Rosario Robles reloaded
No termina aún el sexenio y las “irregularidades” mantienen su implacable ritmo. No tienen fin. De nueva cuenta, los reflectores del escándalo iluminan a Rosario Robles, ese controvertible personaje de la defenestrada clase política priista. La semana pasada se conocieron nuevos desvíos desde la Sedatu, dependencia a cargo de esa funcionaria. El modus operandi utilizado es el mismo que se utilizó en la Sedesol: la triangulación de recursos públicos, a través de contratos, subcontratos y una multitud de empresas fantasma que tenían la función de fragmentar el cauce que el dinero seguía: hacer difícil su rastreo. Que una dependencia pública pueda “diluir” 700 millones de pesos en efectivo debe tener, para decir lo menos, un modelo de instrumentación muy sofisticado.
La Auditoría Superior de la Federación ha documentado los desvíos que, desde las secretarías mencionadas, han tenido lugar. Una investigación periodística (Animal Político) detalló el procedimiento de desvío y triangulación de esa refinada operación conocida como La estafa maestra. La todavía secretaria de Estado ha salido, una y otra vez, para decir que está dispuesta a que se le investigue, “hasta por debajo de las piedras”, que vive en la misma casa desde hace 22 años y que en su vida, como funcionaria pública, no ha firmado contrato alguno que tenga que ver con todo aquello de lo que se le acusa: según ella, está limpia.
La diputación naciente la ha citado a comparecer, cuando no estaba previsto, para glosar el último Informe presidencial. Tendrá, sin duda, que enfrentar señalamientos de una mayoría legislativa que la presume culpable. Su partido (o lo que quedó de él) no tiene la fuerza para defenderla. Por tanto, esta vez tendrá que enfrentar en solitario su defensa. Los legisladores, sin embargo, no pueden enjuiciarla, pero sí pueden impulsar un juicio de procedencia para desaforarla.
Es cierto que no existe una investigación contra Robles. Es probable, si se acoge uno al beneficio de la duda, que no haya usufructuado de los millonarios recursos desviados. Sin embargo, no puede eximirse de que esos dineros “triangulados” de las secretarías aludidas estaban bajo su responsabilidad. Robles no pudo ignorar que todo el dinero que circulaba a su alrededor tenía un destino desconocido para ella. Esta vez no habrá la defensa presidencial de “no te preocupes, Rosario”. El mismo jefe del Ejecutivo está librando una lucha sin cuartel en aras de salir lo menos enlodado de todos los actos irregulares cometidos durante su sexenio. Lo que el caso Robles trae a la discusión es la postura omisa, sino es que cómplice, que caracterizó a esta admin istración presidencial en muchos casos. De haber actuado el jefe del Ejecutivo, de inmediato, ante el menor indicio de escándalo, él mismo estaría en una posición menos vulnerable. Ahora, sin embargo, el nuevo escándalo que rodea a Robles también toca a Peña Nieto, lo hunde todavía más. Es la misma actitud asumida con Odebrecht y Ruiz Esparza, entre otros casos. Peña fue un presidente negligente que gobernó bajo la premisa de que todo escándalo lo borra el tiempo. El nuevo gobierno se encargará, como tantas veces lo ha reiterado, a poner orden y a “barrer las escaleras de arriba hacia abajo”; es deseable que no se quede en una promesa de campaña. Sería inexcusable que el próximo gobierno siga fomentando la impunidad. M
El modus operandi empleado en el desvío en Sedatu es el mismo que se utilizó en la Sedesol