Milenio

Durán King José Luis

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Policía y medios lo llamaron El Asesino del Torniquete, debido a que fue el método que Anthony Allen Shore eligió y disfrutó para acabar con la vida de cuatro mujeres hispanas en Houston Texas, dos de ellas menores.

El 28 de octubre de 2004, después de menos de una hora de deliberaci­ones, el jurado encontró a Shore culpable de asesinato capital y recomendó la sentencia de muerte, que el propio reo había solicitado.

Para octubre de 2017, fecha en que debía acudir con el verdugo, Shore al parecer había recapacita­do y ya no estaba muy seguro de querer la inyección letal, por lo que señaló que en su celda guardaba documentos escritos a mano con detalles sobre la muerte de una joven llamada Melissa Trotter. La fiscal general del condado de Harris, Kim Ogg, ordenó que se aplazara la condena hasta que se esclarecie­ra su relación con ese presunto asesinato.

Finalmente, el 18 de enero de este año, Shore fue ejecutado a los 55 años. Oficialmen­te, sus últimas palabras fueron: “Muero con la conciencia tranquila. He logrado la paz. Dios bendiga a todos hasta que nos volvamos a encontrar”.

Aunque, cuando la dosis letal de pentobarbi­tal comenzó a entrar en sus venas, susurró: “Oooh-ee! Puedo sentir eso”. Después se sumió en el silencio y en la inconscien­cia.

Conductor de transporte pesado de tiempo completo y músico cuando podía, Anthony Shore nunca pudo controlar sus impulsos sexuales. Justificab­a su conducta con el argumento de que escuchaba voces en su cabeza, “me poseían de alguna manera”, explicaba.

¿Fueron esas voces las que le ordenaron que abusara sexualment­e de sus hijas en 1998? ¿Las que eligieron a su primera víctima el 26 de septiembre de 1986? La adolescent­e de 14 años, Laurie Tremblay, fue atacada mientras caminaba hacia su escuela. Fue violada y estrangula­da antes de que su cadáver fuera arrojado como un recipiente vacío detrás de un restaurant­e mexicano.

En todos sus homicidios, excepto en el de Laurie Tremblay, Shore estranguló valiéndose de una ligadura que ajustaba con un cepillo de dientes o una vara de bambú. El método era similar a la ejecución conocida como garrote vil, aunque también es utilizado por la gente del campo para controlar caballos. Cuando la policía le preguntó si su modo de matar a través del torniquete no lo utilizó en el caso de Trenblay por ser su primera víctima, Shore respondió que en realidad fue “porque me lastimé el dedo mientras la mataba”. El 8 de agosto de 1994 Shore segó la vida de la niña Diana Rebollar, de nueve años, a quien vecinos la vieron en una tienda de comestible­s. La menor salió del local, pero nunca llegó a su casa. Su cuerpo fue encontrado al día siguiente en un muelle de carga detrás de un edificio. Diana Rebollar, como todas las víctimas de Shore, fue violada y torturada con el torniquete antes de ser asesinada. Su cuerpo, como el del resto de las mujeres asesinadas, fue tirado en un lote baldío al oeste del área metropolit­ana. Transcurri­eron casi dos décadas para que la carrera de Shore fuera detenida en seco, gracias a la técnica de identifica­ción de ADN, huella genética que le fue tomada en el caso de la violación de sus hijas. Anthony Shore confesó ser el asesino de cuatro mujeres; sin embargo; la fiscal, por contar con la mayor evidencia forense, decidió acusar al criminal solo por el asesinato en 1992 de María del Carmen Estrada, cuyo cuerpo desnudo fue rescatado por la policía en un solar al lado de un negocio de comida. Tras la ejecución de Shore, la fiscal Kim Ogg, añadió: “Los crímenes de Anthony Shore fueron contra las personas más vulnerable­s de la sociedad: niñas y mujeres. Por sus actos brutales creemos que la pena de muerte fue apropiada”. m

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