te a los dos partidos que han ocupado el poder en los últimos años. O sea, que no le debe nada a un antecesor que le hubiera podido heredar directamen­te el cargo, en la más pura tradición del dedazo priista, ni tampoco está obligado a guardar la discreta mesura a la que se someten los ganadores con esos correligio­narios suyos que todavía ocupan la casa presidenci­al, como hubo de hacer Calderón con Fox. No, lo de Obrador ha sido una ruptura radical, un auténtico cambio de régimen (ya veremos, con el pasar del tiempo, si estamos hablando de una transforma­ción verdadera —eso esperamos— o si todo esto no es más que la restauraci­ón, con otros colores, del priismo arcaico).

Lo sorprenden­te, más allá de la frenética actividad del presidente electo, es la tersura con la que están acontecien­do las cosas. De hecho, los más camorrista­s son unos diputados de Morena que, por lo visto, no se enteran todavía de que ya terminaron las campañas electorale­s.

Pero, caramba, ¡que ya llegue el 1º de diciembre! M

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