“¿Quiere que me hinque?” “Me van a matar…”
El viernes, durante un foro para escuchar a víctimas de la violencia que se llevó a cabo en Ciudad de México, una mujer casi se hinca ante el Presidente electo. La crónica de mi colega reportera Jannet López Ponce narra que la mujer tenía el rostro desencajado. Y sí, lloraba desconsolada porque lleva años buscando a su hijo desaparecido. Su voz elevada denotaba mucho dolor, desesperación, impotencia, también coraje.
“Ya investigó, ya recorrió las calles de Tamaulipas y de gran parte del país. Ya subió cerros y buscó hasta en fosas clandestinas. No hay rastro de él. Las autoridades, dice, han sido omisas, la han ignorado, no han actuado, y ella sigue sin saber dónde está su hijo”, redactó Jannet. Luego le puso voz a la víctima:
“Rogaba a Dios porque usted llegara a la Presidencia para que nos ayude a todos. Llevo años pidiéndole a Dios que me digan qué hicieron con mi hijo. ¿Dónde está mi hijo, señor López Obrador? ¡¿Quiere que me hinque?! ¡¡¡¿Quiere que me hinque para que me ayude a buscar a mi hijo?!!!”, clamaba, mientras él negaba con la cabeza y apretaba los labios, tecleó la reportera.
La mujer, si no halla con vida a su hijo, quiere encontrar su cadáver para enterrarlo y tener un lugar al cual llevarle una flor. Así lo dijo. Desgarradores segundos, como tantos otros instantes que se han vivido desde hace años cada vez que miembros de organizaciones de víctimas pueden explayarse, lejos de atisbos de sicarios y halcones.
López Obrador estuvo atónito las tres horas que duró el encuentro, la catarsis colectiva. Salió del pasmo y prometió “justicia”, dijo que hará todo “lo humanamente posible” para lograrlo. Parecía conmovido, pero su semblante estaba descompuesto porque ¿qué es “justicia” en México, cuando tantas regiones están pobladas de fosas clandestinas y hay decenas de miles de desaparecidos? ¿Qué hará para darle rostro palpable a esa “justicia”?
Una niñita enmudecida se paró junto a él y levantó una pequeña pancarta con el rostro de su padre desaparecido. Sí, vivimos en un país donde niños de cinco, seis, siete años tienen que erguir fotos de sus familiares desaparecidos. Eso ya es normal aquí, hoy, en México.
Es duro asimilar la realidad, cuando escuchas tantos horrores y sabes que poco puedes hacer y poco podrás hacer para aliviar el tormento de los demás. Quizá por eso el discurso de López Obrador derivó… en promesas de combate a la corrupción y otros asuntos ajenos a las víctimas. Tal vez antes de hablar él exhibió piedad en su rostro, pero, ¿qué más puede hacer, además que dar consuelo a los dolientes y esbozar palabras de empatía?
Un hombre gritó para describir su angustia, la de haber perdido a su hija, y su temor de que también a él podrían ejecutarlo pronto: “Señor López Obrador, es quizá la última vez que me vea, porque me van a matar. Nada más le pido que si no me vuelve a ver, aquí está toda la información: a mi hija la sacrificaron y me voy a sacrificar por ella”, dijo el padre, estirando un legajo de papeles. Luego se desvaneció, desmayó.
Las víctimas no quieren promesas, exigen que los gobiernos trabajen, y eso significa buscar desaparecidos, esclarecer homicidios, proporcionar seguridad y paz. Tampoco les gusta amnistiar a los monstruos perpetradores de sus horrores. Eso de que necesitan perdonar y pensar en el bienestar del alma, que les dijo el Presidente electo, ya se habrá dado cuenta (espero): a esos seres sufrientes no les sirve para nada. Eso casi los insulta.
Bienvenido a la realidad de esta guerra, señor López Obrador: la transición ha iniciado… M