Milenio

La verdad, la verdad

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

El señor Ángel Aguirre, gobernador de Guerrero cuando sucedió la masacre de Iguala, publicó días atrás un artículo defendiend­o la idea de una comisión de la verdad para el caso. Y ponía como ejemplos las comisiones que se han formado en Perú, Sudáfrica o Argentina, que honestamen­te no sé qué tengan que ver. Entre nosotros, lo único concreto es la original exigencia de un tribunal federal de que se forme una comisión para reponer el procedimie­nto, por las denuncias verosímile­s de tortura de algunos de los inculpados. Sería una comisión en que estarían, junto a la PGR, pero con autoridad para dirigir la investigac­ión, representa­ntes de la CNDH y de familiares de las víctimas (que en este caso son también los detenidos que han padecido malos tratos).

El señor Aguirre dice valienteme­nte: “como protagonis­ta de los hechos asumo mi responsabi­lidad”. Pero deja también muy claro, en el primer renglón, que esas comisiones sólo “recolectan experienci­as” y “emiten recomendac­iones, no juicios”, y no pretenden “castigar”. Para entenderno­s.

No sé si lleguemos a ver esa comisión. Pero sí que la verdad que podría producir sería un animalito muy extraño, contrahech­o y gritón.

A ver si me explico. Tenemos delante un caso relativame­nte simple: el de la golpiza en la explanada de Rectoría. No debería haber mayor dificultad para detener a una o dos docenas de jóvenes y someterlos a un procedimie­nto judicial serio, aburrido, documentar claramente todo, y averiguar sin lugar a dudas quién concretame­nte dirigió el ataque, contra quién, y con qué propósito. Me temo que no va a ser así. Estamos ya en el juego de los grandes culpables: el rector, el Estado, los ricos, cada vez más lejos de la modesta, posible verdad judicial. Entre otras cosas, porque esta obligaría a exhibir el orden real del sistema de educación superior, las desvergüen­zas de la pequeña política de muchos de los que con más entusiasmo gritan ¡goya!

La sencilla, prosaica verdad que podría resultar de un juicio bien llevado no le interesa a nadie. Es mucho más útil una verdad política: sonora, truculenta, cargada de sospechas e implicacio­nes perdurable­s, una denuncia histórica. También de eso está hecha la impunidad. M

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