Un año después
El tiempo, esa cosa extraña. Un año des- pués camino por las calles de la colonia Condesa y descubro nuevos edificios dañados por el sismo del 19 de septiembre de 2017. Leo de grietas enormes en las calles de Iztapalapa, oigo de manzanas derruidas en Xochimilco. La memoria me trae construcciones en escombros, familias con maletas huyendo de sus edificios tocados en su alma de hierro. Recuerdo la desolación, la multitud de jóvenes en solidaridad con sus vecinos. Poblaciones enteras de Oaxaca estaban en ruinas por el sismo del 7 de septiembre. Todo lo ocupaba el estupor. La ciudad de los lagos había mandado una vez más un mensaje desde las profundidades de la tierra.
Si entiendo bien, aún no han sido castigados los culpables de los niños muertos del colegio Rébsamen y el trabajo de muchos directores responsables de obras no ha sido investigado. Los fondos de apoyo a los damnificados muchas veces no llegaron a su destino, una cauda de desarreglos sigue a las tragedias.
Circula en librerías un ejemplar único sobre ese día: Aquí volverá a temblar. Testimonios y lecciones del 19 de septiembre (Grijalbo), de Ricardo Becerra y Carlos Flores. Escriben los autores: “los útiles manuales de las Naciones Unidas y de las agencias internacionales de cooperación señalan que después de la pérdida de un hijo, lo peor que puede sufrir un ser humano es la pérdida de su vivienda, su patrimonio, su espacio vital, porque a menudo poseer una casa cristaliza el proyecto de toda una vida”.
Familias enteras perdieron su patrimonio en unos segundos. Los vi recuperar por ventanas su ropa, algunos de sus muebles, papeles de identidad. No soy de los que consideran que el gobierno es el culpable incluso de los desastres naturales, pero escuché las opiniones de arquitectos prestigiados que no comprendían construcciones de ocho pisos con pilares delgados para sostener edificaciones de cinco pisos. Se llama corrupción y codicia.
Y un año después observo en zonas de alta sismicidad la construcción de edificios de 10 pisos. Uno tras otro en avenidas como Patriotismo y Revolución, donde, dicen, la ley lo permite. No atendemos la voz del fondo de la tierra y el grito de la historia porque efectivamente aquí volverá a temblar. Conquistar la altura muchas veces equivaldrá a buscar entre los escombros. Suena fuerte, pero así será una vez más en Ciudad de México. M