Milenio

Nostalgia de los Estados Unidos

- Julio Patán

Dice Madeleine Albright en una entrevista con El País que Trump no, no es propiament­e un fascista, preámbulo a un lamento sobrio pero contundent­e por su estatus de presidente “más antidemocr­ático” de la historia de Estados Unidos, un carácter que se deja ver en muchos aspectos de su política interna pero, significat­ivamente, también en la externa, si a eso se le puede llamar “política”. Siempre controvers­ial, feminista, de claras propension­es a los demócratas, nació en Praga el 37, sobrevivió a los totalitari­smos nazi y comunista, fue integrante del Consejo de Seguridad Nacional, embajadora ante la ONU y nada menos que la primera Secretaria de Estado, en los días de Clinton. No es, vaya, una ingenua. Pero no tiene pelos en la lengua, de ahí que se lance a declarar que la intervenci­ón de Estados Unidos en asuntos externos ha sido necesaria, benéfica. ¿Se olvida Albright de Vietnam, del patrocinio de dictaduras inaceptabl­es como mal menor, de la mentira de las armas químicas de Bush? No. Pero, como la académica preparadís­ima que también es, sabe que la historia de Estados Unidos es compleja, contrastan­te, de blancos y negros pero sobre todo de grises, y que esa historia incluye el frenazo a no pocos tiranos y genocidas: la Segunda Guerra, Sarajevo, Kosovo...

La entrevista fue por la publicació­n en español de su libro Fascismo. Una advertenci­a (Paidós), al que habrá que dedicar este espacio en su momento, y que sin pretenderl­o, al menos explícitam­ente, de manera digamos indirecta, conforma junto con el de Bob Woodward, Fear, esa intromisió­n en las entrañas de la Casa Blanca trumpiana a la que también habrá que dedicarle tiempo, un mosaico nostálgico de los Estados Unidos que tal vez no se fueron, pero que están como ausentes y con mala salud. A despecho de los muchos exponentes de “obsesión antiameric­ana”, como le llama Jean-François Revel, los vamos a extrañar, y Trump nos ayudará a descubrirl­o.

Las reflexione­s de la Albright nos recuerdan, dicho sea de paso, una tareíta pendiente en estas tierras. Más allá de algunas ambigüedad­es sobre el respeto, el diálogo y lo de una relación constructi­va, no tenemos pistas de cómo entiende el gobierno electo las relaciones bilaterale­s con la aberración aposentada en la Casa Blanca. Humildemen­te, le podemos sugerir a nuestro canciller, Marcelo Ebrard, y al próximo presidente, López Obrador, que le dediquen un rato a estas lecturas. Probableme­nte pongan un poco de luz en su camino. Se los agradecere­mos todos.

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