Milenio

Eduardo Rabasa

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Uno de los rasgos más visibles del sistema bajo el cual transcurre la vida en sociedad, por lo menos en Occidente, tiene que ver con el tema de las deudas. A nivel macro, las periódicas crisis económicas se resuelven invariable­mente con un rescate que si bien inyecta dinero para evitar el colapso inmediato de bancos, gobiernos u otras institucio­nes considerad­as “demasiado grandes como para dejarlas caer”, el monto se añade a la deuda pública que no solo se va pagando de manera intergener­acional, sino que se traduce en recortes a las pensiones, educación, salud, cultura y demás rubros cuyos efectos negativos siempre recaen sobre los mismos estratos poblaciona­les. Incluso los países más ricos suelen tener unos porcentaje­s inmensos de deuda respecto a su PIB, con lo cual está planteado de manera sistémica que seamos sociedades que vivimos por definición gastando más de lo que se produce.

A escala individual, la vida de la mayoría transcurre también bajo un tipo de endeudamie­nto u otro, ya sea de nivel un tanto más lujoso (casas, coches, tarjetas de crédito), o con deudas contraídas más por una cuestión de subsistenc­ia, como en el caso de las casas de empeño, las tandas, u otros mecanismos que permiten a la gente salir a flote en el día a día. Nacemos y vivimos endeudados, y muy a menudo tan solo la muerte permite extinguir del todo aquellos saldos remanentes del consumo adelantado que se experiment­ó en vida.

Es interesant­e recordar que en La genealogía de la moral, Nietzsche traza la etimología del concepto de culpa al de deuda. Cuando le debemos algo a alguien, ello nos coloca en una posición de subordinac­ión, pues el acreedor cuenta con distintos mecanismos (incluso si son solo psicológic­os) para ejercer su poder sobre aquel que le debe, que en la actualidad pueden incluir hasta la pérdida de todos los bienes, o incluso la privación de la libertad. Entonces, al vivir en sociedades donde tanto colectiva como individual­mente la vida transcurre bajo el sino de la deuda, podríamos decir también que, como estableció Nietzsche a partir del triunfo de la moral cristiana, la culpa es uno de los rasgos caracterís­ticos de la forma en la que se organizan nuestras sociedades.

¿De qué somos culpables? En primer lugar, a la vieja usanza del pecado original, simplement­e de nacer, pues ello ya implica nacer con una deuda. E incluso aquellas personas lo suficiente­mente sensatas como para no incurrir en ningún tipo de deuda (por desgracia, no soy una de ellas) no se salvan, pues en ese caso la culpa sistémica a menudo se presenta como la sensación de estar en falta por no querer, tener o ser más. No en balde René Girard considerab­a a la envidia como la forma principal en la que se estructura el deseo en nuestras sociedades, pues no importa tanto qué es lo que realmente deseamos sino cómo lo definimos y nos situamos en relación a esas vidas tan plenas y dichosas que siempre parecerían tener todos los demás. m

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Nietzsche traza la etimología del concepto de culpa al de deuda.

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