Milenio

Cientos de migrantes cruzar la malla que divide a México y EU, por lo que exige mayor seguridad; mientras, Margarita y Manuela piden que Hugs Not Walls, una iniciativa que reúne a familias separadas desde 2016, pueda continuar

Manny ha visto a

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Pocas personas en El Paso, Texas, han visto a tantos migrantes saltar la malla que divide a Estados Unidos y México como Manny Silva. Sus padres y parientes se instalaron a las orillas del río Bravo mucho antes de que existiera la separación física en la frontera.

Desde pequeña, cuando su abuela y su madre cuidaban de ella y de sus hermanos, Manny se acostumbró a ceder su cama y sus cobijas a los que cruzaban de manera ilegal por el río: “Llegaban mojados y con frío”, recuerda. “Mi abuela decía que ‘pobrecitos’ y nos quitaba de mi cama para que ellos descansara­n”.

Los que cruzaban, dice, “se escondían en los árboles de mi patio, escuchaba cómo los coyotes les gritaban para dónde correr, a veces los veía desnudos, ensangrent­ados, unos más hasta con niños”.

La casa de Manny y su familia está en Chihuahuit­a, un barrio a escasos kilómetros del cruce fronterizo Paso del Norte, y a donde llegaron braceros y albañiles mexicanos que con el tiempo obtuvieron ciudadanía­s americanas.

Aquí es también donde el presidente Donald Trump mandó colocar un muro de asfalto y vigas que sustituirá la malla ciclónica que está desde los 70. La noticia del muro le ha caído muy bien a Manny y otros vecinos de Chihuahuit­a.

“La gente no entiende que a veces es nuestra casa, nuestra yarda, ese muro va a ser nuestra protección; no puedo dejar que se sigan cruzando así nada más y que se escodan en mi yarda”, explica Manny, quien también es líder de la organizaci­ón vecinal Chihuahuit­a.

“Así como ha cambiado el muro ha cambiado la gente; sé que vienen a trabajar, pero también hay unos que no y que hacen cosas malas. Si entraran unos desconocid­os a su casa, ¿no se enojaría?”, pregunta.

Rafael Hernández, vecino de Manny, regularizó su estancia en Estados Unidos hace unos meses. En 2012 él y su familia huyeron de Ciudad Juárez. “Era un matadero por todos lados, ya no podíamos pagar tantas extorsione­s”, comenta.

Hernández también ve con buenos ojos el reforzamie­nto del muro. “Después de todo es su país, es como poner seguridad en tu casa, cualquiera lo pondría si el vecino me anda molestando”. En el lugar, el nuevo tramo del muro medirá 5.5 metros de altura y recorrerá 6.4 kilómetros pero, a través de Hugs Not Walls (Abrazos, no muros) que se organiza dede 2016, la Red Fronteriza por los Derechos Humanos ha logrado reunir a mil 200 familias que fueron separadas de ambos lados de la frontera.

Fernando García, director de la red, planeaba juntar a otras 300 familias en octubre; sin embargo, la patrulla fronteriza le notificó el viernes pasado que la construcci­ón del muro iniciaría al día siguiente.

También cree que el arranque de los trabajos no es más que un ataque del presidente Trump contra la comunidad hispana que, contrario a lo que piensa Manny, se opone a la edificació­n.

“Abrazos, no muros ha sido un espacio de resistenci­a ante la retórica racista que ha encabezado el gobierno estadunide­nse y el muro no es más que el símbolo de una agenda absurda y aberrante contra los migrantes”, expresó.

Al evento de octubre se inscribier­on Margarita Morales y Manuela Acosta, quienes no han visto a sus esposos. Armando, el marido de Margarita, regresó a Ciudad Juárez hace seis años; el de Manuela fue deportado en febrero pasado durante una redada de ICE en su casa. Las dos tienen la esperanza de reunirse con sus familias por tres minutos.

Armando se enteró de la noticia ayer en Ciudad Juárez, y le cayó como un balde de agua fría: “Tenía la esperanza de abrazarlos un poquito, de darle a mi hija el beso que no le di el día de su boda”, lamenta.

Armando y Margarita llegaron a El Paso hace 24 años, cuando Daisy y Abdías tenían unos 5 y 7 años. Instalados al oeste de esa ciudad y luego de que Armando consiguier­a un permiso para trabajar en un yonke (deshuesade­ro), nació Adaiah: “Hasta que comenzó mi pesadilla”.

Cuenta que ICE realizó una redada en su trabajo, lo detuvo y luego de pagar una fianza, las autoridade­s migratoria­s le pidieron que firmara su deportació­n, a condición de que el resto de su familia no fuese capturada y devuelta a Juárez.

“Nunca tuve problemas con la policía, ni con migración, respeté todo, porque sabía que era un lugar ajeno y que tienen reglas. El oficial de migración ni siquiera encontró algo negativo en mi récord”, asegura.

Desde entonces, Margarita se ha hecho cargo de todo en El Paso: “Pago los biles (cuentas), los impuestos; me hago cargo de mis hijos y ahora soy activista de la red porque estamos viendo más odio, violencia a las mujeres y a las familias que venimos a trabajar”.

Las próximas semanas Margarita, Manuela y los cientos de hispanos que conforman esta red presionará­n a las autoridade­s migratoria­s para que Abrazos, no muros pueda realizarse una vez más cerca de la casa de Manny.

La gente, refiere Margarita, “debe de saber que el impacto es contra nosotros, que este muro no va a resolver ninguna cosa, que los migrantes van a buscar siempre por dónde cruzarse y sabemos que ahora lo hacen por los puentes fronterizo­s, ya no lo hacen por el río”.

En ese sentido, Fernando, director de la red, pide al presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, “que venga a hablar con lo mexicanos que viven de este lado que están resistiend­o estas agresiones, hay una política racista antimigran­te, antimexica­na y si eso no es problema para López Obrador, vamos a estar en un gran problema”.

Manny y algunos vecinos de Chihuahuit­a, en cambio, exigirán más y mejor protección para los patios de sus casas. M

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Chihuahuit­a está a escasos kilómetros del cruce fronterizo Paso del Norte.
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El lugar donde se contruye un nuevo tramo de la barda y donde se realiza el proyecto de la Red Fronteriza.

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