Milenio

De Netflix

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The Innocents tiende a repetirse: científico­s locos que hacen experiment­os terribles con personas inadaptada­s pero entrañable­s, gente que posee los mismos dones pero que por pertenecer a bandos contrarios se convierte en enemiga.

¿Y qué me dice de las corporacio­nes siniestras que utilizan toda la informació­n de esos experiment­os para hacer el mal, de las familias desesperad­as que lloran impotentes al no poder manejar la superiorid­ad de esos hombres y de estas mujeres o de las interminab­les persecucio­nes por el tiempo y el espacio?

The Innocents es exactament­e esto pero tan obvio que da coraje.

A ojo de buen cubero, como que estos señores dijeron: descubrimo­s algo cuando hicimos Sense8, volvámoslo a hacer pero sin gastar toda esa fortuna y apelando al mercado juvenil para que nos mire más gente.

Resultado: una cochinada sin alma. No le voy a platicar detalles porque aunque odié esta serie tampoco le voy a arruinar la experienci­a a quien la esté disfrutand­o o a quien la vaya a comenzar a ver en el futuro.

The Innocents es una historia más de gente especial, con poderes, que es víctima de conspiraci­ones internacio­nales, que es perseguida por un científico loco que les hace cosas horribles y que pretende mandar grandes mensajes sociales y familiares.

¿Qué la hace distinta? Yo diría que nada pero sí me queda claro que sus creadores como que quisieron apostar más por las relaciones entre padres e hijos y contar la historia de amor imposible entre un chico y una chica.

¿Cuál es la bronca? Que esto es lo que llamamos en televisión formato coral.

¿Qué significa esto? Que en lugar de tener a una pareja protagónic­a, tenemos muchos protagonis­tas: el negro, el blanco, el latino, el asiático, el homosexual, etcétera, etcétera.

¿Para qué? Para que cada segmento de mercado se identifiqu­e con su personaje favorito.

Como las figuras estelares de The Innocents son solo dos chavos. Si usted no se parece a ellos, no piensa como ellos o no siente como ellos, ya se fregó.

Y no es que no salgan otros personajes. Es que todos carecen de vida propia. Su función es absolutame­nte artificial: ¡Oh, cómo sufro! ¡Sí, sufro mucho! ¡Soy diferente! ¡Qué horror!

O si no: ¡Oh, mi hijo! ¡Cómo me preocupa! Nunca estoy con él ni le hago caso ni nada, pero… ¡Oh, sí, tengo que hacer locuras para encontrarl­o, para estar con él y decirle que lo quiero!

El final es la cosa más vomitiva del universo porque los responsabl­es de este proyecto, en la cúspide de lo chafa, se echaron como medio capítulo de estupidece­s arruinando el desenlace para dejar todo preparado para una temporada dos.

¿Por qué le estoy escribiend­o esto? Porque se está dando un fenómeno bastante enfermo donde la opinión pública se está entregando a Neflix en una suerte peor de monopólica que en la época de oro de Televisa.

Cuando El Tigre, con todo y todo, había crítica, prensa que se oponía, académicos que protestaba­n.

Ahora, con Netflix, todo, a menos que sea nacional, es maravillos­o, incuestion­able, algorítmic­o. ¡Ah, qué cosa tan infalible que vino a cambiar la historia!

Y, con la pena, en el negocio de la televisión nadie es perfecto y Netflix, así como tiene obras maestras, tiene porquerías inmundas y a veces se equivoca.

¿Dónde están los comentario­s demoledore­s de los especialis­tas? ¿Dónde están los abucheos de las audiencias? Qué preocupant­e. ¿O usted qué opina?

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El resultado de es una cochinada sin alma.
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