Recuerdos del 19 de septiembre
Viví el terremoto del 19 de septiembre de 2017 como lo vivieron todos los que residimos en Ciudad de México, en especial en la colonia Roma. Todo de pronto comenzó a vibrar, con un ruido que salía del suelo. ¡Está temblando! Salí corriendo por la escalera de mi casa. Los peldaños brincaban, como en un barco. Todo temblaba y tronaba, y algunas cosas caían al suelo, y yo escuchaba los ruidos de todo lo que se rompía. Salimos a la calle. Sonó una explosión. Cayeron vidrios y piedras. Se escuchaban gritos. Pero de pronto, recuerdo, se hizo un silencio. La gente que estaba en la esquina de mi casa veía sin palabras a la distancia. No acudí a ese sitio, pero recuerdo que me llamó la atención el silencio, la quietud con la que esa gente miraba hacia el horizonte. Ahora sé que veía el polvo que provocó, unas cuadras más abajo, el colapso del edificio de Álvaro Obregón 286. Muchas personas murieron ahí, como lo supimos después, cuando fue restablecida la comunicación por celular.
Esa fue mi experiencia del terremoto de 2017, totalmente distinta a la del terremoto de 1985. La evoco porque ilustra la forma en que ha cambiado el mundo en estos 33 años. Aquel día de septiembre estaba de viaje con mi familia en un país que ya no existe, llamado Checoslovaquia. Llegamos a Praga. Atravesamos el río Moldava por el Puente Carlos. No había un solo turista: éramos los únicos. Pero tampoco había un solo café, un solo restaurante, un solo museo, una sola iglesia con las puertas abiertas. No pudimos ser alojados en el hotel donde hicimos reservaciones: tuvimos que pasar la noche en la periferia de la ciudad, donde escuchamos golpes en la puerta del cuarto donde dormíamos. Luego supe que Checoslovaquia padecía el régimen más opresivo de Europa Central, después de la República Democrática Alemana. Al día siguiente nos sorprendieron las imágenes de la destrucción en los periódicos, con encabezados que dejaban ver el nombre de México. Pero no entendíamos: todo estaba en checo. ¿Qué había sucedido?
Había entonces una cortina de hierro que dividía a Europa. No era posible llamar por teléfono a Occidente. Tuvimos que viajar en coche hasta la frontera con Alemania, a punto de quedarnos sin combustible, pues no había gasolineras en las carreteras de Checoslovaquia. En Sankt Oswald leímos un periódico en inglés que decía que estaba devastada Ciudad de México. Pero incluso ahí no fue posible tener comunicación con el país. En esos años no existían los teléfonos celulares, que comenzaron a ser comunes hasta fines de 1989, introducidos por Iusacell. No había internet, que empezó a ser general hasta 1990. Y no había, desde luego, Facebook (creado en 2004) ni Twitter (creado en 2006) ni WhatsApp (creado en 2009) ni Instagram (creado en 2010). Las primeras noticias las tuvimos por medio de un radioaficionado de Canadá que se puso en contacto con un pariente nuestro que vivía en Blois, el cual a su vez contactó en Ginebra a mi tío Manuel Tello. Algo así.
Estamos acostumbrados a que las noticias sean conocidas instantáneamente en todo el mundo. Pero no siempre fue así. No lo era hace apenas un tercio de siglo, en los años anteriores a la revolución de las telecomunicaciones, en un mundo dividido todavía por la guerra fría. M *Investigador de la UNAM (Cialc)