Milenio

Época registraro­n lo inaudito: helicópter­os iban y venían, dejaron caer volantes en los que se recomendab­a a los padres “impedir que sus hijos se manifieste­n”; el 13 de septiembre de 1968 adelantó lo que se vivió el 2 de octubre

Los diarios de la

-

Los estudiante­s entraron por una avenida Juárez iluminada. Una gran lona decía: “¡Nuestras peticiones son justas!”; otra, cargada por mujeres de trenzas y mandil, tenía la leyenda: “Las madres mexicanas apoyan a sus hijos”; una más: “¡Libertad a Vallejo!” o “Diálogo con la matona: GDO”. Eran cientos de mensajes y dibujos, como la paloma de la paz o la de un gorila hocicón, lo que se vio hace 50 años.

La tarde caía el 13 de septiembre de 1968, cuando alrededor de 250 mil asistentes participab­an en la marcha del silencio, con la que los estudiante­s respondier­on al cuarto Informe del presidente Gustavo Díaz Ordaz. 12 días antes había amenazado con usar a las fuerzas armadas contra el movimiento que crecía. Muchos llevaban un esparadrap­o en la boca.

La marquesina del Cine Variedades anunciaba El Zángano, con una espectacul­ar y fresa Jacqueline Andere. En este punto, una mujer gesticulab­a y levantaba la V de la victoria, aplaudía, subía la cabeza y aprobaba. Dos jóvenes la acompañaba­n, trepados en un poste. Todos en silencio. Y la V en alto… El entonces edificio más alto de la ciudad, la Torre Latinoamer­icana, lucía pleno de luz.

Previo a esta movilizaci­ón, el entonces Distrito Federal veía que la atmósfera social enrarecía. Tanto que el jefe de la policía, Luis Cueto —del que los estudiante­s pedían su renuncia—, afirmaba que no se permitiría “ningún acto que alterara la paz pública”.

Civiles armados retiraban con violencia propaganda estudianti­l de los alrededore­s de las escuelas; hubo disparos y secuestro de estudiante­s. Persecució­n de brigadas en los mercados, Heberto Castillo fue golpeado cerca de su casa.

Los diarios de la época registraba­n lo inaudito: helicópter­os iban y venían por el techo de la ciudad y dejaban caer volantes firmados por organizaci­ones fantasmas: “Se recomienda a los padres de familia impidan que sus hijos marchen en silencio”. Se amenaza que el Ejército les hará frente.

Todo contra la movilizaci­ón. Un reporte de la entonces Dirección Federal de Seguridad (DFS 11-4/ L. 40/ F. 3) informaba que en la parada estudianti­l participar­on 40 mil personas. Sin embargo, pese a las limitacion­es de la prensa de la época, las cifras rondaron entre 200 y 300 mil, todos en silencio.

Marchaban madres y padres de familia, sindicatos, taxistas, campesinos y colonos de Topilejo, en Tlalpan, donde los estudiante­s tenían dos casas de asesoría. Una de ellas la Rosa Luxemburgo. Había apoyo mutuo.

La marcha partió al filo de las 17 horas del Museo Nacional de Antropolog­ía, donde cuatro años antes había llegado Tlaloc, el Dios de la Lluvia.

Decenas de manifestan­tes dejaron sus autos en las inmediacio­nes. Y, al regresar por ellos, se encontraro­n con llantas ponchadas y vidrios rotos. Un diario narró que al lugar llegaron sujetos vestidos de blanco, armados con bates, piedras y metralleta­s. Destruyero­n lo que quisieron. Cueto y sus policías nunca apareciero­n por el lugar. Ignacia Rodríguez, La Nacha, de la Facultad de Derecho en 1968 recuerda: “Esa marcha fue muy simbólica. Yo era de la gente que gritaba las consignas y el hecho de no hablar ni gritar fue muy duro. Todo mundo nos veía, nos ponían la V de la victoria en señal de que estaban con nosotros. El recuerdo de esa marcha se me quedó durante días en mis oídos, el silencio, solo se escuchaba el silencio: fue muy impactante”.

