En el 208 aniversario
De la Independencia participaron más de 18 mil integrantes de las fuerzas armadas, mientras cientos de personas los ovacionaban a su paso
Fue el último desfile, presidido por Enrique Peña Nieto, quien como “ningún otro presidente en la historia ha hecho tanto por sus fuerzas armadas”, diría un día anterior el secretario de Marina, Vidal Francisco Soberón, cuyos subalternos obsequiaban réplicas de pequeños gorros oficiales, en especial para niños, quienes ansiaban fotografiarse con marinos y soldados.
Domingo de fiesta para personas reunidas desde el Centro Histórico de Ciudad de México hasta las avenidas Juárez y Reforma, sin importar la mañana calurosa de este 208 aniversario del inicio de la Independencia mexicana. Por eso menudeaban sombreros y sombrillas durante el desfile de miles de marinos, militares, policías federales y otros empleados.
Las ovaciones aumentaban en cada tramo, mientras pasaban integrantes de las diversas secciones de las fuerzas armadas, además de técnicos de la Comisión Nacional del Agua, que ahora participaron, y los charros que, como siempre, quedarían al final. Mientras tanto, de pie o en bancos y banquetas, los espectadores eran contenidos por policías preventivos.
Militares, hombres y mujeres, a bordo de vehículos, respondían el saludo con sonrisas, las manos en alto o verbalmente, gestos que animaban a quienes permanecían en camellones de Paseo de la Reforma, donde otros participantes marchaban con paso firme al son de tambores y trompetas. Los niños brincaban de gusto y pedían a sus madres alzarlos en brazos.
Allá venían las motorizadas Unidades Caninas con varios perros a bordo, algunos de los cuales habían mostrado sus proezas durante los sismos de hace un año, como Frida, por lo que recibían estruendosos aplausos, mientras sus entrenadores sonreían y agradecían con las manos en alto.
Y no muy lejos rodaban ambulancias militares mientras lanzaban aullidos. El agrupamiento de Actividades Sociales mostraba sus herramientas. Los camiones de rescatistas de Sedena y Semar, hombres y mujeres, daban las gracias y sonreían como respuesta a los aplausos de niños y jóvenes.
Sobre las avenidas varios asistentes lucían gorros con la palabra MARINA al frente. Otros se habían quedado con las ganas de recibir el suyo y por eso preguntaban en dónde los obsequiaban. Llamaban la atención esas Plataformas rodantes que transportaban helicópteros del Plan DN III.
También se habían incorporado camiones del Servicio de Meteorológico Nacional y tráileres cocina-comedor, así como las tortilladoras móviles y plantas potabilizadoras montadas en camiones. “¡Gracias México!”, se leía en algunos vehículos.
Y en el espacio aéreo se hacía una demostración con vuelos de helicópteros y aviones que parecían rasgar el cielo aborregado. Kilómetros abajo, mientras tanto, el desfile continuaba. Militares atletas eran de los más ovacionados. “Honradez y actuar con integridad”, se leía en los vehículos.
Cadetes del Colegio Militar sostenían en sus brazos águilas reales. Detrás iba el Agrupamiento Montado y una banda de guerra.
El desfile había cruzado el Centro Histórico, a partir el Zócalo, para luego culebrear por avenida Juárez y en seguida sobre Reforma. Y también, como siempre, en la retaguardia iban miembros de la Asociación de Charros, seguidos por barredoras del Gobierno de Ciudad de México.
Los niños y sus padres se tomaban fotos con policías del grupo de élite de la Secretaría de Seguridad Pública local. La multitud caminaba en sentido contrario, rumbo al centro, mientras se despejaban los carriles de Juárez y Reforma, para luego extender la expectación hacia la Alameda Central.
Fue cuando descubrieron a militares, hombres y mujeres, que aguardaban en sus camiones estacionados, y entonces adultos y niños comenzaron a fotografiarse, pues les permitían subirse a los automotores, delante o atrás, frente al volante o sobre el cofre. —¿Podemos? —Sí, con gusto. Y accionaban sus celulares. Como fue el caso de Adriana y su pequeño hijo, que venían de la delegación Gustavo A. Madero, y otros más, sobre todo niños, que se formaban para poder fotografiarse con militares de todos los grados.
Una de las más solicitadas era Yamilet Ayala Arias, subteniente auxiliar médico cirujano, de 25 años, quien terminó la carrera en la Facultad de Medicina de la UNAM y después hizo exámenes para ingresar al Ejército, donde siempre había querido estar. —¿Por qué? —se le preguntó. —Me llamaba la atención antes de empezar la carrera —comentó, para luego añadir que había hecho examen en la Escuela Médico Militar, pero no había sido seleccionada.
—Y cumplió con su sueño —se le pregunta a quien está asignada en el campo militar número 37 de Santa Lucía.
—Sí, entré en 2017, con el título, la cédula e hice los exámenes —respondía, siempre sonriente, quien a cada rato era solicitada para fotografiarse. —¿Y qué siente después de un año? —Es muy padre, muy bonito —admitió esta carismática médico militar, quien no dejaba de dibujar sonrisas con sus labios color pitahaya. m