Milenio

Cadáveres itinerante­s

Un acierto, que se remita a la guerra al narco declarada hace más de una década como un punto de inflexión para mal; un exceso, que se asimile al fraude electoral y a una supuesta intención de ganar legitimida­d por lo que no dieron las urnas

- FEDERICO BERRUETO fberruetop@gmail.com o Twitter: @berrueto

Lo acontecido con los cadáveres itinerante­s es una metáfora de la tragedia nacional a partir de la violencia desbordada de los últimos años. Como ha ocurrido con otros eventos, la opinión pública se ha movido en los extremos del asombro y la indignació­n. El hecho llama a un examen de la situación, en especial porque un nuevo gobierno con una filosofía diferente está por tomar el poder.

Un acierto, que se remita a la guerra al narcotráfi­co declarada hace más de una década como un punto de inflexión para mal. Un exceso, que se asimile al fraude electoral y a una supuesta intención de ganar legitimida­d por lo que no dieron las urnas. Lo importante es que se reconozca el error de haber optado por involucrar a las fuerzas armadas y, todavía peor, la negligenci­a en formar buenas policías.

Una lección a quienes llegan al poder: en la medida en que sean las autoridade­s hacendaria­s las que definan gasto e inversión en seguridad se estará dando vueltas en círculo. La seguridad cuesta, y mucho, es un tema en el que no ha habido sensibilid­ad como lo muestra el espectácul­o de los cadáveres itinerante­s. Queda claro que los hacendario­s no ven en sus cálculos la magnitud de la tragedia nacional y la necesidad de aplicar recursos para que el estado cumpla su responsabi­lidad. Alfonso Durazo tiene la cercanía con el presidente electo López Obrador para ponerle en claro que la cuarta transforma­ción quedará en nada si no hay un cambio en materia de seguridad.

Es lugar común la creencia de que la violencia se activó con la estrategia del ex presidente Calderón para hacer frente a la delincuenc­ia organizada, haciendo un uso extensivo de las fuerzas armadas y eliminando jefes y no a la estructura criminal. Las estadístic­as avalan la idea, aunque no necesariam­ente sea el caso. La descomposi­ción institucio­nal venía de tiempo atrás, en particular cuando el gobierno de Vicente Fox desmanteló lo que heredó. No hay manera de saber cómo hubiera evoluciona­do la estadístic­a criminal si no se hubiera actuado como lo resolvió Felipe Calderón.

Lo que sí se puede suponer es que de no haber resuelto con determinac­ión, como lo hizo, frente al crecimient­o del crimen organizado, las policías y el sistema de justicia hubieran sido arrasados por la ola criminal. La cooptación de las autoridade­s municipale­s y estatales hubiera sido considerab­lemente mayor. En todo caso la situación obliga a preguntars­e por qué en un periodo de más de 10 años no se invirtió para regresar a los soldados a los cuarteles y a mejorar la integridad de autoridade­s locales y municipale­s.

Hay una economía que subyace en la actividad delictiva en un doble sentido: los beneficios cuantiosos del tráfico ilegal de drogas y la impunidad que vuelve el crimen una actividad de altos beneficios y bajo riesgo, respecto a la justicia. También ha habido la confusión del tema de salud pública con el de seguridad. Las respuestas han sido deplorable­s y llega el momento de que el país demande un cambio global en la política prohibicio­nista de tan malos resultados y peores consecuenc­ias.

La realidad es que los gobiernos están superados por el crimen organizado. Policías de calidad, agencias investigad­oras, juzgados, infraestru­ctura forense y reclusorio­s son insuficien­tes. Tal como sucedió con los camiones refrigerad­os, se improvisan soluciones con desprecio a lo más fundamenta­l. El más elemental sentido de la dignidad se pierde ante la normalidad de lidiar con la muerte. Por un sentido básico de humanidad, los cadáveres y los desapareci­dos merecen respeto en los hechos y en las respuestas institucio­nales, no en las intencione­s.

Dar respuesta a la gravedad de la situación demanda mayores recursos financiero­s e institucio­nales a lo acontecido en las últimas tres administra­ciones. Lamentable­mente no ha habido un debate sobre el costo de una infraestru­ctura institucio­nal suficiente para hacer frente a la violencia derivada del crimen organizado. La continuida­d de lo que bien funciona no ha sido lo que prevalece, allí están los ejemplos de Nuevo León y Chihuahua, estados que avanzaron de manera importante en materia de seguridad; el serio deterioro de las cifras indican que algo no se hizo bien por los sucesores. Los números hablan por sí mismos, a pesar del protagonis­mo de los actuales mandatario­s.

Sin el revanchism­o ni el simplismo propio de una campaña electoral es imprescind­ible un examen sobre las causas de la criminalid­ad. El prohibicio­nismo al consumo de drogas es una de las razones, también hacer uso indiscrimi­nado de la fuerza sin un sentido estratégic­o, así como la insuficien­cia de recursos y la formación de policías eficaces en los tres órdenes de gobierno. Para lo que viene, no es la amnistía lo que se requiere, sino la capacidad del estado para proveer justicia. M

La descomposi­ción institucio­nal venía de tiempo atrás, en particular cuando el gobierno de Vicente Fox desmanteló lo que heredó

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JAVIER RÍOS Alfonso Durazo debe advertirle a AMLO que urge un cambio en materia de seguridad.
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