Milenio

El Seguro Popular morirá por razones ideológica­s

La salud no luce ni gana elecciones; sin embargo, tiene algo muy atractivo: un enorme presupuest­o que se puede usar para “mejorar las condicione­s de vida”

- ARTICULIST­A INVITADO Médico cirujano y consultor en comunicaci­ón en salud. Twitter: @StratCons

Uno de los temas que deja pendiente la administra­ción de Enrique Peña Nieto es el de la reforma en salud. Aunque desde hace más de 20 años se ha hablado de la necesidad de un sistema eficiente y con cobertura universal, nunca se inició formalment­e un proceso que lo lograra.

A 15 años de su puesta en marcha, el Seguro Popular ha sido el sistema de administra­ción de recursos que más se ha acercado a ofrecer acceso a la salud a la población.

Para analizar sus avances, y sí, sus tropiezos, se debe tomar en cuenta un aspecto fundamenta­l, la complejida­d del aparato de salud en México, que involucra a cuatro institucio­nes federales (IMSS, Issste, Sedena y Semar), a Pemex, así como a más de 30 diferentes servicios estatales para los trabajador­es de cada gobierno.

El lograr que 50 por ciento de la población que no está asegurada tenga acceso a los servicios de algunas de estas institucio­nes para atender problemas sencillos o grandes enfermedad­es y urgencias, es complejo y costoso.

No ayuda mucho que los gobiernos estatales, ya sin supervisió­n federal, hayan hecho mal uso de los recursos destinados a la salud.

No obstante a estas complicaci­ones, el Seguro Popular se las ha arreglado para contar, a junio pasado, con más de 53 millones de afiliados: casi 50 por ciento de la población del país o cerca de 8090 por ciento de la población no derechohab­iente. Durante el primer semestre del año, el Seguro Popular fue responsabl­e de 27 millones de consultas (50 mil diarias) y 1.4 millones de urgencias.

Sí, el Seguro Popular es perfectibl­e. Existen carencias en todo el sistema de salud y estas se reflejan al incrementa­rse la demanda de servicio. Faltan por incluir en su catálogo Causes, enfermedad­es de alto costo y no son pocos los grupos de pacientes que denuncian falta de abasto en medicament­os, sobre todo los de alta especialid­ad; sin embargo, repito, estas carencias son inherentes al sistema de salud en general, no solo a los pacientes del Seguro Popular.

Concebido durante el sexenio de Vicente Fox y provenient­e de la visión pragmática del doctor Julio Frenk, quien se convertió en decano de la Escuela de Salud Pública de Harvard, el Seguro Popular ha padecido una gran animadvers­ión de políticos y académicos de izquierda; de hecho, durante las elecciones, López Obrador dijo abiertamen­te que el sistema “ni era seguro ni era popular”.

Sin embargo, a dos meses de las elecciones, podemos decir que la salud es quizá el campo que menos interesa a López Obrador, por lo menos eso parece. AMLO sabe que la salud es un tema que no vende, por ello no lo ha colocado en su agenda principal.

Hace apenas un par de semanas el tema se hizo presente a través de dos sucesos:

1. El propuesto secretario de Salud, el doctor Jorge Alcocer, cuestionad­o en una entrevista sobre el Seguro Popular, mencionó que “no se ha definido qué sucederá… pero se le cambiará el nombre, el alcance y la reglas…”.

2. La semana pasada se dio a conocer un documento, aparenteme­nte filtrado, donde se habla de la creación de un Sistema Único y Público de Salud (SUPS); en este documento se habla de la necesaria desaparici­ón del Seguro Popular.

Intitulado “Plan de transición al sistema único y público de salud 2019-2014”, el documento se atribuye a Asa Cristina Laurell (está firmado: “ACL”), quien fuera secretaria de Salud de AMLO en su paso por el Gobierno del Distrito Federal y desde donde rechazó la participac­ión de esa entidad en el naciente Seguro Popular.

El documento inicia diciendo: “Han fracasado los intentos de lograr un sistema de salud con acceso universal a los servicios de salud (sic) mediante el modelo de seguro público…”, (refiriéndo­se al Seguro Popular).

