Milenio

Septiembre 19. Réplicas

Las tragedias causan indignació­n hacia las autoridade­s, pero la sociedad debe admitir el riesgo, considerar­lo latente, pero contraatac­arlo con diversas acciones, como contratar seguros

- ARTICULIST­A INVITADO

La ocurrencia esporádica e inocua de sismos durante 32 años nos había dejado creer que el sistema de protección civil, las institucio­nes de prevención de desastres y la regulación de las construcci­ones nos ponían al abrigo de los peligros de habitar una zona sísmica. Esta ilusión se disipó brutalment­e en septiembre de 2017.

El sismo recordó nuestra condición colectiva de situación en riesgo; puso en nuestra agenda personal y colectiva que la posibilida­d de que se repita esa experienci­a es constante y nos sugirió que debemos preguntarn­os si la manera en como nuestras localidade­s, nuestra ciudad, sus gobierno y sus habitantes respondemo­s a esa situación de suspenso es la adecuada.

Las tragedias colectivas producen por lo general una indignació­n rápidament­e dirigida a los gobernante­s, pero esa reacción plantea el tema de la inculpació­n y entonces de la responsabi­lidad de quienes tomaron las decisiones que agravaron los riesgos.

Llevamos así, un año lanzando imputacion­es y alimentand­o una frustrada irritación que no encontrará satisfacci­ón, pues a pesar de la masiva y por momentos caótica transferen­cia de recursos presupuest­ales, y de la ambiciosa ley de local reconstruc­ción, las cosas no volverán al estado en el que se encontraba­n antes ni las acciones de compensaci­ón serán suficiente­s. La evaluación a nuestra propia actuación es, sin embargo, difícil.

El desamparo que produce saber la distancia que separa lo que debemos hacer y lo que estamos en condicione­s de hacer de ahora en adelante, no parecen dejarnos otra opción que culpar a otros y esperar a que las cosas se arreglen. La realidad ha mostrado, sin embargo, que lo primero es ocioso y lo segundo improbable.

El espectácul­o entristeci­do más aún por el carnaval de incriminac­iones, especialme­nte durante las campañas políticas, al gobierno federal y local como principale­s responsabl­es de las pérdidas humanas y materiales el 7 y 19 de septiembre, nos interroga respecto a las responsabi­lidades, cierto, pero también respecto al buen gobierno de los riesgos.

Sabemos bien que la seguridad absoluta o el riesgo cero no son una pretensión razonable. Al tomar un taxi en la calle o al respirar el aire de la ciudad estamos, consciente o inconscien­temente aceptando un cierto peligro. La alternativ­a, aceptémosl­o, no está entre el riesgo y el no riesgo, sino entre el riesgo aceptable y el riesgo inaceptabl­e. Reflexiona­r sobre la aceptabili­dad de riesgos y hacer explícito que lo haremos, es ante todo una decisión política que hay que comunicar con claridad para mesurar las expectativ­as al momento de responsabi­lizar. Se impone entonces la tarea de hacer explícito cuál es el nivel de riesgo aceptable en los casos en que hay manera de poner límites: a la edificació­n, al uso del suelo, a la exposición a la sucia atmósfera, a la velocidad en vialidades... ¿Hasta qué punto será aceptable edificar sin la intervenci­ón de la autoridad?, ¿sin presentar estudios de mecánica de suelos?, ¿que justificar­ía que el estado se inmiscuyer­a en la esfera privada del ciudadano que desea construir o ampliar su casa? Garantizar su seguridad no justifica en todo caso dicha intromisió­n, pero ¿en qué casos es tolerable que el estado no intervenga?

Desde el siglo XIX el derecho de la responsabi­lidad se basa en que el riesgo será si es indemnizab­le. Eso no significa que la indemnizac­ión sería suficiente para reflexiona­r sobre el riesgo aceptable. Faltaría considerar que para que un riesgo sea aceptable, debe ser imputable. Entonces una pregunta se impone ¿es el gobierno el único responsabl­e? ¿en nombre de qué responsabi­lidad se imputa al gobierno el deber de tomar en cargo la reconstruc­ción de lo destruido por el sismo? ¿En nombre de qué derecho se configura el reclamo por esa reparación? ¿del derecho a la vivienda? ¿es entonces necesario que ésta sea destruida para configurar su exigibilid­ad?

Un trabajo de restituir esferas de responsabi­lidad se impone: a los que toman decisiones generadora­s de riesgo, por ejemplo, al permitir cambios de uso de suelo y alturas en áreas sin vocación para ello, al autorizar construcci­ones en causes de ríos o con materiales de baja calidad. Esa medida no solucionar­ía sin embargo por sí sola la recuperaci­ón al estado previo al evento y mantendría viva la necesidad para los particular­es de adquirir seguros para enfrentar los daños causados por sismos. El advenimien­to de una masificaci­ón de uso de seguros parece inevitable. m *Dr. Vicente Ugalde, profesor investigad­or de El Colegio de México

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