Martínez S. José Luis
Cuando los políticos hablan en nombre de todos —“gente”, “pueblo”— para justificar sus decisiones, es inevitable recordar a E. M. Forster: “Siempre intento hablar por mí mismo, entre otras cosas porque es imposible hablar en nombre de otra persona (…) y e
En Madrid, en una banca de la estación de Atocha, mientras espera el tren para Sevilla, el cartujo recuerda México. Está absorto, nada lo distrae. Una muchacha hermosa de pelo largo y la falda muy corta —como diría Sabina— se sienta a su lado; él se para y se aleja con la mochila al hombro, busca un rincón y se tiende en el piso. “¿Soy fifí?”, se pregunta una y otra vez, angustiado, con la mirada en el techo y las lágrimas a punto de brotar. La molestia del Presidente electo contra un sector de la prensa, repetida de nueva cuenta el pasado martes, lo angustia. El pobre ha encanecido tratando de resolvernos la vida, de hacernos un mejor futuro con una cartilla moral ineludible en estos tiempos disolutos, con la voluntad de convertir a los maestros del sindicalismo disidente en verdaderos apóstoles de la buena educación, con la determinación de descentralizar varias secretarías de Estado —aunque los insensibles burócratas implicados en ella se disgusten—, con la consulta popular sobre el Nuevo Aeropuerto Internacional de México en camino… Y en vez de elogios por estas y otras decisiones trascendentales (impulsar, por ejemplo, una genuina separación de poderes, como se ha visto ya en las cámaras de Diputados y Senadores, donde los legisladores del partido mayoritario han roto las pesadas cadenas del servilismo y si a la menor provocación aplauden y corean el nombre de López Obrador, es por iniciativa propia y no por consigna ni por quedar bien con él), en vez de un mínimo reconocimiento —decíamos— recibe puras críticas negativas de “los camajanes del conservadurismo” incrustados en los medios, quienes no comprenden el sentido exacto de la frase “México está en bancarrota” y la sacan de contexto nada más por molestar. Pobres tontos, solo ven las cosas “podridas”. Pero a AMLO nada lo desalienta: “Yo he buscado la reconciliación y lo voy a seguir haciendo porque le conviene al país, pero hay quienes no quieren que se afiance nuestro proyecto de transformación, de cambio”, les dijo el pasado martes a los reporteros encargados de seguirle los pasos y extasiarse con sus palabras, siempre amables y serenas.
El congreso y las preguntas
El amanuense viajó a España para asistir a un congreso de periodismo y encontrarse con viejos amigos mexicanos y españoles. En la Casa de América y en el Instituto Cervantes, sedes de la reunión, le preguntan sobre la violencia, los feminicidios, los periodistas asesinados o desaparecidos… y, en todo momento, sobre Andrés Manuel López Obrador: “¿Sí es una esperanza para México?” “¿Va resolver los problemas del país?” “¿Va a terminar con la corrupción?” La respuesta es la misma para todos: “No lo sé”. En realidad, nadie lo sabe; tal vez ni él mismo, aunque piense tanto en nosotros, en nuestro bienestar —ojalá entre sus pensamientos esté el sustituir no solo el Seguro Popular, sino el IMSS y el Issste por un servicio de salud universal, digamos, en Médica Sur, donde la calidad y el trato son excelentes, sin esperas eternas, decenas de pacientes tirados en las salas de urgencias, falta de medicamentos o personal.
El arte de escuchar a los otros
Sin darse cuenta, el monje se ha subido en el tren de alta velocidad. Apenas ocupa su lugar, abre su mochila y busca un volumen recién adquirido: Algunos libros. Las
charlas de E.M. Forster en la BBC (Alpha Decay, 2018), con traducción y prólogo de Gonzalo Torné y epílogo de Zadie Smith. Es una antología de los comentarios radiofónicos del escritor de Pasaje a la
India, realizados entre 1929 y 1958. “El tramo temporal que cubren las emisiones —dice Torné— arrancan en los años de gestación de la Segunda Guerra Mundial, atraviesa el conflicto y termina en un clima de tensión mundial, acongojada por la destrucción nuclear”. Son comentarios generosos con la audiencia, hechos sin petulancia, sin la pretensión de establecer un canon, con el único afán de compartir el gusto por la lectura y algunas reflexiones en torno a la democracia, la tolerancia y la libertad de expresión.
Una de estas charlas se titula “Hablar por uno mismo”. Al terminar de leerla, el cofrade queda absorto. Cuando los políticos se arrogan el derecho de hablar en nombre de todos —de la “gente”, del “pueblo”— para justificar sus decisiones, el 11 de enero de 1949 Forster decía frente al micrófono: “Siempre intento hablar por mí mismo. Entre otras cosas porque es imposible hablar en nombre de otra persona, es imposible meterse en una piel ajena, y es muy peligroso hablar en nombre o en representación de un grupo o de una comunidad, por mucho que todos nosotros lo hayamos hecho alguna vez”.
En otro momento, con absoluta sinceridad, le dice al público de India, donde se transmitía su programa: “No tengo la menor idea de quién es usted, ni de qué educación ha recibido, estoy casi seguro que nuestra lengua materna no es la misma. Pero hay algo que sí sé: que ustedes, todos ustedes, son personas con la capacidad de pensar por sí mismas, de resolver sus problemas por su propio esfuerzo…”.
Respetar la individualidad de cada quien, no hablar por los demás, sino por uno mismo. El monje cierra el libro y los ojos mientras junto a él, en el verano todavía ardiente de Sevilla, la belleza surge por todas partes. Recuerda a Cernuda y glorifica al sol: “Que dora desnudos cuerpos juveniles/ Y sonríe en todas las cosas inocentes”.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.