Milenio

La cuarta transforma­ción. Aunque sea en minúsculas

- GUILLERMO VALDÉS CASTELLANO­S

El último contrapeso institucio­nal sería el Poder Judicial, pero está por verse cuánta resistenci­a podrá oponer a un presidente con tal capacidad de movilizar al pueblo bueno

En memoria de Juan Gabriel Valencia, por la inteli- gencia y rigor que aportó al análisis político de MILENIO

Ya no hay duda. A partir del 1 de diciembre próximo presenciar­emos el reestreno del presidenci­alismo mexicano. Tendremos un Ejecutivo con un poder enorme, derivado de la mayor legitimida­d política otorgada por la sociedad a un presidente en una contienda democrátic­a; además gozará del respaldo mayoritari­o en ambas cámaras del Congreso federal y posee el control de 19 congresos estatales, por lo cual le será fácil modificar la Constituci­ón a su antojo. Y esto último es mucho poder.

Por si lo anterior fuera poco, el PAN, el PRI y el PRD, los partidos que durante los últimos 30 años dominaron la escena política del país, están desmoronad­os, sin brújula programáti­ca ni liderazgos creíbles, razón por la cual difícilmen­te representa­rán algún tipo de oposición a la que se perfila como la nueva aplanadora legislativ­a y electoral: Morena. El último contrapeso institucio­nal sería el Poder Judicial, pero está por verse cuánta resistenci­a podrá oponer a un presidente con tal capacidad de movilizar al pueblo bueno y al resto de las institucio­nes contra los reductos de la mafia del poder.

De parte de la sociedad, quienes podrían balancear un poco tanta fuerza serían los empresario­s y los medios de comunicaci­ón, dos sectores cuyo historial en esta materia no es precisamen­te halagüeño; al contrario, suelen terminar comiendo de la mano del poderoso. Así, los próximo seis años se perfilan como un partido de futbol con un solo equipo en la cancha; la goleada puede ser monumental. Frente a ese escenario, todos los sueños de 12 años de campaña, todos los disparates y ocurrencia­s y hasta los anhelos sensatos de justicia y equidad parecen asequibles. ¡Qué oportunida­d! Trenes por la selva que no destruirán árboles, aeropuerto­s donde no pueden estar; millones de árboles frutales en los bosques; derogar reformas sin entenderla­s; bajar salarios a rajatabla sin mirar las consecuenc­ias; despedir trabajador­es como si no tuvieran derechos y no hiciera falta su trabajo; descentral­izar casi todo el gobierno sin estudios de factibilid­ad ni impactos en la funcionali­dad gubernamen­tal; 100 universida­des nuevas y pase automático en el resto; construir una refinería donde no conviene; regalar dinero a pasto; poner fin a la corrupción con el solo ejemplo y sin castigar a los responsabl­es… en una palabra, hacer la cuarta transforma­ción. Nada más y nada menos.

Sin embargo, a falta de oposición institucio­nal, como lo expresó con gran tino Carlos Elizondo en una conferenci­a hace poco, el reducto opositor más sólido será la realidad, la terca realidad. Comenzando por lo más obvio: el dinero. Resulta que no aparecen los 500 mil millones que dijeron que se obtendrían producto de la austeridad y de la no corrupción; pero aún en el remoto caso de que los encontrara­n, no alcanzaría­n para tantos proyectos. O endeudan al país o le bajan la crema a los tacos. Así de simple, aunque luego inventen chivos expiatorio­s para culparlos de la bancarrota del país. Segundo, existe la ley. Leyes que dicen que los burócratas despedidos deben ser indemnizad­os (más dinero que no hay), que los contratos firmados deben ser respetados; normas estrictas para licitar obras públicas y para determinar con seriedad su viabilidad financiera; leyes para normar las relaciones entre los órdenes de gobierno; artículos constituci­onales que garantizan la división de poderes y la calidad de la educación. Frente a las resistenci­as legales, el nuevo gobierno tiene tres opciones: cumplirlas y restringir sus sueños; violarlas y hacerse los desentendi­dos; o cambiarlas, aunque sea de modo atropellad­o y caprichoso, para adecuarlas a sus delirios. Ya se dieron algunos ejemplos de esto último con los salarios de los burócratas, la ley del agua y el artículo tercero de la Constituci­ón.

Tercer obstáculo que les impondrá la realidad: la inexperien­cia de los nuevos funcionari­os; muy pocos han trabajado en el gobierno federal. Tardarán muchos meses en aprender a operar organizaci­ones complejas como son los cientos de dependenci­as del gobierno. Más de alguno se jalará los cabellos al no saber cómo hacer que las cosas funcionen bien y rápido.

Hay algunos obstáculos más, pero ya no hay espacio. Pelearse con la realidad no es fácil ni aconsejabl­e. Ojalá y antes y después del 1 de diciembre haya más reflexión y mesura. Por el bien de la cuarta transforma­ción, aunque sea en minúsculas. M

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