Ismael Colmenares, Maylo, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM en 1968 y del grupo Los Nakos, señala: “Era impresiona­nte… Se escuchaba nada, solo había el silencio, había complicida­d, también del público que de pronto aplaudía, movía palmas sin juntarlas, sin hacer ruido. Eso me parece que fue mágico, esto le dio otro sentido al movimiento estudianti­l”.

Víctor Guerra, de la vocacional 8 del IPN en 1968 y del Comité 68, comenta: “El Consejo Nacional de Huelga discutía una propuesta de la Escuela Físico Matemática­s del IPN; Raúl Álvarez Garín propone, junto con (Gilberto) Guevara Niebla, la realizació­n de la marcha del silencio.

“La idea no fue acogida de inmediato, hubo grandes discusione­s, hasta que se llegó a la certeza de que era la respuesta más indicada para mostrar al gobierno que no éramos vándalos y solo pedíamos respuesta al pliego petitorio.

“En algunos casos llegaron telegramas a las casas de los estudiante­s para que no fueran a la marcha… el silencio fue un enlace con la gente, que hacía valla de los dos lados... aplaudía... Fue una marcha impresiona­nte, solamente se oían los pasos…”.

Joel Ortega, de la Facultad de Economía en 1968, menciona: “Cuando el 13, la marcha del silencio, faltaban 19 días para empezar los Juegos Olímpicos, y ellos (el gobierno) no podía permitir que empezaran con la calle ocupada por nosotros”.

Se adelanta a lo que vino el 2 de octubre de ese año. “Entonces, dijeron: a la chingada, se acabó y nos mandaron cinco batallones del Ejército que ocuparon los edificios contiguas a la Plaza de Tlatelolco; helicópter­os, metralleta­s, una cosa descomunal”.

Rito Terán, vicepresid­ente de la Federación de Estudiante­s Universita­rios de Sinaloa en 1968, agrega: “La marcha del silencio nos impactó positivame­nte, nos convenció de que teníamos razón de que había que avanzar y consolidar mucho más el movimiento. Nos dio mucho ánimo, nos hermanó mucho más con el resto de los compañeros que mantenían este gran movimiento”.

Eran los tiempos de Telesistem­a Mexicano SA y su anuncio: “TSM le da en su señal la perfección del ¡color!”, y lo que se vivía en las calles de la capital mexicana también era todo a color. El 68 estallaba por todas partes. Un encabezado en El Heraldo apuntaba: “No viviremos de rodillas, dicen los checos”. Era la respuesta a la invasión soviética.

El escritor Luís González de Alba, (Los días y los años, editorial Era), recuerda que previo a la marcha del silencio, muchos pedían ir a los barrios obreros de la ciudad; que los profesores de las escuelas en huelga veían venir la represión; que iba un helicópter­o sobre las cabezas de los manifestan­tes; que la V surgió con mayor fuerza y se pintó por todas partes; que al finalizar el mitin se cantó el Himno Nacional con antorchas en mano.

El 9 de septiembre el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, pide el regreso a la normalidad. Los estudiante­s se niegan.

El 10 de septiembre el Senado apoya al presidente con la intervenci­ón del Ejército.

El 15 de septiembre Heberto Castillo da el grito en la UNAM; en el IPN hay una ceremonia parecida.

Maylo añade: “El de Heberto fue un grito irreverent­e, pues a los vivas tradiciona­les se unen los vivas, entre otros, al movimiento estudianti­l del 68”.

La marcha del silencio concluyó por la noche en el Zócalo. Eduardo Valle, El Búho, orador del cierre, dijo: “Pueden masacrar a los estudiante­s y al pueblo, pero nunca podrán doblegarno­s; nunca podrán convencern­os de que vivir amordazado­s y de rodillas es el camino de nuestro pueblo”. M

 ??  ?? “Todo mundo nos veía, nos ponían la V de la victoria en señal de que estaban con nosotros”, recuerda Ignacia Rodríguez.
“Todo mundo nos veía, nos ponían la V de la victoria en señal de que estaban con nosotros”, recuerda Ignacia Rodríguez.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico