La verdad, la verdad
El señor Ángel Aguirre, gobernador de Guerrero cuando sucedió la masacre de Iguala, publicó días atrás un artículo defendiendo la idea de una comisión de la verdad para el caso. Y ponía como ejemplos las comisiones que se han formado en Perú, Sudáfrica o Argentina, que honestamente no sé qué tengan que ver. Entre nosotros, lo único concreto es la original exigencia de un tribunal federal de que se forme una comisión para reponer el procedimiento, por las denuncias verosímiles de tortura de algunos de los inculpados. Sería una comisión en que estarían, junto a la PGR, pero con autoridad para dirigir la investigación, representantes de la CNDH y de familiares de las víctimas (que en este caso son también los detenidos que han padecido malos tratos).
El señor Aguirre dice valientemente: “como protagonista de los hechos asumo mi responsabilidad”. Pero deja también muy claro, en el primer renglón, que esas comisiones sólo “recolectan experiencias” y “emiten recomendaciones, no juicios”, y no pretenden “castigar”. Para entendernos.
No sé si lleguemos a ver esa comisión. Pero sí que la verdad que podría producir sería un animalito muy extraño, contrahecho y gritón.
A ver si me explico. Tenemos delante un caso relativamente simple: el de la golpiza en la explanada de Rectoría. No debería haber mayor dificultad para detener a una o dos docenas de jóvenes y someterlos a un procedimiento judicial serio, aburrido, documentar claramente todo, y averiguar sin lugar a dudas quién concretamente dirigió el ataque, contra quién, y con qué propósito. Me temo que no va a ser así. Estamos ya en el juego de los grandes culpables: el rector, el Estado, los ricos, cada vez más lejos de la modesta, posible verdad judicial. Entre otras cosas, porque esta obligaría a exhibir el orden real del sistema de educación superior, las desvergüenzas de la pequeña política de muchos de los que con más entusiasmo gritan ¡goya!
La sencilla, prosaica verdad que podría resultar de un juicio bien llevado no le interesa a nadie. Es mucho más útil una verdad política: sonora, truculenta, cargada de sospechas e implicaciones perdurables, una denuncia histórica. También de eso está hecha la impunidad. M