La cuarta transformación. Aunque sea en minúsculas
El último contrapeso institucional sería el Poder Judicial, pero está por verse cuánta resistencia podrá oponer a un presidente con tal capacidad de movilizar al pueblo bueno
En memoria de Juan Gabriel Valencia, por la inteli- gencia y rigor que aportó al análisis político de MILENIO
Ya no hay duda. A partir del 1 de diciembre próximo presenciaremos el reestreno del presidencialismo mexicano. Tendremos un Ejecutivo con un poder enorme, derivado de la mayor legitimidad política otorgada por la sociedad a un presidente en una contienda democrática; además gozará del respaldo mayoritario en ambas cámaras del Congreso federal y posee el control de 19 congresos estatales, por lo cual le será fácil modificar la Constitución a su antojo. Y esto último es mucho poder.
Por si lo anterior fuera poco, el PAN, el PRI y el PRD, los partidos que durante los últimos 30 años dominaron la escena política del país, están desmoronados, sin brújula programática ni liderazgos creíbles, razón por la cual difícilmente representarán algún tipo de oposición a la que se perfila como la nueva aplanadora legislativa y electoral: Morena. El último contrapeso institucional sería el Poder Judicial, pero está por verse cuánta resistencia podrá oponer a un presidente con tal capacidad de movilizar al pueblo bueno y al resto de las instituciones contra los reductos de la mafia del poder.
De parte de la sociedad, quienes podrían balancear un poco tanta fuerza serían los empresarios y los medios de comunicación, dos sectores cuyo historial en esta materia no es precisamente halagüeño; al contrario, suelen terminar comiendo de la mano del poderoso. Así, los próximo seis años se perfilan como un partido de futbol con un solo equipo en la cancha; la goleada puede ser monumental. Frente a ese escenario, todos los sueños de 12 años de campaña, todos los disparates y ocurrencias y hasta los anhelos sensatos de justicia y equidad parecen asequibles. ¡Qué oportunidad! Trenes por la selva que no destruirán árboles, aeropuertos donde no pueden estar; millones de árboles frutales en los bosques; derogar reformas sin entenderlas; bajar salarios a rajatabla sin mirar las consecuencias; despedir trabajadores como si no tuvieran derechos y no hiciera falta su trabajo; descentralizar casi todo el gobierno sin estudios de factibilidad ni impactos en la funcionalidad gubernamental; 100 universidades nuevas y pase automático en el resto; construir una refinería donde no conviene; regalar dinero a pasto; poner fin a la corrupción con el solo ejemplo y sin castigar a los responsables… en una palabra, hacer la cuarta transformación. Nada más y nada menos.
Sin embargo, a falta de oposición institucional, como lo expresó con gran tino Carlos Elizondo en una conferencia hace poco, el reducto opositor más sólido será la realidad, la terca realidad. Comenzando por lo más obvio: el dinero. Resulta que no aparecen los 500 mil millones que dijeron que se obtendrían producto de la austeridad y de la no corrupción; pero aún en el remoto caso de que los encontraran, no alcanzarían para tantos proyectos. O endeudan al país o le bajan la crema a los tacos. Así de simple, aunque luego inventen chivos expiatorios para culparlos de la bancarrota del país. Segundo, existe la ley. Leyes que dicen que los burócratas despedidos deben ser indemnizados (más dinero que no hay), que los contratos firmados deben ser respetados; normas estrictas para licitar obras públicas y para determinar con seriedad su viabilidad financiera; leyes para normar las relaciones entre los órdenes de gobierno; artículos constitucionales que garantizan la división de poderes y la calidad de la educación. Frente a las resistencias legales, el nuevo gobierno tiene tres opciones: cumplirlas y restringir sus sueños; violarlas y hacerse los desentendidos; o cambiarlas, aunque sea de modo atropellado y caprichoso, para adecuarlas a sus delirios. Ya se dieron algunos ejemplos de esto último con los salarios de los burócratas, la ley del agua y el artículo tercero de la Constitución.
Tercer obstáculo que les impondrá la realidad: la inexperiencia de los nuevos funcionarios; muy pocos han trabajado en el gobierno federal. Tardarán muchos meses en aprender a operar organizaciones complejas como son los cientos de dependencias del gobierno. Más de alguno se jalará los cabellos al no saber cómo hacer que las cosas funcionen bien y rápido.
Hay algunos obstáculos más, pero ya no hay espacio. Pelearse con la realidad no es fácil ni aconsejable. Ojalá y antes y después del 1 de diciembre haya más reflexión y mesura. Por el bien de la cuarta transformación, aunque sea en minúsculas. M