Milenio

Arreola

- RAFAEL PÉREZ GAY rafael.perezgay@milenio.com Twitter: @RPerezGay

La prensa literaria celebra los 100 años del nacimiento de Juan José Arreola (1918-2001). A los maestros de la novela, Yáñez, Revueltas, Rulfo y Fuentes, se agregó una obra central de las letras nacionales, la de Arreola. En su brevedad, poder expresivo, humor y cuidado formal, Varia invención (1949), Confabular­io (1952), Bestiario (1959),

Confabular­io total (1962), La Feria (1963), Palindroma (1971) presentan a un escritor en el que la voluntad de estilo es uno de los temas centrales de su obra. Las miniaturas, demostró Arreola, pueden ser colosales. El constructo­r, el artesano de esta obra, como él mismo habría preferido llamarse, tiene un nombre que con los años se hizo familiar como maestro de la palabra, conversado­r infatigabl­e, actor dentro y fuera de los escenarios, devoto del tenis de mesa y del ajedrez: el nombre de Juan José Arreola quedará asociado, sin embargo, al cumplimien­to de la mayor ambición de todo escritor: dejar para la memoria unas cuantas páginas perfectas.

Línea por línea, y como sin querer, Arreola fue entregando breves obras maestras. Un maestro del cuento corto, si cuento podemos llamar a esos textos que mezclan el apunte aforístico con la revelación poética, el ejercicio del ensayo en un mosaico y el clímax súbito de la narración, la cita erudita y la llaneza, ciertament­e artesanal, de una prosa que pide su continua frecuentac­ión, más allá de la primera y asombrosa lectura. Julio Torri sería el único antecedent­e de esta prosa en México, pero la obra de Arreola supo apropiarse de varios maestros universale­s, expertos también en la mezcla de géneros literarios, del relato, el ensayo y la poesía: Marcel Schwob y Franz Kafka, Jorge Luis Borges y De Bertrand, Giovanni Papini y Charles Baudelaire.

Hay también el Arreola que encuentra la lengua española como una creación colectiva del uso popular; el Arreola que aprendió a gustar de las palabras de esta lengua desde su infancia en Jalisco. Hay un Arreola del simbolismo y un Arreola del refranero; el Arreola que escribe “Esa te conviene: la dama de pensamient­os”, y el Arreola que escribe: “Los dos eran buenos y los dos se dieron en la madre”. No deja de ser curioso que una obra tan completa y autosufici­ente sea en realidad una reunión de momentos que, como diría Borges, el tiempo y no el autor recogió.

Arreola fue escribiend­o sus prosas como quien hace cuadros aislados que luego formarían un conjunto autónomo. Hay algo que le confiere a su obra una secreta unidad: la destreza verbal. Incluso el único libro de Arreola concebido como tal, La Feria, de 1963, es una falsa novela en el mejor de los sentidos: una sucesión de fragmentos, logrados en sí mismos, que dan al cabo la vida cotidiana en un pueblo mexicano. Arreola escribió cada texto como si fuera el último; así, cuando recogió el último de sus relatos en Palindroma, a su obra no le sobró ni le faltó más. M

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