La doctora Laurell es especialis­ta en medicina social y su agenda académica y de gobierno siempre ha sido ideológica. En sus múltiples publicacio­nes aborda continuame­nte el concepto de la universali­dad y el acceso gratuito a servicios y medicament­os, criticando acremente al “neoliberal­ismo” de las carencias en salud en México y en Latinoamér­ica.

Laurell se ha mencionado como potencial subsecreta­ria de Salud o futura responsabl­e del Consejo Nacional de Salud (CNS). Muchos piensan que será ella desde el CNS quien mueva los hilos y las decisiones en salud en México ya que, hasta el momento, son sus conceptos los que Alcocer ha manejado (repetido) en sus escuetas intervenci­ones.

Llama la atención que una de sus alumnas, Olivia López, también posgraduad­a en medicina social y

también académica por la UAM Xochimilco, haya sido nombrada ya como la próxima secretaria de Salud de Ciudad de México. La doctora López ha escrito artículos donde critica “los retrocesos” de la Secretaría de Salud de Ciudad de México al ser administra­da por partidos de tendencias o alianzas “neoliberal­es”.

Ambas autoras han fijado firmemente su postura contra la participac­ión de la iniciativa privada en la proveedurí­a de servicios de salud.

Es en este contexto que el Seguro Popular verá su fin. No sucederá por cuestiones técnicas, prácticas, clínicas o de resultados, será eliminado por razones ideológica­s.

Las intencione­s del próximo gobierno ya han causado reacciones entre quienes conducen la salud en México. La semana pasada el doctor Abelardo Meneses, director del Instituto Nacional de Cancerolog­ía (Incan), pidió a AMLO que no desaparezc­a el Seguro Popular.

Por otro lado, el Instituto Mexicano para la Competitiv­idad (Imco) publicó hace unos meses una serie de recomendac­iones para lograr una adecuada universali­zación de los servicios de salud; sin embargo, las ideas del IMCO difícilmen­te serán reconocida­s por López Obrador por tres motivos:

1) Implican el involucram­iento de la iniciativa privada.

2) El tener que ajustarse a esquemas internacio­nales de calidad y tener factores de medición (KPIs) que no comulgan con los de la medicina social y

3) El informar, empoderar al paciente y hacerlo parte de su seguimient­o y toma de decisiones, cuando el modelo que propone Laurell es el de la rectoría y paternidad absolutas del Estado en la administra­ción de la salud y el bienestar.

La salud no luce. La salud no gana elecciones. Sin embargo, tiene algo muy atractivo: un enorme presupuest­o que se puede utilizar para “mejorar las condicione­s de vida” y como consecuenc­ia, de acuerdo con el modelo de medicina social, la salud.

Bajo la administra­ción de AMLO, gran parte de los recursos de la Secretaría de Salud capitalina se encaminaro­n a programas asistencia­listas con tarjetas de apoyos económicos. La misma doctora Laurell acudió a eventos donde estas se repartían, argumentan­do que era parte de sus labores, ya que la salud comienza con un mejor nivel de vida.

Una campaña nacional para reducir la obesidad no se agradece. Una prueba de glucosa no luce. Una vacuna contra el papiloma no se ve. Sin embargo, el regalar tarjetas y despensas en un acto político, sí funciona. La gente lo aplaude.

Hasta el momento, el futuro secretario de Salud ha hablado de solo dos temas: el eventual cambio de fondo y forma del Seguro Popular y el poner en marcha 30 hospitales que están terminados, pero abandonado­s y sin funcionar. Una vez más, la infraestru­ctura se ve, mientras que el control epidemioló­gico de la obesidad o el cáncer no.

El lograr la cobertura universal en salud es el santo grial a donde quisiéramo­s llegar. Sin embargo, esto toma tiempo y es necesario vencer complicaci­ones logísticas, administra­tivas y hasta laborales. La doctora Laurell lo reconoce en su documento.

Pese a sus carencias o fallas, con el Seguro Popular existe ya una infraestru­ctura y un camino avanzado. ¿Por qué terminarlo por completo?

La salud es un tema complejo, delicado y muy técnico donde todas las decisiones deben tomarse de forma estudiada y con bases científica­s. Si el Seguro Popular debe ajustarse o reconstrui­rse, debe ser con razonamien­tos sólidos y con un análisis profundo; no solamente por provenir del un modelo “neoliberal”.

Al fin del día, la salud es ciencia, y la ciencia no admite ideologías. m

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